Es 27 de noviembre de 2003, y cae la noche. Francisco Camps y Rita Barberá celebran con gritos de éxtasis la designación de Valencia como sede de la America’s Cup de vela. El evento, prácticamente desconocido en Europa, es la excusa que utilizarán las instituciones autonómicas y locales para dinamizar la reforma del Puerto de Valencia y adaptarlo a los supuestos megayates de millonarios que acudirían en masa. «Poner Valencia en el mapa», dijeron, construyendo carísimas caballerizas para unicornios.
Ni siquiera la holgada mayoría absoluta que Camps consiguió en las elecciones de mayo de ese año (48 de 89 diputados autonómicos) se celebró de esa forma. Llevaba medio año en el cargo, tras suceder a Zaplana, y había logrado una inmensa victoria. Ese mismo año, en febrero, se había inaugurado el segundo edificio emblemático de la Ciutat de les Arts i les Ciències, el Oceanogràfic.
El modelo ya se empezaba a adivinar: obras faraónicas, eventos faraónicos y esperar a que el dinero volviera en forma de turismo. No había sitio para nada más: no importaba que hubiera sintecho durmiendo bajo los puentes recién inaugurados, o que hubiera centenares de niños estudiando en barracones. Y, mientras, según se asegura ahora en sede judicial, toneladas de dinero negro fluían por las instituciones.
Así fue como se empezaron a construirse enormes y lujosos hoteles y, de paso, se planificó arrasar los históricos Poblados Marítimos para conectar la playa valenciana y el centro con enormes avenidas. Todo para los unicornios. Nada de eso, como pasaría con todas las ambiciosas obras que irían proyectando en esos años, costaría «ni un duro» al bolsillo de los valencianos porque -afirmaban- las inversiones se recuperarían gracias al turismo. Todas las obras, sin excepción, multiplicaron sus gastos por culpa de unos sobrecostes disparatados.
Aquel era el inicio de una época en la que la fiesta «nunca terminaba» en la Comunidad Valenciana. Pero ahora, tras años de impunidad, parece tocar a su fin. Ricardo Costa, destacado dirigente del Govern durante aquella época, ha declarado ante el juez que el partido se financió usando dinero negro y que el president Camps personalmente impulsó el cobro de comisiones a grandes empresas constructoras a cambio de favor político. A la particular burbuja del ladrillo en el litoral Mediterráneo le acompañó, según se confirma ahora, una insostenible burbuja de corrupción.
Obras, eventos y un accidente enterrado
El 8 de octubre de 2005 abrió sus puertas el Palacio de las Artes Reina Sofía, la nueva ópera de Valencia. Se trata de un edificio que no ha dejado de necesitar continuas remodelaciones por sus ingentes problemas técnicos. En pocos años se han sucedido los cortes de electricidad, la caída de los azulejos exteriores, las goteras o -directamente- la inundación de sus instalaciones. Tampoco eso era un problema: las obras, como las fallas, eran apariencia y simbolismo, aunque su estructura, como la de las fallas, fuera frágil como el cartón.
El plácido sueño de lujo y despilfarro no esperaba por nadie. Tampoco por las 43 personas que fallecieron en un accidente de Metro que tuvo lugar el 3 de julio de 2006. Sucedió cinco días antes de que el Papa visitara la ciudad para -otro- megaevento destinado a llamar la atención internacional. Cuando los focos se apagaron y los feligreses se retiraron, el Govern usó su enorme mayoría absoluta para impedir la más mínima investigación de lo sucedido. Ni siquiera se estudió si la línea accidentada, la más antigua del trazado, necesitaba mejoras.
Las obras, como las fallas, eran apariencia y simbolismo, aunque su estructura, como la de las fallas, fuera frágil como el cartón
Tras el carpetazo siguió la purpurina. El 27 de mayo de 2007 volvió a haber elecciones y Camps sumó seis escaños más, hasta alcanzar los 54 (de los ahora 99 posibles). El modelo funcionaba, y de qué manera. Todos sospechaban lo que pasaba, pero pocos lo denunciaban. No lo hacían los centenares de periodistas que directamente obviaban cualquier información contraria a los intereses del Consell en Canal 9, temerosos como eran de perder su sueldo. Tampoco muchos altos cargos del Partido Socialista, hoy en la Generalitat, que no supieron atacar a un rival que empezaba a arrojar muchas sombras entre tantas luces. El éxito de unos también dependió del fracaso de otros.
