«Iba con dos amigos de la cuadrilla desde uno de los barrios de mi pueblo a otro después de las fiestas. Nos paró un control de la Guardia Civil y nos fueron a cachear. Entonces uno de los que venían conmigo sacó la pistola y mató a uno de los guardias civiles a nuestros pies». El agente asesinado se llamaba Manuel Pérez, y el autor del disparo Miguel Ángel Apalategi ‘Apala’. Tenía entonces diecinueve años y hoy sigue huido de la Justicia. Él fue quien detonó la entrada de Lurdes en ETA y, según su versión, también el responsable último de que acabara saliendo. Ella, que entonces tenía dieciocho y que ahora supera los cincuenta, rememora la historia con rabia y dolor. El control policial se debía a que ETA había robado la nómina de una importante empresa de la zona unos días antes, el 31 de mayo del ’74, y el que entonces era amigo de la cuadrilla iba armado porque había colaborado con el comando responsable. «De hecho, estaba huido de su casa en ese momento», comenta. La escena «muestra muy bien las normas de seguridad que seguían los miembros de ETA: armado y de fiestas», ironiza.
El motivo de la conversación no es su pasado en ETA, sino lo que sucedió cuando estaba dentro. Lurdes, que fue tiempo atrás responsable de política lingüística del Gobierno vasco, fue en esos años la pareja de Eduardo Moreno Bergaretxe, uno de los pocos que en ETA apostaba entonces por abrir una vía política además de la armada. Y eso, que en los primeros años de ETA no encajaba dentro de la organización, le acabó costando la vida, según su entorno: desapareció y, casi medio siglo después, sigue sin haber acuerdo sobre quién fue el responsable. En el listado de más de mil víctimas del llamado conflicto vasco apenas un puñado de crímenes está oficialmente pendiente de responsable, y el de ‘Pertur’, que ese era su apodo, fue uno de ellos. Un grupo de extrema derecha dijo ser el responsable, pero la familia nunca lo creyó. «Seguimos desgraciadamente sin saber. Llevamos años pensando qué pudo pasar, y la posibilidad más verosímil es que fueron sus propios compañeros, o que al menos tuvieron algún grado de intervención en su desaparición», relata.
Un desayuno rápido en la cafetería de la facultad donde enseña ha precedido la conversación. Lurdes saluda en euskera a la camarera, que sonriente confiesa que es el primer croissant a la plancha que prepara nunca, y a un grupo de tres profesores con los que se cruza. Vitoria ha amanecido ese día plomiza, y la lluvia empapa las calles alrededor de las vías del tren, junto a la universidad. En la puerta del campus un nutrido grupo de alumnos espera para una charla. El suelo y las paredes están llenas de pegatinas en apoyo a un jugador de fútbol envuelto en una polémica ideológica semanas atrás. Algunas pintadas, inexorables en cualquier universidad vasca, decoran también las paredes de las escaleras. Arriba, en la puerta del despacho compartido de la profesora Lurdes Auzmendi, una alumna del grado de Traducción e Interpretación le pregunta unas dudas, también en euskera. Su pasión por el idioma y la cultura vasca le ha acompañado durante toda su vida, y ahí sigue a sus más de cincuenta años. Ojos claros y menudos, nariz estereotípicamente vasca, facciones marcadas y pelo corto a lo chico definen el rostro de alguien que se desnuda sin miedo al hablar, hasta el punto de acabar llorando al recordar.
«Yo era una joven de Ataun, en el corazón de Goierri, en los años más duros del franquismo. Precisamente el franquismo fue lo que me llevó a ponerme en las primeras filas de la lucha. El juicio de Burgos del ’68 me marcó, porque dos personas de mi pueblo fueron juzgadas y uno de ellos fue condenado a muerte». Habla de ‘Unai’ Dorronsoro y de su hermana Ione. «Yo no entendía cómo se podía condenar a muerte a dos personas que luchaban por Euskadi». Pocos años después, en 1974, tuvo lugar otro hecho determinante para ella: el juicio a Salvador Puig Antich. «Aquello me llevó a la cárcel de Martutene la primera vez, donde estuve muy poco tiempo, no sé si dos o tres meses. Tras el juicio y su muerte a garrote vil fui expulsada del instituto y no pude terminar COU», relata. Eran los últimos estertores del franquismo, cuando el régimen se quebraba a la misma velocidad que la salud del dictador, y la represión se recrudecía para evitar dar alas a quienes vislumbraban su final. Ese mismo año, apenas unas semanas después, tuvo lugar el asesinato que le llevaría a cruzar la frontera y unirse definitivamente a ETA.
