Sábado, 21 de mayo de 2011. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se enfrenta a una especie de plebiscito, con la crisis en pleno apogeo. Mañana domingo hay elecciones municipales y autonómicas, cuatro años después de que el PP lograra su primera victoria electoral tras salir del Gobierno. En aquellas elecciones, las de 2007, el PP sacó apenas 150.000 votos de ventaja, y se espera que esta vez sea una ventaja mucho mayor. Otro de los misterios es ver con qué fuerza aparece Bildu, la nueva marca de la izquierda abertzale, después de una década ilegalizados.
No hace tanto de eso, pero parece que ha pasado una eternidad. España ha vivido un maratón políco sin precedentes, lleno de cambios y convulsión. Con las elecciones catalanas del domingo se cierra un agitado periodo de apenas dos años en los que el país ha cambiado por completo. Ahora empieza un periodo de calma política: si Navarra no lo remedia adelantando elecciones, hasta las europeas de 2014 no nos tocará ir a votar. Está por ver que nadie adelante otros comicios.
La crisis lo ha acelerado todo. Han sido apenas 555 días en los que siete procesos electorales, cinco de ellos adelantados a la fecha que les correspondía, da buena imagen del periodo de inestabilidad que atraviesa el país. En total 41,1 millones de votantes, algunos de ellos llamados a las urnas hasta tres veces y casi la mitad que no votaron, paracinco noches electorales que han modificado el aspecto del país.
En la vertiente política un buen número de ciudades han cambiado de manos, igual que algunas autonomías, muchas de ellas con un peso clave. Nuevos actores han emergido y otros han desaparecido. Hemos vivido dos huelgas generales, una amenaza de rescate, una nuevareforma laboral, se ha vuelto a subir el IVA hasta el 21%, losfuncionarios han salido a la calle tras sufrir recortes y privatizaciones, y muchas más cosas. También en el extranjero han cambiado algunas cosas: ya no está Nicolás Sarkozy, ni tampoco Silvio Berlusconi.
En lo económico también ha habido movimiento. Dos días antes de las elecciones que dieron inicio a la carrera, el viernes 20 de mayo de 2011, el Ibex cerró en 10.226 puntos. Este lunes, tras las elecciones catalanas, en 7.874. Una caída del 23%. En el primer trimestre de 2011 había 4.910.200 parados, mientras que el último dato de la EPA, el de septiembre, muestra 5.778.100, un 17% más. Según el IPC, las cosas son ahora 3,9 puntos más caras de lo que eran en mayo de 2011. El último dato del PIB español antes de aquellos comicios fue 261.945 millones de euros, mientras que el último que conocemos ahora es de 252.753 millones de euros, es decir, que nuestra economía produce 9.192 millones menos.
Junto a todo eso, la población se ha estancado con la emigración y la bajada de la natalidad como causas probables: según el INE el año pasado empezó con 47.190.493 personas, mientras que un año más tarde se estima que la cifra había crecido apenas en 20.000 personas.
El derrumbe socialista
Ese sábado primaveral de mayo el PSOE se despertó con Jordi Hereu como alcalde de Barcelona, Odón Elorza en San Sebastián y Alfredo Sánchez Monteseirín en Sevilla. También con José María Barreda en Castilla-La Mancha, Marcelino Iglesias en Aragón o Guillermo Fernández Vara en Extremadura o a Francesc Antich en Baleares. Ninguno de ellos sobrevivió en las urnas. De controlar tres de las seis grandes ciudades, las que tienen más de medio millón de habitantes, el PSOE pasó a quedarse con sólo una, la Zaragoza de Juan Alberto Belloch, y gracias a un pacto tripartito con IU y CHA.
Aquellas elecciones fueron en primer fogonazo de lo que vendría después. El PP ganó algo más de medio millón de votos, pero el PSOE se derrumbó con tres veces más fuerza. Esa noche se forjó lo que se ha conocido después como una ‘marea azul’, dándole al PP una cota de poder municipal y autonómico que no se había conocido en décadas. El PP ganó en todas las autonomías, salvo en Cataluña, que fue para CiU, Navarra, que fue para sus socios de UPN y Euskadi, donde los abertzales arrasaron. El PSOE sólo ganó en Asturias, pero acabaría gobernando Francisco Álvarez Cascos. Ni siquiera Miguel Ángel Revilla, el carismático regionalista cántabro, pudo resistir el empuje del PP.
