«Odiar es un ejercicio de gran esfuerzo, no es una cosa fácil. Es como amar, requiere de ti, tienes que poner algo de ti. Y yo desde luego no estoy dispuesta a poner todo eso de mí para gentuza como esta». Edurne espera de pie, en la puerta de un bar frente al puerto de Lekeitio. Vestida con gabardina negra, bolso al hombro, un purito en los labios y mirada en el horizonte. Enfrente, un velero sobresale respecto a las demás embarcaciones. Ahí el mar está calmado, pero unos metros hacia el norte el paseo está cerrado y las olas trepan por las rocas hasta romper más allá de la barrera que la Ertzaintza ha puesto para que nadie pase. «Yo soy una mujer que no odia, porque cuesta y porque no creo que esta gentuza lo merezca». Esa «gentuza» fueron los GAL, un grupo de mercenarios pagados por mandos del Estado que asesinó a su padre. Ella tenía entonces veinticinco años.
Edurne es hija de Santi Brouard, que fue el presidente de HASI, uno de los partidos que confluyó años más tarde en Herri Batasuna, coalición de cuya mesa nacional fue miembro hasta su asesinato. Entró en las listas y fue elegido diputado autonómico en las elecciones de 1984 por HB, ocho meses antes de morir. Ella ocuparía su escaño en la siguiente legislatura, también por HB, entre los años 1987 y 1990. Sostiene que lo mataron «porque era factible una solución dialogada al conflicto que enfrenta durante años a Euskal Herria y a los Estados español y francés. Era factible comenzar una serie de negociaciones que diesen en algo, y había infinidad de intereses estatales a los que esa vía dialogada no interesaba, bien porque la unidad de España es lo fundamental o bien, en fin, por diferentes razones». Aspira la última calada del purito y sigue hablando. «En aquel momento la verdad es que el diálogo era posible, estaba encaminado. Incluso hubo una entrevista con el cónsul francés en Bilbao que acabó desgraciadamente mal, con amenazas de muerte que se confirmaron días después en la persona de Santi Brouard, en un intento contra Jokin Gorostidi e incluso contra Iñaki Esnaola un poco antes. Las propias características de Santi Brouard hacían de él un hombre importante que podía llegar a amplísimos sectores de la sociedad con este mensaje. Y eso simplemente no le interesó a los aparatos del Estado en aquel momento», asegura. «Siempre que un proceso empezaba a vislumbrarse factible, han intentado cercenarlo», opina.
Sabíamos que podía pasar, lo habíamos comentado muchas veces en casa, sabíamos incluso cómo había que actuar una vez pasase. Teóricamente estábamos preparados, pero lo cierto es que nunca se está preparado.
Santi Brouard se refugió junto a su mujer en Francia en mayo de 1975. Edurne y sus hermanos se quedaron con familiares e iban todos los fines de semana y vacaciones al otro lado de la ‘muga’. «Para mis padres era fundamental que siguiéramos nuestros estudios con normalidad. Suponía la única manera de garantizar que la vida para algunos, al menos, siguiese igual». Regresaron en la Navidad de 1978, después de la segunda amnistía, y él abrió una consulta pediátrica en Bilbao, donde lo mataron. «Sabíamos que podía pasar, lo habíamos comentado muchas veces en casa, sabíamos incluso cómo había que actuar una vez pasase. Teóricamente estábamos preparados, pero lo cierto es que nunca se está preparado. Si una muerte natural siempre es dolorosísima, imagínate cuando no hay nada intermedio. Tú te despides, ‘agur bihar arte’ (‘adiós, hasta mañana’) o ‘agur, gabon’ (adiós, buenas noches) y ya está. Te has despedido, ya no ha habido más», dice con amargura.