Tras el disparo no sentí más que auténtico miedo. Eché a correr por la carretera y me paré porque venían coches en la otra dirección
«Tras el disparo no sentí más que auténtico miedo. Eché a correr por la carretera y me paré porque venían coches en la otra dirección. Debí de correr muy pocos metros. Cada vez que pienso el riesgo que corrí… Porque cualquier guardia civil podía haber reaccionado disparándome, aunque no reaccionaron de esa manera. En esos momentos hay un bloqueo en el que uno no piensa, sólo siente. Y siente pánico». ‘Apala’ saltó al río y huyó, pero ella y el otro amigo de la cuadrilla, José María Arín Baztarrica, fueron detenidos. «Pasamos la noche en las dependencias de la Guardia Civil. Empecé a reaccionar cuando estaba ya allí, cuando me entero de que el agente al que ha disparado la persona con la que iba había muerto. Aquella noche ningún agente me puso la mano encima, y cualquiera podía haber venido… Imagínate la reacción que podían haber tenido: Guardia Civil, franquista y con un compañero de ellos que muere por el tiro de un supuesto miembro de ETA». Su suerte no terminó ahí. «Fuimos interrogados por el entonces comandante de Guipúzcoa, que llegó a la conclusión de que nosotros no sabíamos nada de los hechos. Y era más o menos cierto, digamos: sospechar, nosotros sospechábamos sobre que ‘Apala’ tenía algo que ver, pero saber a ciencia cierta es verdad que no sabíamos nada. Estábamos delante, pero nosotros no habíamos sido», relata. «Entonces decidió ponernos en libertad. A la mañana siguiente, de hecho, nos llevó en coche a nuestros domicilios y ahí se acabó todo. Rápidamente pensamos que aquello no iba a acabar así, que en cuanto alguien supiera que habíamos sido puestos en libertad… En aquellos momentos había cientos de guardias civiles por nuestros pueblos porque el comando había huido y estaban buscándolos. Así que nos marchamos de casa ese mismo día. Era domingo. Al comandante le abrieron expediente ese mismo día, y esa noche efectivamente fueron guardias civiles a buscarnos a nuestras casas para detenernos. Claro, yo sí estaba colaborando con ETA, y ya hubo quien supo que, efectivamente, cuando nos fueron a buscar fue por algo. Ya no nos encontraron, ya habíamos huido. Así es como paso yo al exilio», dice con una sonrisa de tristeza.
Fueron guardias civiles a buscarnos a nuestras casas para detenernos. Claro, yo sí estaba colaborando con ETA
En mayo huyó y en junio pasó al otro lado, a Francia, donde estuvo tres años. «Al principio en Hendaya, luego San Juan de Luz… muchos sitios. En julio me llevó un miembro de la dirección a un caserío en el que se iban a impartir cursos de formación para cuadros de ETA ‘legales’. Llegué allí y me fueron presentando a las personas que había, los miembros de la organización que en cierta manera se estaban responsabilizando de ella. Y entre ellos estaba Eduardo». Durante toda la conversación se referirá a él por su nombre, salvo al final. ‘Pertur’, dice entonces, marcando el apodo y sonriendo. Pero en ese momento era todavía «Eduardo». «Para mí, que tenía dieciocho años, aquello era, aparte de todo, alucinante. Una mañana estaba en la casa donde me habían metido y me dijeron: ‘Vístete y te vienes conmigo, coge la ropa que tengas’. Me llevaron a otro sitio y me dijeron: ‘Tú vas a trabajar aquí’. Lógicamente iba a trabajar de lo que iba a trabajar, de cocinera. El papel que tenían destinado las mujeres era muy evidente. Y así conocí yo a Eduardo», explica. «Recuerdo que cuando me lo presentaron se refirieron a él como ‘bah, este es un puto marxista-leninista’. La gente que se ocupaba de pensar, de formar, eran considerados eso, putos teóricos. Ahí lo que mandaba era el pim-pam-pum, y así se trataban ya desde el comienzo. Los orígenes están ahí: siempre habían mandado los militares dentro de ETA, y seguían mandando. Los cuadros políticos, ideológicos, siempre fueron absolutamente despreciados por la otra parte. Eduardo era una persona muy bien formada, que seguía formándose, una persona que seguía leyendo. Sería de las pocas casas de refugiados en las que había una buena biblioteca, pequeñita, pero en fin, había una máquina de escribir, abundantes folios y mucho bolígrafo y lápiz», rememora sonriendo, hablando con una visible admiración.