Ahí cambió todo. Llegó el verano de la crisis de la especulación, con ruidos de sables entre Chacón y Rubalcaba en un PSOE que se asomaba al abismo. Los populares aligeraban sus alforjas con la dimisión de Francisco Camps, atrapado por una trama de corrupción, devolviendo al centro del foco al exministro Jaume Matas. El PP, desde la oposición, apretaba para que se convocaran unas elecciones anticipadas que finalmente se convocaron para el 20 de noviembre.
Incluso las mejores noticias se acogieron de forma sombría, como la declaración de ETA de que dejaba las armas. Ni eso libró al PSOE dehundirse aún más hasta lograr el peor resultado de su historia. Cambió el gobierno en bloque, cambiaron las caras, algunas políticas. También cambiaron las caras en el PSOE, pero poco, con un congreso fratricida en el que Rubalcaba logró imponerse y cerrar las heridas, al menos durante un tiempo. Volvió la izquierda abertzale más de 20 años después, al tiempo que partidos como IU y UPyD repuntaban.
Más crisis, más recortes
Ya con el PP en el Gobierno, llegaron las elecciones adelantadas en Asturias, sólo un año después de la llegada de Cascos. Coincidieron con las andaluzas que, junto a las autonómicas que dieron inicio a esta cascada de cambios, fueron los únicos comicios que se celebraron cuando tocaba. Fueron casi un año después de que empezara este maratón electoral, el 22 de marzo, y dieron algo de aire a los socialistas: el PP ganó pero no pudo gobernar en la Junta, mientras en Asturias el PSOE pudo volver a mandar en el Principado gracias a IU y UPyD.
Con ese respiro vino el periodo más largo de esos 555 días sin elecciones. Fueron siete meses de más reformas y de ahondamiento de la crisis, con peores perspectivas económicas y cada vez más parados. En medio estallaron múltiples casos de corrupción, se derrumbó Bankia, las comunidades empezaron a apuntarse al rescate autonómico hasta agotarlo, los bancos y cajas siguieron fusionándose y los desahucios se convirtieron en un problema social de primer orden.
Entonces Euskadi, con un Parlamento muy alejado de la realidad política a la de la calle tras la legalización de Bildu, adelantó las elecciones una vez se rompió el pacto PSE-PP. El presidente Feijóo aprovechó la oportunidad y adelantó también sus elecciones, cogiendo al PSdG en pleno proceso de conversión, pendiente de unas primarias y sin candidato. Poco después se marchaba por sorpresa Esperanza Aguirre, que meses antes había protagonizado un encontronazo -el enésimo- con Rajoy, esta vez junto a Mayor Oreja y con la liberación del etarra Uribetxeberria como fondo.
Ahí acabó la tregua para el PSOE: perdió su penúltima comunidad, Euskadi, y no pudo hacer nada por impedir la mayoría absoluta del PP gallego. Allí una nueva fuerza nacionalista de izquierdas se hizo con una importante bolsa de voto progresista desencantado para terminar de hundir a los socialistas.
Para terminar la maratón electoral, un sprint. Apenas un mes después se convocaron elecciones en Cataluña donde, gracias a la crisis y a la búsqueda de abrir un debate paralelo al de los recortes, el soberanismo se abrió paso. Allí no ha habido cambios de nombres, pero sí de fondo:un CiU independentista intenta pactar con ERC, que se ha convertido en la segunda fuerza del Parlament, dando a Cataluña el Govern más soberanista que habría tenido en la democracia. Y eso que hace apenas tres años gobernaban los socialistas, para quienes la región era un granero de votos.
En estos 555 días, además, se cerraron viejos asuntos pendientes, como el matrimonio homosexual, y se abrieron otros, como el aborto, el copago, el euro por receta, las tasas judiciales, la nueva reforma educativa o el banco malo. Fallecieron también tres símbolos de la Transición como Carrillo, Fraga y Peces-Barba, originarios de una España mucho más diferente aún que ésta a la que visto lo visto aún le quedan más cambios por sufrir.