«Mi padre tenía la consulta en un segundo piso y en el tercero estaba el consulado francés», relata. Son los únicos momentos de la conversación en los que no se refiere a él por su nombre. «En aquel momento ETA tenía en marcha una campaña contra los bienes y productos franceses y aquel consulado estaba siempre protegido por dos furgonetas de la Policía Nacional; excepto esa tarde, que no estuvieron». Era 20 de noviembre de 1984. Luis Morcillo y Rafael López Ocaña, dos mercenarios, lo mataron con dos disparos y un tercero de gracia, según confesó el primero ante el juez en 2013, pese a que había sido absuelto del crimen diez años antes. Cuando llegaron, según el relato de Edurne, no había vigilancia. «Me enteré de lo sucedido, fui a todo correr y, cuando llegué, ya había un despliegue policial impresionante, a diferencia de lo que tenía que haber habido a las seis de la tarde. Sacamos el cadáver de mi padre bajo una carga policial impresionante de Alameda de Recalde -una céntrica arteria bilbaína- para llevarlo a Juan Ajuriaguerra, nuestro domicilio familiar, que estaba en la misma manzana. Aguantamos el féretro entre todos mientras los fascistas se manifestaban a dos manzanas por el 20N», recuerda. «Con toda esta perspectiva desde el primer momento supimos quién estaba detrás de todo aquello. Además del dolor terrible tienes esa rabia interna de saber que una vez más habían actuado con toda la impunidad que les daba el poder, una impunidad que luego se vio medio frustrada por intereses electorales del PP y que más tarde volvió, porque aquellas condenas fueron rápidamente cubiertas e indultadas».
Sería primero imprudente y segundo demasiado benevolente para nosotros mismos pensar que el solo hecho de que él o Josu Muguruza siguiesen vivos muchos años después hubiese hecho cambiar las tornas
Aparta la caja de puritos y coge una funda de piel que está junto a ella, saca un cigarro y se lo enciende. Su voz áspera no varía, pero su tono se va suavizando a medida que avanza la conversación. «Muchas veces me han preguntado, y creo que hoy en día Santi Brouard estaría totalmente de acuerdo con el proceso que ha encarado la izquierda abertzale en los últimos tiempos», augura, pero rechaza la idea de que si no hubiera muerto la vía del diálogo hubiera podido llegar antes. «Eso no existe. Mi padre muere en el 84. El haber podido seguir por esa vía hubiese facilitado las cosas, pero sería primero imprudente y segundo demasiado benevolente para nosotros mismos pensar que el solo hecho de que él o Josu Muguruza siguiesen vivos muchos años después hubiese hecho cambiar las tornas», considera. Muguruza fue elegido diputado por HB cinco años después del asesinato de Brouard, en la única ocasión en la que la izquierda abertzale decidió participar de las Cortes hasta que llegara Amaiur ya en 2011. Justo después de recoger su acta de diputado fue asesinado a tiros por la ultraderecha a pocos metros del Congreso.
La postura de su padre, incluso en momentos de tanta confrontación social como los primeros años ’80, hizo que la familia acabase teniendo fuertes lazos de amistad con personas de fuera del ámbito abertzale, incluyendo el mundo socialista contra el que Edurne carga en varios momentos de la conversación por la vinculación de aquel Gobierno de Felipe González con la guerra sucia que había detrás del atentado. Su padre fue el primer diputado vasco asesinado, pero tuvieron que pasar tres décadas para que el Parlamento le homenajeara junto a otras víctimas, como Enrique Casas, asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas, Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa, asesinados por ETA. «Lo de las instituciones era un paso que había que dar y que me alegro que hayan dado, sin ninguna duda, pero era su problema más que el nuestro. Era una página que tenían que cerrar, porque era insostenible que determinadas víctimas, en base al autor del asesinato, tuviesen un reconocimiento mientras que otras no lo tuviesen. Aquello se caía por todas partes, pero como estamos acostumbrados a ese tipo de desprecios tampoco nos ha hecho un daño especial», comenta.