La gente que se ocupaba de pensar, de formar, eran considerados eso, putos teóricos. Ahí lo que mandaba era el pim-pam-pum
Habla de ‘Pertur’ como de un pensador, un intelectual, alguien que pensaba en el diálogo antes que en las armas. En su propuesta política la idea era abrir el diálogo, aunque con el entorno cultural y obrero, no aún con el Estado. Ese diálogo, en cualquier caso, tendría en la retaguardia y como complemento las armas. A día de hoy parece poco, pero para esa primera ETA era más de lo que se podía plantear. «Él siempre mantuvo todas las puertas abiertas. Era una persona que iba haciendo ya sus cálculos, que decía ‘bueno, cuando muera Franco van a empezar a cambiar las cosas’, aparte de saber ya distintos frentes que se iban abriendo dentro de España. En la misma medida él mantenía contactos con los presos más significativos en las cárceles. No cejaba en ese empeño, como otros, pero al ser él la cabeza de esa corriente, lógicamente, les molestaba. Eran celos, eran temores, eran odios».
Alguna vez ‘Apala’ declaró a compañeros de la organización que Eduardo estaba muerto, bien muerto y en el fondo del mar
La mañana del 23 de julio de 1976 ‘Pertur’ se dirigía a una reunión en la localidad francesa de San Juan de Luz a la que no acudió nadie. A la salida del bar donde lo habían citado se dio de bruces con dos compañeros de ETA, Francisco Mujika Garmendia ‘Pakito’, y el propio ‘Apala’. Él les pidió que lo llevaran en coche a otra reunión a pocos kilómetros, pero nunca más se supo de él. «Paco Garmendia ya fue interrogado al respecto, y siempre ha mantenido que nada, que les pidió que lo llevaran, que lo llevaron y lo dejaron, pero no hay testigos de que jamás llegara. Y luego está ‘Apala’, al que nunca se lo ha podido interrogar». El mismo que, con aquel disparo al guardia civil precipitó la huida y entrada en ETA de Lurdes, y al que acusa del asesinato de su pareja. Quedaban diez años para que ‘Yoyes’ fuera asesinada por sus compañeros de organización, pero aquello ya tenía un precedente. «Alguna vez ‘Apala’ declaró a compañeros de la organización que Eduardo estaba muerto, bien muerto y en el fondo del mar». ‘Apala’ era quizá el más visible, pero no el único que estaba enfrentado a ‘Pertur’.
