El contador de Fabián Laespada no marca 829 víctimas, que son las que ha matado ETA. Marca casi mil porque no olvida “a las otras 150 víctimas”. Las del GAL, el Batallón Vasco Español… “Y las de las comisarías. En este país se ha torturado y se ha muerto en comisarías y hay que recordarlo porque, aunque hay que avanzar, no vale pasar página olvidando cosas. Ninguna violencia está justificada. No se puede equiparar el dolor, pero el dolor, las injusticias, hay que denunciarlas, el relato de los hechos es importantísimo” ¿Qué ha cambiado en 52 años? “Todo esto no ha valido para nada más que enquistar el problema, para generar un inmenso dolor a toda la sociedad”. ¿Y la solución? “En un conflicto como el vasco no hay una solución que contente totalmente a unos porque tiene que contentar a todos. Es la teoría de la manta corta de Kepa Aulestia: si tiro para taparme la cabeza los pies se me quedan al aire, y al revés”, explica.
Laespada va a cumplir los cincuenta a la vez que Gesto por la Paz cumpla los 25. Lleva un montón de años intentando que el País Vasco aprenda a vivir en paz, pero no desde la política activa, sino desde los movimientos asociativos. Basta verle y escucharle para saber que conoce todas las partes del rompecabezas vasco. “Cuando lo de Miguel Ángel Blanco muchos ya estábamos al otro lado del Rubicón”, dice. ¿En qué momento lo cruzó? “Para mí Vic fue una cosa brutal, pero ya antes hubo casos que me marcaron, a mí, mi caso personal”. Habla del asesinato de Barrios, del de ‘Yoyes’, del de Casas… “Entonces había un zambombazo cada tres días, era algo terrorífico”.
“Había gente que decía ‘es que era un puto madero’. No, no es un puto madero, es una persona”. Habla más despacio cuando recuerda tanta sangre. “A finales de los ’80 muchos nos dimos cuenta de que ETA son una pandilla de salvajes. En mi caso personal no estaba contra ETA, los policías entonces eran la hostia, porque aquí nos han ‘zumbao’…”, dice mientras agita la mano. “Hay gente que se da cuenta ahora… cada cual lleva su camino”. Sigue repasando casos de víctimas de ETA que le impactaron. “Recuerdo el asesinato de un niño de dos años que se llamaba como yo. Iba en el coche con su hermano gemelo. A su padre, un Guardia Civil, le pusieron una bomba lapa. Pudo salvar a Sergio, pero salvar a uno implicó que el otro muriera. Un caso espeluznante”. Remueve la taza de café solo que ha pedido antes de empezar a hablar.
Le cambia el gesto también al hablar de Arkaitz Ortazua. “Era alumno de Deusto, un chaval brillante, con futuro prometedor. Los de ETA tendieron una emboscada a la Ertzaintza a tiro limpio y un tiro de los agentes le alcanzó. ¿Qué coño hacía en ETA un chaval así?”. Tuerce el gesto. Sigue. Cuenta cómo todo ha ido cambiando, que en la universidad ya no se apoya a ETA pero tampoco se apoyan los gestos contra el terrorismo. “Los chavales en la universidad lo ven como cosas de mayores, algo que ya está pasado. Les preguntas que por qué no se vienen a una concentración y te contestan ‘ETA ya sabe que no les queremos’. ‘Pero hay que decírselo’, insistes, y te contestan ‘Ya lo he hecho muchas veces’. Hay hastío, aburrimiento”, asegura. “Eso provoca que la gente en general no acuda”.
Menos violencia, menos activismo
Laespada hoy es uno de los portavoces de Gesto por la Paz, una unión de asociaciones que fue galardonada con el Príncipe de Asturias de la Concordia en 1993, que promovió iniciativas como las concentraciones y minutos de silencio con cada atentado o símbolos como el lazo azul en los tiempos de los secuestros. Hoy siguen trabajando, pero de otra forma. Antaño eran fuertes en las organizaciones barriales, en las aulas, en las parroquias. “Pero con la relajación de la violencia también la gente se ha relajado. Hace unos años le dimos una vuelta a todo esto y ahora todos somos socios para seguir adelante”. Según él mismo recuerda, Gesto por la Paz surgió “con un GAL vivo y asesinando, con una ETA brutal, con un clima de cierta inestabilidad y un Estatuto muy reciente que no estaba aceptado por todos”.
Esos ‘años de plomo’ son los que más se recuerdan, pero hubo otros “momentos amargos”: los años de división “después del bochorno de Lizarra, en que parece que sólo había contraespañolistas y contranacionalistas”. Tiene muy claro que “la violencia no puede ser nunca solución de nada, sólo puede agravar las cosas”, pero también que la salida no puede ser “excluyente”, como era Lizarra. Por eso los cuatro pilares en los que trabajan en Gesto por la Paz son tan amplios: “Estar en contra de la violencia como recurso para una solución política, la solidaridad infinita e incondicional con las víctimas, el reconocimiento de la pluralidad de la sociedad vasca y la deslegitimación social y política de ETA”.
Al hablar de ETA surge la idea de que la lucha antiterrorista haya sido como el tratamiento contra un cáncer: igual que en una quimioterapia se inyecta un producto venenoso que no distingue entre células malignas y defensas del cuerpo, parece como si el Estado se hubiera llevado por delante algunas células no infectadas para erradicar a ETA. Al hablar de la solución se pone vasco y habla del juego de la sogatira, y un poco gallego al hablar de “convicción estratégica, no moral” de que esto se está acabando. Pero los efectos de tantos años de terror no se irán tan fácilmente. «Ese miedo existe», dice, al ser preguntado por la presión y el hostigamiento lejos de las ciudades.