En aquel acto, delante de una nutrida representación institucional, Edurne quiso ser conciliadora. «Desde mi conocimiento de lo que han sido los últimos cincuenta años en Euskal Herria planteé que han sido años llenos de dolor. Todos nos hemos hecho mucho daño entre nosotros y, en ese sentido, si mi actuación o mi omisión, si mis palabras o mis silencios han hecho daño a alguien, lo que planteo es que lo siento sinceramente. De la misma manera que creo que si queremos avanzar en esto habrá que admitir también que otros muchos han hecho daño. En algunos casos, además, detentando nada menos que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que estaban llamados legalmente a protegernos y decidieron sin embargo torturarnos, secuestrarnos y asesinarnos en última instancia», acusa. «Todo el mundo tendrá que hacer una valoración autocrítica de lo que han sido estos últimos cincuenta años llenos de sufrimiento, no para toda la población, eso es evidente, pero sí para el conjunto. Ha habido sufrimiento para repartir a todo el mundo, y creo que cada uno de nosotros debemos hacer un balance autocrítico de en qué hemos colaborado para que esta sea una historia de sufrimiento».
Hay muchas víctimas que lo necesitan, cada uno siente el dolor de una forma y enfrenta las cosas de una manera. Yo no necesito ni que las instituciones ni que los estamentos políticos de este país reconozcan u homenajeen a Santi Brouard
Aquel acto era por tanto necesario, pero para ella no supuso alivio alguno. «Hay muchas víctimas que lo necesitan, cada uno siente el dolor de una forma y enfrenta las cosas de una manera. Yo no necesito ni que las instituciones ni que los estamentos políticos de este país reconozcan u homenajeen a Santi Brouard. Desde el ’84 siempre hemos hecho un homenaje en el aniversario de su muerte y lo hemos recordado, y ahí siempre nos hemos sentido absolutamente arropados por mi gente, por mi familia, por mis amigos y por otras muchas víctimas del GAL que han sufrido lo mismo que yo y con las que tengo mucha relación, pero entiendo perfectamente que haya gente que necesite que alguien le diga ‘oye, lo siento’ «. El problema viene, en su opinión, cuando situaciones individuales se quieren hacer extensibles a todos. «Aquel que necesita que le pidan perdón plantea que el pedir perdón es imprescindible, aquel que no lo necesita dice que pedir perdón no tiene ningún sentido, aquel que cree que la condena es lo fundamental dice que… A la gente hay que pedirle lo que puede dar, y habrá gente que pueda dar más o menos, que requiera más o menos atención. Hay demasiadas exigencias concretas partiendo de la individualidad de cada uno. Que desde las instituciones o los partidos políticos se nos plantee como condición ‘sine qua non’ esto o lo otro no ayuda, sino que entorpece». Apura la última calada del cigarro y lo apaga en el cenicero que tiene delante. «Yo, por ejemplo, nunca jamás voy a condenar, con esa palabra, la actividad de ETA o la actividad del GAL. Es un caso particular que me han pedido muchas veces. No, me niego. ¿Quién se erige con la autoridad moral de decidir a quién condena y a quién no? No lo voy a hacer porque me parece absurdo, me parece un invento de la derecha y del Gobierno español para hacer comulgar con ruedas de molino a todo el que haga falta», explica. «La primera condena que llegó a mi casa el día que mataron a Santi Brouard fue la de Euskadiko Ezkerra, que tres meses después era parte del PSOE, y hoy sabemos quién era el PSOE de 1984. ¿Para qué me vale a mí la condena de EE? Ni a mí ni a nadie», zanja. «Otra cosa es el perdón, que eso sí es doble porque es del que lo pide y del que lo otorga. Ahí cada uno hace lo que le da la gana, pero hay determinadas cosas que son forzadas. Creo que no hay que pedir como condición nada, sino que hay que ver hasta dónde puede llegar la gente y de qué manera. Entiendo perfectamente que haya quien todavía no pueda estar conmigo, o que haya gente que no pueda estar ni con los representantes legales actuales del PSOE. De la misma manera es entendible que haya cantidad de víctimas de ETA que no puedan estar con Joseba Permach», reflexiona. «Hay que darle tiempo al tiempo y hay que seguir trabajando para que esto sea posible».