Disidencias había contra las barbaridades que de vez en cuando se cometían
Lo que según Lurdes precipitó todo fue el secuestro y asesinato de Ángel Berazadi en la primavera de ese año. «Lo de Berazadi fue…», dice mientras tuerce el gesto como signo de desaprobación, «Eduardo negoció con la familia, había acordado la rebaja del pago pedido, y eso ya desencadenó todos los enfrentamientos hasta últimos extremos. La parte que tenía el control del secuestro no respetó el acuerdo y lo asesinaron». Aquella, en realidad, no fue la primera muestra de disidencia interna. Cuando dos años antes, el 13 de septiembre de 1974, tuvo lugar el atentado contra la cafetería Rolando, en el centro de Madrid, se abrieron muchas fisuras internas. «Yo era muy joven y todavía tenía muy poco conocimiento de la organización, pero vi en mi entorno reuniones bilaterales, trilaterales, reuniones de la dirección… Disidencias había contra las barbaridades que de vez en cuando se cometían, pero ya». En eso quedaban, y así se resolvían. En aquella explosión murieron trece personas, y algunas voces se alzaron en los caseríos de los huidos. En aquella tensión se juntaba también que estaba reciente el fracaso de la fuga de Segovia, un extraño episodio en el que se consiguió frustrar casi por completo una huida masiva de presos de ETA.
Había cuadros por ahí de miedo, que cada vez que había un militante que caía había que atarlos para que no se desmadraran, vinieran y empezaran a cometer barbaridades de todo tipo
Lurdes describe a ETA entonces «como un horror», y ríe con cierta amargura al decirlo. «La parte militar estaba desestructurada, con un poder casi absoluto dentro de la organización y gente con problemas reales de desquiciamiento, que no en balde era gente que había intervenido en asesinatos. También había gente en el aparato militar con la cabeza muy bien amueblada. Me acuerdo por ejemplo de Iñaki Pérez Beotegi ‘Wilson’, con varios asesinatos a sus espaldas, que luego entró en Euskadiko Ezkerra y murió en 2008. Era una persona con una formación y un autocontrol… Y más gente que pasó por las cárceles de los comandos aquellos que cayeron en Madrid y Barcelona. Iñaki Mujika Arregi ‘Ezkerra’, Juan Antonio Goiburu… Pero bueno, había cuadros por ahí de miedo, que cada vez que había un militante que caía había que atarlos para que no se desmadraran, vinieran y empezaran a cometer barbaridades de todo tipo», asegura. Sobre la desaparición de Eduardo se puso una enorme losa de silencio. Tanto tiempo después, dos de los supuestos implicados, como ‘Pakito’ o Eugenio Etxebeste ‘Antxon’, han abandonado ETA pero no han ayudado a aclarar lo que sucedió. «Todo lo contrario, no han tenido ningún comentario al respecto. Pensarán que eran gajes de una organización como ETA. Anímicamente para mí es como si hubieran actuado ellos, porque desde luego alegrarse se alegraron muchísimo en todo momento de la desaparición de Eduardo», afirma.
«Me arrepiento de no haber hecho más de lo que hice, y fui bastante contestataria. Monté unos cuantos pollos dentro de la organización con la poca capacidad que tenía, a veces de forma absolutamente inconsciente. Con el paso del tiempo he pensado muchas veces en que si en aquella situación no hubiera hecho tal cosa o tal otra… Por supuesto que eso lo piensas», asegura. Y ahí, tras la desaparición, empezó el camino de regreso. «En el momento en el que él desaparece yo allí ya no tengo nada que hacer, e inmediatamente empiezo a pensar que quiero regresar». En ese momento se rompe. Lo que durante mucho rato habían sido los ojos enrojecidos y húmedos se convierte en lágrimas. La voz le tiembla mientras habla y, a la vez, rechaza con un gesto detener la conversación. Respira más hondo y sigue hablando.