La fiesta, mientras, seguía. La cadena Hilton inauguró su hotel un 2 de mayo de 2007, justo una semana antes de que se supiera que Valencia tendría un circuito urbano de Formula 1, igual que el de Mónaco. Se ubicaría en el nuevo Puerto, para que los ricos pudieran ver las carreras desde sus flamantes embarcaciones. Los esperados megayates eran los unicornios del Consell, a los que quería echar el lazo a base de grandes eventos deportivos. Y aunque los unicornios eran difíciles de cazar, Camps se veía capaz de hacerlo. Estaba en la cresta de la ola.
El barón que salvó a Rajoy
Así llegó el 10 de marzo de 2008. Mariano Rajoy había perdido las elecciones contra José Luis Rodríguez Zapatero por segunda vez. El diario Público salió a la calle dos días después llevando en portada que el líder del PP había decidido marcharse. Las presiones en el seno del partido eran inmensas. Aznar, que todavía no había terminado de irse, movía sus piezas para descabalgar al que designó como sucesor en un Congreso que la formación celebraría en Castellón en unas semanas.
Quizá fue esa unión de necesidades, quizá una estrategia política indisimulada, pero la cuestión es que Camps se lanzó en tromba a apoyar a Rajoy
Camps, pese a su gestión desenfadada, también anda librando una batalla paralela en la Comunidad Valenciana. Alicante era entonces un bastión donde resistían agazapados los partidarios de Eduardo Zaplana, mano izquierda de Aznar -porque la derecha era Acebes-, y todavía poderoso barón territorial. Quizá fue esa unión de necesidades, quizá una estrategia política indisimulada, pero la cuestión es que Camps se lanzó en tromba a apoyar a Rajoy. Parecía una apuesta segura: él ayudaba al líder a sobrevivir, algo que debería tener recompensa en el futuro, y de paso debilitaba al entorno de su propio rival.
La estrategia resultó. Rajoy salvó la cabeza gracias a Camps y las huestes de Aznar se fueron batiendo retirada. El pulso, de paso, también tenía ecos en el conjunto de España: en aquel momento sólo otro liderazgo autonómico podía hacer sombra a los abrumadores resultados del PP valenciano, y no era otro que el de Esperanza Aguirre. Ella también se había alineado con los críticos a Rajoy y presionó a Juan Costa, exministro con Aznar y hermano de quien ahora coloca a Camps en el centro de la trama, para que presentara su candidatura contra él. No fue suficiente.
Tras su victoria, Rajoy se dejó ver durante un par de años en Valencia. Fue un 3 de junio de 2009 cuando, en uno de esos mítines en los que se llenaba la plaza de toros de la ciudad, el entonces líder de la oposición dijo aquello de que siempre estaría «detrás, o delante, o al lado» de Camps. La deuda política era enorme, pero nunca la acabaría pagando. En cuanto empezaron a aparecer sospechas sobre de dónde venía todo aquel poderío económico, el muy prudente Rajoy empezó a marcar distancias respecto a quien fuera su gran salvador.
Los unicornios no llegaron
Pero el proyecto de Camps siguió adelante, con o sin Rajoy. La puesta de largo del cuarto gran edificio de la Ciutat de les Arts fue, quizá, el más representativo de su modelo. El Ágora abrió sus puertas antes de terminar de construirse, allá por noviembre de ese 2009, para acoger el nuevo Open 500 de la ATP. Otro evento de talla mundial para la ciudad. Nunca más se ha encontrado utilidad alguna a las instalaciones, que quedaron infrautilizadas cuando acabaron los partidos, exactamente igual que las dársenas del puerto cuando los focos de la Copa de América se apagaron.
Ese mismo mes, en el apogeo de la pompa y boato de su obra, Camps y Rita Barberá pasearon a Fernando Alonso y en un Ferrari descapotable por el circuito de Cheste. La fotografía dio la vuelta al mundo. Era el acto de puesta de largo de la temporada en la escudería italiana, y de nuevo todo era un escaparate perfecto para mostrar poderío. El enorme castillo de apariencias, sin embargo, no tardaría en empezar a mostrar signos de debilidad. Sucedió cuando el Hilton cerró sus puertas tres años y dos meses después de abrirlas. Era julio de 2010, y se empezaba a intuir que no había unicornios, ni manadas de adinerados llegando a su lomo llegando a Valencia desde el mar.