Nunca voy a condenar la actividad de ETA o la actividad del GAL. ¿Quién se erige con la autoridad moral de decidir a quién condena y a quién no?
Edurne lleva años en marcha con ese trabajo del que habla. «Hace tiempo que llevamos intentando ciertos acercamientos entre diferentes tipos de víctimas». Habla de lo que se llamó ‘la iniciativa Glencree’, cuyo nombre viene de un centro de mediación y pacificación en Irlanda, que fue el germen de muchas de las actividades de conciliación que vinieron después. Allí, bajo iniciativa del Gobierno vasco, empezaron a trabajar en 2007 once víctimas de distintos orígenes que se fueron ampliando en los tres encuentros sucesivos que hubo a lo largo de los años. Eran víctimas de ETA, de los GAL, del franquismo o de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. «Decidimos intentar dar un primer paso que, según cómo saliese, pudiera servir o no de ejemplo al resto de la sociedad». Aquello, relata, se llevó a cabo «en clandestinidad absoluta al principio y semiclandestinidad después, hasta que a los cinco años ya se hizo público». En junio de 2012 publicaron un comunicado con la firma de veinticuatro víctimas. «Lo que pretendimos fue que si nosotros, que somos tan distintos y hemos sufrido tanto, hemos podido llegar a acuerdos puntuales, el resto de la sociedad, con mucho menos dolor, podrá. Y sobre todo los políticos, que tienen responsabilidad y tienen el deber de poder. Deben poder». Lo dice marcando con fuerza sus últimas palabras.
Si nosotros, que somos tan distintos y hemos sufrido tanto, hemos podido llegar a acuerdos puntuales, el resto de la sociedad, con mucho menos dolor, podrá
«En el proceso nos hemos encontrado víctimas que desde el principio hemos hecho una lectura parecida de lo que pasaba, víctimas que hacían otra lectura totalmente diferente, víctimas que, en el proceso, hemos llegado a acuerdos, y víctimas con las que no vamos a llegar a acuerdos nunca porque tenemos una visión radicalmente diferente de cuál es nuestro papel. Algunos nos hemos hecho amigos, otros no, como en cualquier grupo, y eso es lo que quiero que se vea. Nosotros somos la parte que más directamente y más intrínsecamente ha sufrido estos golpes de violencia que se han vivido en Euskadi, pero somos un colectivo más que debe aportar como el resto del mundo y con los mismos derechos a todo este debate. El hecho de ser víctimas no nos convierte en los únicos que tenemos algo que decir sobre el tema, para nada», dice. Abre la pitillera de nuevo y se enciende otro cigarrillo.
El hecho de ser víctimas no nos convierte en los únicos que tenemos algo que decir sobre el tema, para nada
El resultado de aquella experiencia, por tanto, ha sido constructivo para quienes participaron. «En la sociedad ha calado, pero no como para generar otra iniciativa más amplia que introduzca a más gente, y ese es el tema», explica. «A mí me gustaría que esa fuese una solución, pero me temo que hará falta más que eso, hará falta gente como todos los que participaron en Glencree o que ahora participan voluntariamente, y te aseguro que con una carga de sufrimiento terrible, porque cada vez que hablamos de esto nos retrotraemos, volvemos a nuestro dolor. Toda esa gente está haciendo una gran labor y es necesaria, pero yo creo que harán falta más cosas, y entre ellas no descarto el tiempo. Llevamos cincuenta años así, habrá que darle cierto tiempo al tiempo para que la gente se vaya conociendo en otros contextos. Pretender que la sociedad civil por sí misma encabece un tipo de reconciliación como la que hemos hecho nosotros pero a nivel general es muy difícil. Ese paso primero debería ser dado por las instituciones y por los partidos políticos, no porque sea mejor, sino porque sería más fácil para todos podernos organizar alrededor de eso», explica. Esa empatía para tender puentes, pese a que pudiera parecer lo contrario, ha sido más fácil entre víctimas que para el conjunto de la sociedad, por el nexo en común del dolor. «Con cada atentado sentía un dolor terrible. Cada atentado es revivir el tuyo, pensar cómo está esa gente, esa señora que se queda viuda, esos hijos que ha dejado, la compañera, el primo, me da lo mismo. Eso se revive, el decir “esta mujer tiene que estar tan mal como yo”. En nuestro caso, además, ha sido muy largo, quiero decir que hace muchos años, y como hemos adquirido esa condición mediática por la que la gente nos llama se nos hace todavía más difícil, porque nos obligan a hablar de ello. Ha sido muy doloroso, pero creo que también nos ha ayudado a entender que el dolor nos une absolutamente. A partir de ahí es donde podemos encontrar otros puntos de unión, que yo creo que ya se van encontrando». Aspira el cigarro y exhala el humo.