Cuando volví del exilio fui tachada de traidora, como todos los que volvíamos entonces. Me hace gracia por la cantidad de ellos que han vuelto posteriormente sin haber logrado absolutamente nada…
«Después de su desaparición, lo de volver me costó varias gestiones por parte de mi abogado, Juan Mari Bandrés, y por parte de los padres de Eduardo ante el gobernador civil. Eduardo desapareció en julio y yo regresé en noviembre», cuenta. Ahí empezaron muchos desencuentros con el mundo del que había formado parte, pero según su relato, nunca llegó al punto de sentirse amenazada. «No tuve miedo a ETA cuando volví. Me sentía muy arropada por la familia de ‘Pertur’, tanto por los padres como por la tía Mari Asun Bergaretxe, que peleó hasta el día en que murió porque se aclarara la desaparición. Cuando volví del exilio fui tachada de traidora, como todos los que volvíamos entonces. Me hace gracia por la cantidad de ellos que han vuelto posteriormente sin haber logrado absolutamente nada… Y yo no sé si alguien los ha tachado de traidores, creo que no», comenta con sorna. «Yo amenazada no me he sentido, tengo que confesarlo, y no he tenido ningún problema. Miedo no tuve, ni a la Policía ni a ETA», afirma. Pero respeto sí. «Yo solía cruzar la frontera para ir a visitar a compañeros que había dejado allí, compañeros de fatigas que se quedaban para seguir intentando esclarecer la desaparición de Eduardo, compañeros que estaban llamados a llevar a cabo el desdoblamiento definitivo de ETA político-militar. Cuando iba, al llegar a la frontera, lo pasaba mal porque siempre me paraba la Policía. Siempre era llevarme al cuarto de al lado, pedirme el pasaporte, hacer veinte mil llamadas… Como máximo me preguntaban que a dónde iba, que qué iba a hacer, tampoco era más, pero siempre era sentir ese mal trago». Suspira, y sigue: «El sobresalto cada vez que veía a la Policía Nacional o la Guardia Civil me siguió durando muchísimos años. Era un miedo atávico casi, y eso que yo no tenía nada que temer, absolutamente nada».
El sobresalto cada vez que veía a la Policía Nacional o la Guardia Civil me siguió durando muchísimos años. Era un miedo atávico casi
A su regreso cambiaron muchas cosas. Militó durante un tiempo en EIA, un partido abertzale que luego fue parte de Euskadiko Ezkerra, formación que salió del «desdoblamiento» de la ETA en la parte político-militar y la ETA que perduró hasta nuestros días. «Al poco tiempo de volver empecé a trabajar en las Gestoras pro Amnistía, en aquella genuina. Fue un periodo muy intenso por aquellas grandes huelgas y manifestaciones pidiendo la amnistía después de la muerte de Franco. Estuve hasta la concesión de la amnistía. Fue cuando ya dije ‘bueno, los presos han salido, es el cierre de otra etapa, y me tengo que poner a pensar en mí misma’, y empecé a rehacer mi vida». Retomó el último curso de instituto allí donde lo dejó, en el juicio a Puig Antich, se especializó en euskera y siguió adelante. «Y hoy estoy aquí, ya en las puertas del último ciclo de mi vida, pensando en un contrato relevo, en una jubilación y en poder disfrutar un poquito más de la vida», sonríe. Aunque todo aquello aún no ha acabado. «Muchos seguimos sintiendo un pequeñito soplo, pequeñito, pero que se sigue sintiendo», dice con voz muy queda mientras mueve sus dedos junto a su oreja para reforzar sus palabras. «En el día a día afortunadamente los olvidas, pero a nada que oigo cierto tipo de discursos, a nada que veo ciertas cosas, como las pintadas aquí en la universidad, a nada que veo físicamente a ciertos elementos me suele seguir viniendo. Ahí están todavía…», dice casi en un susurro.
«La cosa esta del nacionalismo siempre une mucho. La simbología une, la ikurriña sigue uniendo como si fuera pegamento. Seguimos con el idealismo este de la independencia, que algunos llaman derecho a decidir. ¿A decidir qué? No se atreven ni siquiera a decir ‘independencia’. Siendo tan respetables como son políticamente estas cuestiones, aquí se banalizan. Siguen unidos también porque les está dando rédito político. Muy bien, que sigan aquí, en la lucha política, que aquí es donde tienen que trabajar: la gente les vota y ahí están, en las instituciones, y tienen todo mi respeto, aunque no mi aprobación», dice en referencia a la izquierda abertzale. «Tengo muy buena relación con algunos de ellos, una cosa no quita la otra. La convivencia también exige eso, y a los políticos les va a exigir también gente que tienda puentes. Cuando estuve en el Gobierno vasco ya me tocó mantener contactos con gente de ellos que estaban trabajando en el mundo del euskera. Yo los he respetado, ellos me han respetado y ahí no ha habido más», dice.
