«Como en cualquier ruptura traumática se necesita tiempo para curar. Todavía no ha pasado el tiempo suficiente, al menos para mí, para poder hablar de ello con la tranquilidad y objetividad que merece». Quien habla es Julio Lleonart, aquel diputado que sustituyó a Toni Cantó cuando este dejó la bancada de UPyD en el Congreso. La prensa en aquellos días hablaba del «diputado hipster», por sus vistosas gafas de pasta y su frondosa barba, las típicas trivialidades que llaman la atención de los medios. Pero su fugaz paso por el Congreso fue mucho más simbólico que eso.
Lleonart apenas estuvo seis meses en ese escaño. Fue el tiempo que separó la espantada de una de las caras más conocidas de su partido y el final de la legislatura. Pero en total lo suyo fueron nueve años metido en el proyecto magenta. Ha pasado ya un año desde aquel adiós, que acabó propiciando también su salida del partido, pero prefiere no hablar del proceso de disolución de UPyD, un trámite que recuerda como muy doloroso.
«Siempre ha habido dos UPyD, una la de la dirección, antipática, inflexible, impermeable a las opiniones y la discrepancia, y otra, la de los afiliados, simpatizantes y votantes, formada por gente razonable, abierta al debate y permeable. Tristemente ganó la peor parte». Quien habla es Fernando Tellado, que fuera concejal del partido en Villalba, una localidad al noroeste de Madrid. «Lo peor de UPyD, su dirección, terminó echando o animando a irse a lo mejor de UPyD». La de Cantó, que propició la entrada en escena de Lleonart, fue una de esas salidas y, además, el primer aviso del vendaval que se aproximaba. Acababan de tener lugar las elecciones andaluzas, en las que UPyD cosechó su primer resultado catastrófico: un 1,93% de los votos, que le dejaban fuera de la Cámara. Por su parte Ciudadanos, el partido que le disputaba su nicho, triunfaba con un 9,3% de los votos, que le dejaban como cuarta fuerza con nueve diputados. Un éxito sin precedentes, especialmente tratándose de un partido catalán en Andalucía.
Entonces arreciaron las críticas, y una de ellas fue la de Cantó, que pidió la dimisión de Rosa Díez para forzar un cambio de rumbo en el partido. En apenas dos años UPyD había pasado de ser un partido emergente que estaba en condiciones de asentarse como tercera fuerza política a prácticamente desaparecer. Poco después, en las generales de diciembre perdieron todos sus escaños y en las recientes autonómicas vascas se quedaron sin su último asiento autonómico. Ahora mismo apenas conservan ciento veintinueve de los casi sesenta y ocho mil concejales que hay en España y fuera les queda solo una representante, Maite Pagaza, porque los otros tres que consiguieron —tras varias renuncias y cambios— ya no están en el partido aunque conserven los escaños.
Inicios problemáticos, trayectoria ascendente
«La política exige flexibilidad, y a nosotros nos faltó», explica una de esas personas, la eurodiputada Beatriz Becerra. «Me desvinculé del partido a principios de abril de 2016. UPyD se había desintegrado y dejado de ser útil a los ciudadanos. Yo continúo con mi trabajo como eurodiputada independiente dentro de ALDE», dice al respecto.
El inicio de la breve historia de la formación magenta hay que buscarlo precisamente en el País Vasco. Fueron personas y entidades sociales diversas las que en un principio crearon el germen de UPyD, todas con un denominador común: el rechazo al nacionalismo periférico —al vasco en particular, al resto por extensión—. Uno de esos fundadores originarios del País Vasco es Carlos Gorriarán, quien fuera mano derecha de Rosa Díez, exdiputado en el Congreso y posiblemente uno de los mayores críticos con el papel de Ciudadanos. «Nuestro diagnóstico de la crisis política española y de sus causas, en el que entonces no creía casi nadie, se ha revelado muy acertado», sostiene. Pero, según afirma señalando a un problema externo y mayor, «no tenemos una democracia digna del nombre, sino una oligarquía con sistema electoral para distribuir los turnos de gobierno entre los partidos adheridos al sistema».