Con cada atentado sentía un dolor terrible. Cada atentado es revivir el tuyo, pensar cómo está esa gente, esa señora que se queda viuda, esos hijos que ha dejado. El dolor nos une absolutamente
A pesar de esos puntos de unión encontrados, Edurne ve muchas diferencias dentro de las propias víctimas. «Siempre ha habido víctimas de primera y de segunda. Es más, dentro de las víctimas de segunda yo soy una privilegiada. Hay víctimas de terrorismos no de ETA, de terrorismos de derechas, de terrorismos de Estado, que son igualmente víctimas y que han pasado estos cincuenta años absolutamente olvidadas y sin ningún tipo de reconocimiento. Hay determinadas víctimas de segunda que son más fáciles de asimilar que otras, con lo cual pasan a ser de tercera o de cuarta». Habla por ejemplo de Gurutze Iantzi, una concejal de HB fallecida en septiembre de 1993 en un cuartel de la Guardia Civil en la localidad madrileña de Tres Cantos. «No creo que en España nadie recuerde su nombre siquiera, y nunca será reconocida como víctima porque la Guardia Civil no va a reconocer, ‘motu proprio’ al menos, que en sus cuartelillos se tortura sistemáticamente», dice marcando la palabra. «No de vez en cuando a alguien, sino sistemáticamente. Ya llegaremos algún día a sus archivos, de eso no tengo duda», asegura. «Ahora las cosas están de otra manera. En general, las detenciones son más por venganza y por mantener la tensión en España de que parece que estamos haciendo algo que para disolver comandos o requerir información. En ese sentido también ha bajado el uso de la tortura. Pero no tengo duda de que si necesitasen utilizarla la volverían a utilizar sin ningún miedo, como la han utilizado hasta ahora, e impunemente además. Todos aquellos condenados por tortura han sido luego indultados y condecorados. Esto está perfectamente apoyado por los aparatos del Estado, digan lo que digan, y digo del Estado porque me refiero a Rajoy, Aznar y compañía, pero también me refiero a González, Rubalcaba y compañía», acusa. Es por eso por lo que se muestra crítica con el papel del Estado. «No confío en absoluto, ni creo que esto sea un Estado de derecho en términos estrictos, y desde luego sé con seguridad que la Justicia no es igual para todos, al menos no en Euskal Herria. Por eso estoy donde estoy, ideológicamente también estoy donde estoy, y por supuesto mi objetivo es subvertir el orden para que esto cambie. No creo que ningún derecho fundamental, ninguno, se haya conseguido sin una desobediencia mínima a los poderes. Ninguno», repite mientras da la última calada al cigarro y lo apaga.