Dinero deben tener todavía para seguir por ahí sobreviviendo, algunos de ellos en exilios dorados, hay que decir, que si les hubiera tocado trabajar a lo mejor se hubieran doblegado antes y hubieran tomado otros caminos, pero bueno, viven bien…
La pervivencia de ETA tiene que ver, en su opinión, precisamente con la falta de firmeza por parte de la izquierda abertzale. «Siguen queriendo obtener rédito político, y aunque se les ha dicho por activa y por pasiva que no, hay gente que no quiere reconocer que han perdido. Personalmente, conociendo a algunos, esa gente no puede reconocer que ha perdido», sostiene. Ella misma convivió con algunos célebres huidos. «Inmediatamente me han venido dos nombres, uno, evidentemente, ‘Apala’, y otro Josu Urrutikoetxea, ‘Josu Ternera’, y seguro que hay más», asegura. «Si desde aquí no se les dice ‘se acabó y tenéis que decir que se acabó’ no lo van a hacer, y desde aquí no se les está diciendo eso, todo lo contrario: siguen manteniendo paños calientes todos los días. La izquierda abertzale no sé qué tipo de imaginario tiene en relación a ETA. Ellos dicen que ninguno, pero algunos de ellos en lugar de condenarla incluso todavía los justifican. ¿Qué necesidad tiene ETA de disolverse? Dinero deben tener todavía para seguir por ahí sobreviviendo, algunos de ellos en exilios dorados, hay que decir, que si les hubiera tocado trabajar a lo mejor se hubieran doblegado antes y hubieran tomado otros caminos, pero bueno, viven bien…».
Otra cosa es que decidan volver a actuar. «No sé hasta qué punto tienen intactos los arsenales, no sé hasta qué punto los tiene la Policía ya tan controlados que si a alguno se le ocurriera mover una sola pestaña les fueran a echar la mano… Ojalá, ojalá sea así», dice. «Pero el temor no se nos va. Son demasiados años, es mucho el sufrimiento como para que esto se borre. En tres años desde luego no, qué va, de qué, para nada. Yo tengo una memoria muy selectiva, de todas maneras. Me ayuda muchísimo a sobrevivir, me ayudó desde el principio. Tengo una gran capacidad para borrar nombres, caras, circunstancias… He borrado muchísimo. Borro, borro, borro… No puede ser, es demasiado horror para seguir teniéndolo ahí almacenado». Pero lo lleva consigo, como muchas otras personas que, de una u otra forma, han sido víctimas de la violencia.
Esa esperanza de que se esclarezca nunca la vamos a perder. Yo siempre espero que, aunque sea en el lecho de la muerte, alguien que tuviera participación en aquel hecho pueda confesarlo
Más de treinta años después de la desaparición de ‘Pertur’ un juez decidió reabrir el caso. Las ganas de saber qué sucedió son mucho mayores que el esfuerzo por olvidar, así que asegura que sintió «satisfacción», sobre todo porque alguien con capacidad de dilucidar lo que ocurrió interviniera. «Lo que pasa es que una misma, de tanto revivir, de narrar tantas veces los mismos hechos, de dar tantas vueltas, ya no sabe si lo redibuja. Al final la reapertura se quedó en agua de borrajas, pero siempre nos queda la certeza de que, si en algún momento hay cualquier indicio, inmediatamente se va a volver a activar la maquinaria. Y seguiremos con la esperanza, lógicamente. Esa esperanza de que se esclarezca nunca la vamos a perder. Yo siempre espero que, aunque sea en el lecho de la muerte, alguien que tuviera participación en aquel hecho pueda confesarlo».