Recuerdo haber creado los primeros blogs y cuentas de Twitter para Mikel Buesa y Ramón Marcos. Estuve en alguna reunión acalorada entre ambos, echándose pestes el uno al otro a pesar de formar parte de la misma dirección, ante los atónitos asistentes
Alrededor de esos fundadores encabezados por Rosa Díez orbitaron políticos e intelectuales como Arcadi Espada, Albert Boadella o Fernando Savater, que moldearon una idea a la que algunos se apuntaron, aunque con discrepancias desde el inicio. «Todos los partidos tienen disensiones internas. En retrospectiva, tengo la impresión de que nos faltó mano izquierda a la hora de gestionarlas. Entre ceder a los intereses personales y negarse a cualquier diálogo hay caminos intermedios que nosotros no supimos explorar», dice Becerra rememorando aquellas primeras tensiones. «Viví de primera mano aquellas peleas de gallos», explica Tellado. «Recuerdo haber creado los primeros blogs y cuentas de Twitter para Mikel Buesa y Ramón Marcos. Estuve en alguna reunión acalorada entre ambos, echándose pestes el uno al otro a pesar de formar parte de la misma dirección, ante los atónitos asistentes. Lo vi como una guerra de egos», sentencia. «Yo no me metí en política, me metí en UPyD», explica marcando el tipo de implicación que tenía con el proyecto. «Pero me di de baja después de las últimas elecciones internas, que provocamos para pedir un cambio de dirección. UPyD no tenía arreglo: iba a seguir rigiéndose desde la antipatía y el desprecio al discrepante».
Pero no todo fueron enfrentamientos ni debates tumultuosos. Becerra coincide en señalar la visión acertada que dio lugar a UPyD y de la que Gorriarán hace gala. «UPyD fue decisivo en el diagnóstico y en las propuestas que hoy configuran el debate político de nuestro país. Lo mejor de UPyD permanece: contribuimos a propiciar un cambio político sin precedentes y a preparar a la sociedad española para ello. Hoy se habla de los temas clave en los términos que nosotros pusimos sobre la mesa. Era natural que esperáramos convertir ese estado de ánimo en votos, y desde luego ha sido muy decepcionante no lograr recoger los frutos, y que fueran otros los que lo hicieran», lamenta.
Esos «otros» son, sobre todo, Ciudadanos. Por aquel entonces el partido catalán ya existía, pero UPyD caducó más rápido. Cosechó sus primeros éxitos a nivel nacional cuando Rosa Díez se hizo un hueco en el Congreso en 2008 y, gracias a su habilidad como oradora, dio el salto a un grupo parlamentario propio en el que apoyarse. Fue su mejor momento, con 1,1 millones de votos. Un año después, en las europeas en las que Becerra cogió el billete hacia Bruselas, volvieron a romper el techo del millón de votos. Mientras tanto, lograban presencia en los Parlamentos autonómicos de País Vasco, Asturias, Madrid o la Comunidad Valenciana.
Aquellos fueron sus mejores días. Su principal lamento entonces era no tener la presencia mediática y la atención que consideraban que merecían por sus votos, aunque en algunos medios se les daba tribuna preferente. «El trato de los medios ha sido de una hostilidad constante y sectaria. No les ha interesado nada de lo que hacíamos», afirma Gorriarán. «Nos crearon un desierto informativo. Creían que éramos nosotros los que no queríamos ir a televisiones o radios, ni dar entrevistas a los periódicos. La cosa era sencilla y eficaz: se referían solo a Rosa Díez y la acusaban de personalismo mientras a los demás de UPyD nos negaban la mínima atención informativa. Para que se me entienda, un trato exactamente inverso al dado a Podemos, donde cualquier aspirante a algo encontraba abiertas las puertas de todos los medios», concluye. Y eso, en su opinión, tiene un motivo de nuevo externo: «En España tampoco tenemos grandes grupos de prensa independientes. El resultado es un periodismo político partidista y sectario», sentencia.