Sé con seguridad que la Justicia no es igual para todos, al menos no en Euskal Herria
También se muestra escéptica respecto a algunas organizaciones que han operado durante estos años en el País Vasco. Habla, por ejemplo, de Gesto por la Paz, que según su visión «nació para estar en contra de ETA y se ha mantenido a lo largo de la historia para estar en contra de ETA. Ya sé que me van a decir que es verdad que alguna vez -dice alargando las palabras-, ante algún asesinato muy evidente -vuelve a alargarlas-, han salido también por otras víctimas. Eso lo sé, pero su nacimiento, su mantenimiento en el tiempo… Su escasísimo apoyo en el País Vasco ha sido suplido por el apoyo que las instituciones le daban, y cuando digo las instituciones me refiero a los medios de comunicación que de ellas dependen, que lo han inflado. Como hacen con la AVT, que parece que es la pera limonera y reúne al 20% de las víctimas. ¿Quién es la AVT, aparte de Consuelo Ordóñez y de esas mujeres mediáticas que llaman a la venganza y al enfrentamiento? Pues casi nadie, lo que pasa es que les interesa que ese discurso se mantenga ahí para poder seguir con la política carcelaria de venganza absoluta, para intentar quitarse al adversario político con argumentaciones belicistas que les favorecen en unas elecciones», acusa.
¿Quién es la AVT, aparte de Consuelo Ordóñez y de esas mujeres mediáticas que llaman a la venganza y al enfrentamiento?
Acaba de apagar su segundo cigarro, pero saca otro y lo enciende mientras vuelve a referirse al Estado. «Cuando en un momento dado decidió que matar gente vinculada a la izquierda abertzale era lo mejor que podía hacer para mantener el ‘statu quo’ y hacer que desapareciese ETA, lo hizo, y cuando consideró que eso ya no era de recibo y consideró sin embargo que lo era quitarse al adversario político por decreto ley también lo hizo. Más guerra sucia que quitarte al adversario político por decreto ley…», dice sosteniendo las palabras en el aire, en referencia a la Ley de Partidos. «En Euskal Herria casi trescientas mil personas hemos estado durante diez años sin derecho real al voto. Por supuesto, sin ningún tipo de juicio. De hecho hemos sido inhabilitados sin que nadie nos inhabilitara, y en mi caso, por ejemplo, por ser parlamentaria cuando era legal serlo. Estas cosas han pasado en Euskal Herria, y no han pasado medio minuto, sino durante diez años», dice levantando un poco el tono de voz. «Cuando de todo eso no nos hablan, o cuando parece que eso no ha tenido que ver con la política antiterrorista de venganza y sucia… Es que en España se sabe muy poco de todo esto, muy poco».
Críticas sí, pero odio no, insiste. «Nosotros, la familia y el entorno de Santi Brouard, estamos donde estamos porque partimos de una ideología como pueblo. Entramos en esta guerra que nos lleva a que maten a mi padre porque previamente tenemos una ideología en la que creemos, y que creemos que poniéndola en práctica el futuro de nuestro pueblo va a ser mejor. Una vez matan a mi padre eso no se puede obviar. Tienes que seguir manteniendo aquel objetivo por el que murió tu padre, al menos si ideológicamente estabas de acuerdo con él, como es mi caso. Si tú tomas esa postura -dice en relación a odiar-, respondes a tu humanidad, pero no a eso otro que te digo que para nosotros era fundamental y que allí, delante del cuerpo muerto de nuestro padre, juramos: ‘A ti la vida no te la vamos a devolver, pero vamos a intentar que aquello por lo que tú luchaste se haga realidad algún día’. Y, para hacer eso, desde luego el odio, la venganza y todo eso no caben. No caben aunque sabemos que muchas veces se ha dado y que es lo humano. Sin duda muchas veces te viene: “Que han matado a no sé quién, pues que se joda”. Eso es algo humano, pero una cosa es la reacción instintiva y otra cosa es la reacción razonada y posterior», concluye.