Lo que estamos viviendo ahora en parte es fruto del trabajo que hicimos algunos. Y que algunos hicieron este trabajo hasta extremos de perder la vida
Desde que aquella joven entró en la primera ETA hasta hoy ha llovido mucho. Ha rehecho su vida y cuenta sus vivencias a los que hoy son los jóvenes de la familia. «Sí les explico. Yo, la verdad, no tengo nada de lo que avergonzarme, y no me arrepiento de nada. Soy muy crítica con algunas cosas que hizo ETA en los tiempos en los que estuve, pero éramos parte de lo que éramos y también hay que saber ser responsables de lo que hicimos. Hay que contar para que no se cometan los errores que se cometieron. ¿Cómo no van a tener derecho, incluso la obligación, de conocer el pasado de gente de su entorno familiar más cercano? Si en las escuelas les obligan a aprender los nombres de los reyes visigodos, cómo no van a tener que conocer la historia más próxima», dice. A los más pequeños se lo cuenta de forma casi anecdótica. «Les digo ‘pues mira, yo una de las veces crucé esta frontera de Behovia pero por el río’, y me dicen ‘¿cómo que por el río?’, y les vas diciendo. Los chicos y chicas pequeñas lo viven como una aventura. Sí, bueno, pues de aventura… En fin», dice con gesto serio. «Lógicamente no les cuentas que tenías miedo de que te tiroteara la Guardia Civil, pero sí les cuentas que tenías miedo de que te pillara la Policía. Sí les cuento la evolución, y les digo que lo que tienen ahora, lo que estamos viviendo ahora, en parte es fruto del trabajo que hicimos algunos. Y que algunos hicieron este trabajo hasta extremos de perder la vida», relata.
Saca pecho pensando que al final Eduardo tenía razón. «Fue un avanzado a su momento en todos los sentidos», dice. «Calculó qué evolución iba a tener la política vasca en los tiempos inmediatos después de la muerte de Franco, pero hubo gente que no quería saber nada de esa realidad. Para ellos no cambiaba nada, para ellos iba a seguir todo igual hasta la independencia y el socialismo. Y cuarenta años después tenemos lo que tenemos, una situación muchísimo mejor que entonces. Yo no pensaba que iba a conocer el grado de libertad, de desarrollo o de autogobierno que tenemos. Quién me iba a decir a mí que yo iba a pasar por un gobierno y que iba a ser la responsable de política lingüística. Tenemos una Euskadi con unas estructuras políticas muy sólidas, con una efervescencia política muy interesante», relata en un tono casi institucional. «Eduardo hubiera estado orgulloso de ver el trabajo que se ha venido haciendo estos años. Si le hubiera tocado tener una evolución normal, como la de miembros que entonces fueron de ETA y que luego tuvieron cargos políticos como representantes institucionales… Él sí tenía dotes para político. Era un hombre muy dialogante. En fin, con decir los carros y carretas que aguantó dentro de ETA, eso ya le hubiera dado alas en una situación normal para haber volado hasta el infinito. Él, ya bregado en estas situaciones, qué no hubiera podido hacer…».
Pero Eduardo, ‘Pertur’, uno de los primeros que imaginó añadir la palabra «política» a la vía militar de ETA, no está. Sólo un nombre, el de ‘Apala’, el que con un disparo la empujó al exilio y el que quizá con una orden le hizo volver, ocupa el pensamiento de Lurdes. Aunque el día a día de la profesora Auzmendi esté en otras cosas más cotidianas, en el fondo sigue esperando una confesión que les explique lo que pasó. A ese confidente, sin embargo, no le concedería una cita para recibir su pesar, si lo hubiera: «¿A estas alturas? En absoluto. Lo único que me interesa es saber qué pasó. Ya lo demás es totalmente accesorio», dice. Y mientras ese momento llega, y pese al tiempo transcurrido y a haber rehecho su vida, sigue manteniendo una estrecha relación con la familia de aquel joven al que conoció dentro de ETA. «Los padres están ya muy mayores. Ahora que lo pienso, la última vez que estuve con ellos, hará un mes o algo así, no sé si salió Eduardo a colación en algún momento. Habrá sido de las poquísimas veces, porque siempre hay alguna cuestión que nos lleva a recordar», cuenta. Y piensa en una inexorable cuenta atrás para saber la verdad. «El día que falten ellos seguirán los hermanos. Y, si no, seguirán los sobrinos. Y todo seguirá. Seguiremos esperando».