Esa queja constante fue un error, como lo es cualquier recriminación permanente sin buscar soluciones y analizar qué es lo que tú mismo debes cambiar para que lo demás cambie. Creo que pecamos de una mezcla de soberbia, falta de profesionalidad y cierto esnobismo
El asunto de la relación con los medios y la opinión pública siempre ha sido particular. Pocos partidos han despertado en tan poco tiempo tantas antipatías. Nunca su sala de prensa estuvo tan llena como el día en el que Rosa Díez hizo la intervención en la que se esperaba que anunciara su adiós cuando empezaba la caída. «Es cierto que algunos medios fueron injustos con nosotros, pero no todos. Metimos a todos los medios en el mismo saco», reflexiona Becerra. «Esa queja constante fue un error, como lo es cualquier recriminación permanente sin buscar soluciones y analizar qué es lo que tú mismo debes cambiar para que lo demás cambie. Creo que pecamos de una mezcla de soberbia, falta de profesionalidad y cierto esnobismo. No mantuvimos un diálogo constructivo con medios y periodistas. No aprovechamos oportunidades que otros supieron ver, como las tertulias televisivas. No basta con hacer bien las cosas. Asumir que era obligación de los medios contarlo sin construir una relación de confianza y colaboración constituyó una seria miopía», explica.
«Esta fue una de mis peleas permanentes dentro del área de comunicación, en la que trabajé», dice Tellado al respecto. «UPyD ha abierto la mayoría de los debates importantes de este país en los últimos años, pero nunca se supo comunicarlo bien a los grandes medios», reconoce. «Tengo que decir, en contra del mantra tantas veces aludido por UPyD de que los medios no nos querían, que era falso», sostiene. «Si crees de verdad en la libertad de prensa no hay que demonizar a ningún medio, simplemente asumir que hay distintas líneas editoriales, que no siempre coincidirán con tus planteamientos, y que debes tratar a todos los medios con igual respeto y atenderles con amabilidad y profesionalidad», sentencia. Gorriarán, que era parte de esa dirección a la que se alude, discrepa. «Es falso. Hablando por mí, dudo de que hubiera nadie más accesible por cualquier medio de lo que yo he sido. Y de Rosa Díez puedo asegurar que dedicaba todo el tiempo disponible a hablar con todos, infatigable y siempre atenta. Otra cosa es que haya quien te acuse de falta de permeabilidad si no le das la razón o sigues sus directrices y designios. La política es como el fútbol: todo el mundo cree saber mucho más que el árbitro, el entrenador y los jugadores», zanja.
Pese a esas primeras disensiones internas, y con políticas de comunicación tan discutidas, el partido fue ganando apoyos con sus propuestas. Con su crecimiento en apoyos también vino su ampliación programática: el antinacionalismo ya no era su única bandera y se fijaron en la reforma del sistema judicial, las propuestas sociales, propuestas liberales en lo económico y algunas acciones mediáticas. Los juicios de Bankia, por ejemplo, fueron una gran plataforma de atención. «A partir de nuestras querellas por el caso Bankia en 2012 ya fueron directamente a por nosotros», explica Gorriarán. «Era de acoso y derribo, y lo consiguieron a base de una operación de manual: destrozar la imagen pública de Rosa y del partido y sacarnos de las encuestas de intención de voto, lo que ya te expulsa del tablero. No deja de ser un gran éxito que no tuvieran nada peor que sacar contra nosotros», ironiza.
La escalada de Ciudadanos
Pero la ola ascendente y la atención mediática por el caso Bankia no fue suficiente. Las antipatías externas y esas críticas de falta de permeabilidad del ‘núcleo duro’ del partido empezaron a hacer mella. «Claro que hemos cometido errores, y hemos reaccionado con mucha ingenuidad y seguramente tarde, pero creo sinceramente que esto ha sido un combate de boxeo en que te arrastran a pelear con las manos atadas a la espalda», dice Gorriarán al respecto. Becerra, por su parte, mira también hacia dentro para buscar culpables: «Hubo una mezcla de factores externos e internos», sintetiza. «Cometimos errores que nos pasaron factura en términos electorales. Las europeas de 2014 fueron el punto de inflexión: obtuvimos un resultado razonablemente bueno, pero no supimos abordar la reflexión y el cambio estratégico imprescindible en aquel momento».