Tampoco empezaron a llegar en el AVE que se inauguró a finales de ese mismo año en una esperadísima conexión con Madrid. Para acoger la infraestructura se saltaron el proyecto de soterrar las vías existentes y optaron por una estación provisional que aún sigue en servicio ocho años después. De paso, aprovecharon para cambiarle el nombre a la parada de Metro que había justo al lado… precisamente la misma en la que habían muerto 43 personas y que, de paso, borraban de un plumazo con un simple cambio de placas.
Ningún contratiempo hacía mella en Camps, que seguía cosechando mayorías absolutas. Con Zapatero en la recta de salida de Moncloa, el 22 de mayo de 2011 el PP obtenía una aplastante victoria en todo el país. En la Comunidad Valenciana lograría 55 de los 99 escaños, a pesar del creciente run-run en les Corts, no tanto por un PSPV inoperante, pero sí por un Compromís que iba ganando visibilidad. Y eso gracias sobre todo a la intensa actividad de su líder, Mónica Oltra, que combinaba las camisetas contra Camps en la Cámara con las sentadas frente a las excavadoras en el Cabanyal para impedir los derribos. Por lo primero le expulsaron del Parlamento, y por lo segundo la llevaron a juicio. La Justicia acabaría paralizando la demolición de viviendas en el Cabanyal al reconocer «el valor histórico cultural» de las edificaciones.
El hundimiento
Con todo, ganar elecciones ya no era suficiente. Uno de cada cinco diputados del PP en Les Corts acabaría imputado por corrupción, y esa hubiera sido una mochila demasiado pesada para un candidato que no sobreviviría a una tercera derrota. Así que Rajoy, a quien Camps había ayudado a sobrevivir, le dejó caer. El 21 de julio de 2011, apenas dos meses después de revalidar su victoria, dimitió. Lo hizo jurando su inocencia por las ya poco veladas acusaciones de corrupción, y con su imborrable sonrisa de cazador de unicornios en la cara. Pero se fue para no regresar a la primera línea de la política. Él, que en el momento más alto de su carrera llegó a tener que responder a preguntas sobre si se veía como futuro candidato a la presidencia del Gobierno.
El 29 de noviembre de 2013 el sustituto de Camps en la Generalitat decretó el cierre de un Canal 9 insostenible, con una deuda mayúscula y una audiencia irrisoria. Los días en que el órgano de propaganda inflaba sus instalaciones habían pasado
El resto es historia. En octubre fue Rajoy quien alcanzó la Moncloa y, ya durante su primera legislatura, las tramas de corrupción en Madrid y Valencia fueron aflorando. Esperanza Aguirre también acabaría dimitiendo, aunque en su caso lo hiciera en tres actos espaciados. El 29 de noviembre de 2013 el sustituto de Camps en la Generalitat decretó el cierre de un Canal 9 insostenible, con una deuda mayúscula y una audiencia irrisoria. Los días en que el órgano de propaganda inflaba sus instalaciones habían pasado. Llegó el hundimiento. Rita Barberá perdió el Ayuntamiento y meses después falleció por sorpresa antes de poder responder sobre las acusaciones que apuntaban también hacia ella. El PP, ya en minoría aunque aún como fuerza más votada, acabó perdiendo la Generalitat y siendo desmontado y sustituido por una gestora.
Ahora, con la acusación a Camps, la fiesta parece por fin haber terminado. La música ha dejado de sonar y al expresident le ha pillado en su retiro dorado en el Consell Jurídic Consultiu, una especie de Consejo de Estado que hace las veces de cementerio de elefantes políticos. Ha vuelto a desfilar ante las cámaras, con la misma sonrisa de siempre -dientes apretados, ojos entreabiertos- para decir, como de costumbre, que no hay nada de qué preocuparse. Sin embargo, las deudas de su legado finalmente sí las pagaron los valencianos. Lo que parece es que él no pagará las suyas, porque los delitos habrían prescrito. Así eran las fiestas en Valencia: larguísimas, y siempre pagadas por otros.