Delante del cuerpo muerto de nuestro padre, juramos: ‘A ti la vida no te la vamos a devolver, pero vamos a intentar que aquello por lo que tú luchaste se haga realidad algún día’
Al final, la violencia y la reacción a ella lo han manchado todo. «Voy a poner un ejemplo tonto: el tren de alta velocidad. Supongo que ni toda la izquierda abertzale está en contra, ni todo el resto del mundo está absolutamente a favor. ¿Por qué se ha supuesto eso desde el principio? Porque ETA estaba en contra, y como ETA estaba en contra todo el resto del mundo tenía que estar a favor, y los que estábamos en contra más en contra todavía. Lo que yo espero es que cuando se plantee un debate sobre algo lleguemos a él en términos normales, en los que cada uno, independientemente de nuestra posición política, tengamos una postura y esa sea la que valga, no la que supone todo ese dolor previo que llevamos y que nos hace enfrentarnos por una vía pública», explica. «Cualquier persona que viva en Euskal Herria se va a dar cuenta de que hay una sociedad plural, dividida ideológicamente, pero que tiene una vida en común casi diaria en todas partes. Para poder construir un país que ha sufrido todo lo que ha sufrido hasta ahora, el reestablecimiento de la convivencia es fundamental. Cuando digo ‘convivencia’ no quiero decir acuerdo, ni mucho menos. Es importante que aquel que tiene ideología mantenga su ideología y plantee las cosas desde ella y no desde otra, porque si no estaríamos haciendo un dibujo falso de lo que es la realidad. Yo no me voy a juntar con la hija de un guardia civil suponiendo que estamos de acuerdo en todo porque no lo vamos a estar, lógicamente, porque ella tiene una ideología y yo tengo otra», reflexiona mientras apaga el cigarro. «Pero sí entiendo que debo plantear que la convivencia entre estas personas va a ser fundamental si queremos desarrollar una sociedad normal y reconciliada», dice.
Cuando digo ‘convivencia’ no quiero decir acuerdo. Es importante que aquel que tiene ideología la mantenga y plantee las cosas desde ella y no desde otra, porque si no estaríamos haciendo un dibujo falso de lo que es la realidad
Pensando en esa reconciliación empezó su aproximación a otras víctimas, y asegura creer que sería capaz de sentarse con cualquiera. «Posiblemente sí, pero no lo sé», reflexiona. «Depende de quién sea y si considerase que valía para algo». Salen a relucir nombres de implicados en el crimen de su padre, como Rafael Masa, teniente coronel de la Guardia Civil expulsado en 1995 y reincorporado a finales de 1999 por una sentencia del Supremo, que años después fue detenido en una operación antidroga. «Si lo intentase le diría que no, porque no va a ser más que para hacerme sufrir, no va a solucionar nada y no vale para nada. Rafael Masa es un torturador», zanja. Otro nombre polémico es el de Felipe González, contra quien más resentimiento se adivina. «No sé si a él me atrevería sin darle una hostia», dice primero, para después decir que sí. «Estaría para decirle verdades como puños, para hablarle de Pablo Iglesias, de aquel, no de este -dice en referencia al líder de Podemos-, y de todas esas cosas que dilapidó González por todo el morro. Sí, unas cuantas cosas le diría», asegura entornando los ojos mientras mira hacia el puerto. Habla después de Rafael López Ocaña, uno de los sicarios que asesinó a su padre, que le escribió una carta años atrás. «Me decía que todo era mentira, que él no había tenido nada que ver, que todo era un montaje de Txema Montero -un abogado ligado al nacionalismo vasco que fue miembro de HB- para llevarlo a la cárcel y que le pidiera por favor el indulto al juez. Yo le contesté por la misma vía que sabíamos que había ido con Luis Morcillo Pinillos, y le dije: ‘Primero ve diciéndonos con quién fuiste, quién te dio la tela, y luego ya veremos’. El juez consideró que no había indicios suficientes, que eso también es muy gracioso, porque con muchísimos menos indicios hay condenas a cuarenta y cinco años de cárcel en el Estado español». En aquel momento aún no había tenido lugar la confesión de Morcillo, en la que señaló a Masa como la persona que les dio la orden. «A mí no me importa nada que Rafael López Ocaña esté en la cárcel o no esté en la cárcel. No creo que pasar treinta años en la cárcel en vez de seis le vaya a aportar nada a la tranquilidad y a la reconciliación de este país. Yo quiero que lleguemos al final del asesinato de Santi Brouard para saber dónde estuvieron los inductores, para saber qué impulsó todo aquello y para impedir que se repita», asegura.