Entonces irrumpía con fuerza Podemos, mientras los de Albert Rivera asomaban la cabeza, todavía con resultados mucho menores que los de UPyD. Y la idea de aunar fuerzas entre naranjas y magentas fue tomando fuerza. «Ciudadanos organizó una operación muy inteligente para aprovechar el viento que soplaba de la opinión pública y desde los medios. Fingieron querer un acuerdo que ya no querían, para hacer pasar a UPyD por los antipáticos que se negaban a sumar. UPyD no supo reaccionar ni optimizar su objetiva situación de mayor solidez política, institucional y organizativa», reflexiona.
Aquí las versiones, de nuevo, difieren. Gorriarán marca distancias, mientras Tellado reconoce proximidades. «UPyD se caracterizaba por ser transversal, laica, creativa y a la vez realista, nada que ver con el populismo telecrático de Podemos o Ciudadanos», afirma el primero. «Pinchamos al declararnos aquello tan poético de ‘transversales’ en vez de presentarnos antes la sociedad con el mensaje más claro y comprensible de ‘partido de centro’ «, describe el segundo. «Creo que fue otro error de comunicación importante», termina Tellado.
Boadella, por ejemplo, me pidió en 2009 que le garantizara que nunca nos uniríamos a Ciudadanos. Luego cambió de opinión, cosas que pasan
Ciudadanos, que aún se llamaba Ciutadans, tenía en Cataluña un bastión en el que UPyD no podía entrar, a pesar de que por su posición frente al nacionalismo debería haberle sido favorable. A fin de cuentas, la vía soberanista ya estaba en marcha y muchos votantes no nacionalistas buscaban un partido al que votar que no fuera el PP. Pero tampoco fue UPyD: Ciudadanos, que ocupaba ese espectro ideológico desde hacía tiempo, copaba los votos y enseñaba a los magentas cuál era su techo y cuáles eran sus flaquezas, empezando por la propia existencia de los de Rivera. «Creo que simplemente en Euskadi y el resto de España Rosa Díez era una figura relevante, que sonaba, mientras que en Cataluña se vive otra realidad, más centrada en las figuras propias», resume Tellado. «En Euskadi conseguimos un diputado porque hay una tradición minoritaria, pero sólida, de defensa de los principios democráticos y el constitucionalismo», considera Gorriarán. «En Cataluña no ha sido tan firme y, además, para la opinión pública el espacio de UPyD ya estaba ocupado por Ciudadanos, aunque muchos fundadores intelectuales de ese partido han pasado por todo tipo de ciclos de alejamiento crítico y regreso paternal. Boadella, por ejemplo, me pidió en 2009 que le garantizara que nunca nos uniríamos a Ciudadanos. Luego cambió de opinión, cosas que pasan», comenta.
Durante casi un año, e impulsados por su éxito en Cataluña, Ciudadanos puso en marcha su Movimiento Ciudadano por toda España. Preparó a conciencia el terreno para un salto nacional en un camino contrario al que siguió UPyD: unos fueron desde lo autonómico a lo nacional, mientras que otros habían encallado en Madrid. Por aquel entonces Ciudadanos había cometido algunos errores importantes, especialmente el de coaligarse con Libertas para las europeas, una formación muy volcada a la derecha contra su intento de no definirse «ni de derechas ni de izquierdas», un mantra que repetían en casi todas sus intervenciones. Pero, a pesar de sus resbalones, el contexto les sonrió. El enfrentamiento de Cataluña con el Gobierno central fue reduciendo los apoyos del PP catalán, y Ciudadanos acabó por hacerse fuerte. Sobre esa base, y con la palanca de aquella gigantesca campaña de marketing a escala nacional, iniciaron su campaña de captación provincia por provincia. Y funcionó.