Respecto a Bildu dice que si bien “han pasado claramente los filtros de la legalidad”, se les ha pedido una condena de la violencia que algunos han hecho “no muy convencidos”. Sus dudas vienen de los lazos aún no rotos con ETA: “Igual que la paz de Franco no es la misma que si se hubiera conseguido un pacto en la República, no se puede apoyar una independencia conseguida a través de las armas”, dice. Y se ciñe a casos como lo ocurrido en Elorrio con Carlos García para mostrar sus dudas: “Me parece imperdonable, es un caso tremendo”, dice. “Es cierto que los casos así son puntuales, que existen inercias… pero creo que a Bildu le falta fuerza todavía para decir claramente que no forma parte del entorno de ETA”.
Laespada duda, pero no censura de antemano: “Los lazos del mundo de Batasuna con ETA son clarísimos. Tengo conocidos que sabes que han hecho, han dicho, que han tenido una pata aquí y una pata allá. Pero no se puede decir que toda Batasuna es ETA”. Da un sorbo al café y sigue. “Como es demasiado decir que ETA ha vuelto a las instituciones. Tengo compañeros impecables en lo democrático que en sus pueblos han sido concejales de Batasuna y, al ilegalizarlos, no se pueden volver a presentar”, cuenta. “Tienen una gran ‘X’, están marcados”.
Confía en que Bildu sirva para “ponerle a ETA la pista de aterrizaje”, y ve en esa idea parte del voto que les ha hecho irrumpir con tanta fuerza. “Es un voto de la paz, como lo pidió en su día ANV antes de que ETA rompiera la tregua”. “Creo sinceramente que sí quieren el final de la violencia, aunque haya locos iluminados”, dice. Pero da la visión negativa: “No sólo es que lo quieran, sino que saben que no tienen futuro con violencia: lo quieren por convicción estratégica, no por convicción moral, que es la que cuenta”. Por eso habla en condicional: “Me gustaría que Bildu fuera el auténtico punto de inflexión”.
Considera que “puede y debe existir Sortu” y se fija en lo que hacen otros, los que sí condenan a ETA, como referencia: “Aralar lleva ya diez años haciendo política y ahora se están acercando a las víctimas. La diferencia es que aunque comulguen con cosas como colgar la banderola de los presos no lo harán porque saben que éticamente no es lo que toca”. Y mientras, en esa ‘sogatira’ de condenar o no condenar se mueve Bildu. No cree, por tanto, que haya brecha entre la izquierda abertzale y ETA. “Es una excusa recurrente: esa palabra fetiche supone mandar a la mierda 30 años de historia, así que en lugar de condenar están tirando para que ETA venga a la vida. Lo de ‘la lucha es el único camino’ hace difícil que renieguen del pasado”.
La clave de todo está en el mundo de Batasuna, “que puede ayudar tremendamente para que ETA cierre el chiringuito”. Y eso que ha sido su base “la que les ha dado siempre un oxígeno vital, son ellos los que ha permitido a ETA sobrevivir durante tantos años”. Laespada es optimista, pero con cautela: “Indudablemente la paz está más cerca, pero tenemos que ser muy prudentes, porque ha habido tantos bofetones que no podemos echarnos en brazos de Morfeo. Hay muchas heridas abiertas”. Habla de presos, de qué pasará con ellos, de que no pueden salir de la cárcel sin más, de que la paz “no sólo significa ausencia de violencia, sino ausencia de conflicto”. Y toda esta expectativa es posible “porque ETA está superdebilitada”, lo cual genera una contradicción: “Creo que el mundo de Batasuna está encantado de que el Estado haya actuado para poder decir a ETA ‘¿veis como esto no tiene sentido?’ “.
Con todo reconoce que es muy complicado saber qué pasará. Él, que confiesa conocer a gente que sigue dentro de la ETA actual, no sabe ni definir a ETA. “Es un mundo terriblemente opaco. Creemos que es un grupúsculo pequeño, con comandos deshilachados en stand by, perdidos en el monte, en situación de desamparo…”, dice. “ETA está totalmente desordenada” y el ejemplo es “la curiosa reconversión de Txeroki”. “Éste es un duro, el que partió la T4, un iluminado que ahora de repente está diciendo lo que está diciendo. Por eso digo que no sé qué es ETA ni qué puede pasar: puede dejarlo, puede surgir una ETA auténtica…”
Y en esa situación de debilidad absoluta también reconoce la labor policial y judicial. Aunque cree que muchos vascos ven la Justicia española “como algo lejano”. “Todo el mundo del nacionalismo pide la disolución de la Audiencia Nacional como juzgado político ¿Por qué un caso como Egunkaria se tiene que juzgar en Madrid y no aquí?”, pregunta. Y él mismo se responde que la Audiencia Nacional juzga casos más allá del terrorismo, como el narcotráfico, o que los jueces en Euskadi “pueden recibir mucho más fácilmente las presiones”. Pero insiste: “allí quizá reciban otro tipo de presiones que no son precisamente las de ETA”. Y vuelve a responderse. “Claro, pero traer esos juicios aquí requiere una normalización que no existe”. Es como si él mismo se debatiera en una conversación interna para intentar entender algo tan complejo. Y como él, más de dos millones de vascos durante los 52 años que tiene ETA.