«Igual que no creo que Felipe González montara los GAL porque le gustara matar sino porque creía que para España eso era lo mejor, asimismo los militantes de ETA entran en ETA, equivocadamente o no, no porque sean asesinos sanguinarios o porque necesiten matar, sino porque tienen cierta ideología que les lleva a eso», compara. Y en esa misma reflexión ve el camino hacia el final de ETA. «Supongo que hacen una reflexión sobre la actividad armada y deciden que lo que está aportando es muy inferior a lo que está ‘desaportando’, y haciendo un análisis sobre eso deciden que es el momento de abandonar las armas y dejar a la sociedad civil que haga su camino», argumenta. «Es la suposición que me hago de lo que veo a mi alrededor. Yo nunca he militado en ETA y desconozco sus mecanismos de debate porque son absolutamente clandestinos y no sé cómo se llegó a esa conclusión, pero supongo que ese es el fundamento, porque de hecho en la izquierda abertzale ese debate también se da y era evidente: la cantidad de cosas que no se podían ni plantear porque inmediatamente el único debate era lucha armada sí o no», rememora. Y su visión era que no. Toma un cigarro más, lo enciende y guarda unos segundos de silencio para luego empezar a hablar con más velocidad del día en que ETA anunció su intención de dejar las armas. «Me pegó un alegrón terrible, qué te voy a decir. Aquí en Lekeitio era un día importantísimo, era el día de gansos, el día más importante de la villa, el día de la gran fiesta. Bajé de casa y me fui directamente a la sociedad, y estaba la televisión puesta. Era día grande y me dije ‘bueno, pues vamos a empezar a celebrarlo desde ya’. Me puse muy, muy contenta. Es cierto que en mi cuadrilla hubo un par de personas, gente más cercana al PSOE, que planteaban ‘eso es otra mentira, como las de siempre’. Yo no, hacía tiempo que confiaba en que la definitiva tenía que llegar y parece que esta es la definitiva. Yo realmente me alegré», rememora esbozando la primera sonrisa de toda la conversación mientras da una calada.
Igual que no creo que Felipe González montara los GAL porque le gustara matar sino porque creía que para España eso era lo mejor, los militantes entran en ETA no porque sean asesinos sanguinarios, sino porque tienen cierta ideología que les lleva a eso
Entonces el tono cambia. Edurne empieza a hablar de Lekeitio recorriendo el paseo, habla de una sociedad gastronómica que hay justo donde rompen las olas que cada dos por tres tiene que estar cerrada porque el agua irrumpe dentro. Habla con entusiasmo de su entorno, del lugar donde vive, y comenta lo bonito y duro de vivir en la punta norte de la costa en invierno. Señala hacia un edificio enfrente del mar y habla de cómo a veces el aire se sentía en las ventanas, y bromea con cómo su madre les decía a ella y los suyos que los mataría si vendían la casa. «Ahora sí que queda todo. Si conseguimos estabilizar esta situación queda empezar la casa desde los cimientos y levantarla respetando todo aquello que esté consolidado, y acabar por el tejado. No es baladí, pero no tengo duda de que se puede hacer y de que en este pueblo hay fuerza para hacerlo. También hace falta que nos dejen, que a la sociedad vasca se le deje hablar como sociedad vasca, que cada vez que aquí se diga algo no llegue la respuesta española de siempre de que ‘sí, pero aquí somos todos uno’ y esas cosas que no conducen más que a la perpetuación», comenta. «Vamos a sentarnos, vamos a hablar. Confío en que todo esto irá cambiando porque será para bien y para todos», dice exhalando humo otra vez. «Hay muchas cosas que hacer con este pueblo y merece la pena que se hagan y que alguien escuche algo más allá de los tiros».