«Ciudadanos es la vieja política: marketing y telecracia, opacidad y tolerancia de la corrupción, continuismo y falta de ideas transformadoras», define Gorriarán. «No tengo la menor duda de que Ciudadanos se prestó a ser utilizado contra UPyD a cambio de financiación para convertirse en unos meses en “partido nacional” y recibir el apoyo masivo y entusiasta de medios que, como El País y su grupo, nunca dieron a UPyD ni el 5% de atención que la dedicada a Albert», critica. Rosa Díez era una gran oradora, pero Albert Rivera era magnético. Los medios empezaron a hacerle más caso a él, que sí fue capaz de venderse como mascarón de proa de un partido político nuevo —aunque es más antiguo que UPyD— y con ideología centrista —aunque muchos de sus miembros tienen un pasado más conservador del que tenía la cúpula de UPyD—. Los magentas empezaban a estancarse y caer, y los naranjas cotizaban al alza. Ciutadans era ya Ciudadanos, y la partida se jugaba ya fuera de Cataluña.
El cisma y la caída
En las europeas de 2014 Ciudadanos volvió a enfrentarse a unos comicios nacionales, tras el pinchazo de las generales de 2008, y triunfaron. Sumaron medio millón de votos, la mitad que UPyD, pero consiguieron representación. El éxito de aquello no fue tanto por el resultado neto, sino por su tendencia al alza. Y algunos dentro de la formación magenta le vieron las orejas al lobo.
En agosto de 2014 el eurodiputado de UPyD Francisco Sosa Wagner publicó un artículo de opinión en El Mundo abogando por una alianza entre ambas fuerzas. «Es preciso unir esfuerzos y lograr un acuerdo entre los pequeños partidos constitucionales para acudir a las elecciones», afirmaba en el texto. Aquello abrió la caja de Pandora. El debate llevaba meses en marcha, pero el artículo lo puso sobre la mesa. Las críticas de compañeros de formación arreciaron, criticando que aireara ese asunto en lugar de proponerlo en los órganos internos. Sin embargo, en la forma en la que trascendió la crítica le dieron la razón: tiempo después la prensa hablaría de un linchamiento interno en el que uno a uno todos los miembros de la cúpula del partido afearon la conducta al que fuera su líder en Bruselas. Y finalmente Wagner acabó renunciando y dejando el partido.
La narración interna, sin embargo, difiere de lo que se publicó en aquellos días. «El tiempo ha demostrado que tenía razón, aunque en su momento no me parecieron bien las formas. Hacía poco que había estado con Sosa Wagner en una reunión de cargos públicos y no solo no dijo nada al respecto sino todo lo contrario», asegura Tellado. «Los problemas con Sosa comienzan cuando averiguamos que había ocultado información sobre los ingresos de su oficina en Bruselas. Entonces se unió al coro de los partidarios de unirse a Ciudadanos cuando llevaba rechazando la idea desde que entró en política. Después se quejó de persecución y falta de democracia en UPyD, pero el hecho es que tengo muchos correos suyos quejándose de lo contrario, de los excesos de democracia interna en UPyD y de la necesidad de una dirección al viejo estilo, sin primarias ni esas novedades», recrimina Gorriarán.
«No comparto que se le convirtiera en un mártir, ni es cierto que fuera un linchamiento. Hubo mucha gente que le reprochó no tanto su propuesta, por sorprendente e inesperada que fuera en alguien que nunca había hecho tal planteamiento en el seno del partido, sino las formas. Y también hubo gente, y no dos ni tres, que lo defendió», rememora Becerra. «Pero es evidente que aquella reunión se diseñó de forma equivocada. Para él fue muy fácil trasladar un relato de auto de fe, puesto que, con el ambiente que había, la gente estaba dispuesta a creerlo», analiza.
Su salida, sin embargo, no acalló el debate, sino que lo impulsó. Muchas voces comenzaron a sonar apuntando hacia Díez y su guardia pretoriana de la dirección, descrita constantemente en los medios como inaccesible, inalterable y enrocada. Criticaban con dureza a Ciudadanos («movimiento tertuliano» lo llegó a llamar Gorriarán) mientras lamentaban que se les prestara más atención a sus rivales o a sus críticos que a sus propuestas y actividades en el Congreso. «Sería estúpido ignorar que la política atrae mucho, además de idealistas, a personas sin escrúpulos que solo desean una carrera de promoción personal. Esas tensiones siempre han sido utilizadas contra UPyD para presentar al partido como una jaula de grillos, con acusaciones de personalismo o autoritarismo. Hay personas que se marcharon de UPyD o fueron expulsadas y así conseguían una portada de periódico donde se lapidaba a la dirección», recoge Gorriarán. Finalmente, y como forma de intentar acallar todo aquello, se celebró una reunión entre los equipos de Rivera y Díez de cara a la prensa y se trabajó durante meses sin demasiada voluntad para intentar firmar una alianza entre ambas fuerzas. Como era previsible, no funcionó.
Sería estúpido ignorar que la política atrae mucho, además de idealistas, a personas sin escrúpulos que solo desean una carrera de promoción personal
«Creo que cada día que pasa queda más en evidencia que el parecido entre Ciudadanos y UPyD era puramente cosmético», afirma Gorriarán, presente en aquella mesa. «Celebramos varias reuniones y en cada una quedaba más claro que hablábamos de cosas muy diferentes. Nosotros queríamos un cambio democrático que superara el bipartidismo y sus vicios, y ellos ser una bisagra del sistema», critica. Sus excompañeros de partido, sin embargo, no lo ven de forma tan categórica. «Se abrieron unas conversaciones en las que, en realidad, ninguno de los dos partidos quería llegar a un acuerdo», analiza Becerra. «Los problemas eran más bien de modelo de partido. Pero no había ningún asunto ideológico capital que impidiera la integración», sostiene.
«Si hubiese habido una voluntad real hoy habría un solo partido de centro, o centrado, con un gran portavoz, un partido sólido y limpio y unas bases fuertes y motivadas», imagina Tellado. «No era cuestión de ideología sino de organización interna pura y dura», lamenta, aunque con matices: «Yo no era partidario de una unión en frío», dice, aunque reconoce que había «una oportunidad fantástica de haber llegado a la sociedad, porque la realidad es que los españoles nos veían como partidos iguales, al menos en el discurso. Estructuralmente UPyD siempre ha sido un partido sólido, limpio y transparente, y Ciudadanos casi justo lo contrario, pero eso el ciudadano medio no lo ve, y ni siquiera le importa mucho», reconoce.
Como analizaba Gorriarán, se criticó mucho a UPyD por el fracaso de aquellos contactos. «Nos destrozaron políticamente con una pinza muy eficaz: los ataques externos y los internos a cargo de esas personas que entran en política para medrar como sea, y ese fue por cierto nuestro peor error: no actuar contra esa gente sin contemplaciones. La excusa era la de que había que llegar a un acuerdo con Ciudadanos, que era el partido que los medios impulsaban al alza mientras nos derribaban a nosotros. Pero muchos de los que defendian ese ‘acuerdo’ ya estaban en realidad trabajando para Ciudadanos». «Visto en perspectiva, parece claro que estratégicamente deberíamos haber absorbido a Ciudadanos antes de las elecciones catalanas de 2012», dice Becerra. «Al final ni fusión fría ni caliente, sino un desastre para UPyD, y posiblemente al final también para el país, pues nos queda mucho y malo que ver de Ciudadanos», vaticina Tellado.
En poco tiempo se empezaron a ver los resultados de todo aquel proceso. Primero, cuando una manifestación convocada por el partido congregó a apenas un centenar de personas en Sol, dejando en evidencia la brutal pérdida de apoyos. Después, en la siguiente cita nacional —las municipales de 2015— cuando se derrumbaron: UPyD perdió ocho de cada diez votos, mientras que Ciudadanos triplicó los suyos. En apenas un año los naranjas eran siete veces los magentas. «Cuando en un solo año pierdes el 90% de tus votos la gente deja de votarte porque cree que has dejado de ser voto útil», lamenta Gorriarán. «Ciudadanos trazó una estrategia exitosa de ofensiva contra UPyD», analiza Becerra, «y la reacción de algunos fue visceral. No, no fue acertado», reconoce.
Toda aquella situación acabó llevando a Rosa Díez, corazón y alma del partido, a abandonar la dirección, no sin antes señalar a un delfín para sucederla. Se trataba de Andrés Herzog, arquitecto de aquel mediático caso Bankia, que acabó imponiéndose al sector crítico que lideraba Irene Lozano y en el que estaban Toni Cantó,Ignacio Prendes y otras caras importantes del partido, que acabaron marchándose, fundamentalmente hacia Ciudadanos. Entonces comenzó la agonía del partido. El propio Herzog se presentó en las puertas del plató de televisión donde se celebraba el debate electoral de las generales de 2015 con un puñado de seguidores para protestar por que no le invitaran en una imagen un tanto lastimosa para muchos simpatizantes. Tras la desaparición del partido del Congreso, Herzog firmó su baja del partido y se apuntó a las listas del paro.
Muchas voces de la formación, como Lleonart o Becerra, pedían entonces la desaparición de las siglas. Pero el agónico paseo continuó de la mano de Gorka Maneiro, el que fuera el último diputado autonómico de la formación, y que acabó por perder su escaño el pasado mes de septiembre tras los comicios vascos. Tras las generales de 2015 tuvieron que abandonar su sede por falta de fondos. En las generales de 2016 bajaron de los cincuenta mil votos. «Mi relación con el partido es emocional. Siempre será mi partido», dice Gorriarán, que abandonó la formación de la mano de Rosa Díez.
De repente el votante tenía que decidir entre varios partidos que prácticamente venían a transmitir lo mismo, y había dos de ellos, Ciudadanos y Podemos, que se lo decían con mensajes sencillos, claros y empatía. Mientras, el otro partido estaba todo el día de broncas y disensiones, siendo desagradable, antipático y con problemas constantes. ¿A cuál elegirías? La decisión era simple
Becerra es clara en la autocrítica a la hora de buscar responsabilidades por lo que ocurrió. «Quizá nuestro principal error fue el maximalismo, convertir en cuestión de principios hasta el último detalle. Los medios debían darnos cobertura amplia y positiva y los ciudadanos votarnos en masa simplemente porque éramos el mejor partido. No tuvimos en cuenta factores de la política moderna que otros supieron entender mejor». En una línea similar se mueve Tellado: «La estrategia en UPyD estaba demonizada, todo se basaba en ‘los principios’, sin comprender que debes ser flexible y paciente», critica. Ambos coinciden, de nuevo, al analizar por qué la gente dejó de votar a UPyD de forma tan rápida y masiva. «Percibieron que había otro partido con un proyecto muy parecido y con más fuerza y empuje, con más apariencia de éxito y modernidad acorde a los códigos vigentes, con una imagen más juvenil, más dialogante», analiza Becerra. «Fue por obligarles a decidir, así de simple», sentencia Tellado. «De repente el votante tenía que decidir entre varios partidos que prácticamente venían a transmitir lo mismo, y había dos de ellos, Ciudadanos y Podemos, que se lo decían con mensajes sencillos, claros y empatía. Mientras, el otro partido estaba todo el día de broncas y disensiones, siendo desagradable, antipático y con problemas constantes. ¿A cuál elegirías? La decisión era simple», explica.
«El partido, en general, fue inflexible. Nos faltó realismo y cintura. Y terminamos parapetados en un estéril orgullo de siglas que ya solo llegaba a nuestro núcleo duro, insuficiente para poder influir», reconoce Becerra. «Hubo un mucho de soberbia», dice Tellado. «Nos convertimos en un partido antipático. No sé si era por el pasado académico de los fundadores, pero el discurso de UPyD hacia la ciudadanía siempre era desde arriba, desde la palestra, como ese profesor que incide en lo que los alumnos no saben en vez de concentrarse en llegar a ellos y hacerles más sabios», lamenta.
Al final, todos ellos han acabado por abandonar unas siglas que ya son historia —breve— de las instituciones. De un movimiento que rompió una tendencia hegemónica y consiguió hacerse un hueco, a pasar al olvido. Todo en apenas unos años. «En España somos fantásticos jugadores de salón, pero cuando hay que bajar al terreno de juego se nos olvida que debemos jugar en equipo, y asumir que hay un árbitro, a veces varios, que nos forzarán a cambiar nuestras estrategias de juego para conseguir ganar el partido», explica Tellado con una metáfora. «UPyD ha sido un estupendo jugador de salón pero malísimo en el campo de juego», sentencia.