Albert Rivera y los suyos se las prometían muy felices hace unos meses, justo antes de la moción de censura: el PP estaba tambaleándose, el PSOE desnortado y ellos creciendo sin freno en las encuestas. Pero todo cambió a la velocidad que suceden las cosas en la política actual: de forma rápida e imprevisible.
El fallo judicial sobre el ‘caso Gürtel’ prendió una mecha que, contra pronóstico, hizo saltar la legislatura por los aires. Y Ciudadanos, a quien convenía una convocatoria electoral, le cogió a pie cambiado que otro Gobierno llegara al poder sin pasar por las urnas. De verse con el viento a favor por la situación se encontraron con varios problemas, algunos evidentes y otros indirectos.
El primero de los evidentes fue el haber sido el único partido fuera de la órbita del PP en ponerse de su lado no apoyando la moción. El segundo, el haber contemplado la resurrección del PSOE desde la Moncloa, en gran parte gracias a la efectista confección del equipo ministerial y a un renovado interés mediático por algo más que sus crisis internas.
Ciudadanos ha sido el único partido fuera de la órbita del PP en ponerse de su lado no apoyando la moción
En el lado de los problemas indirectos, otros dos. Por un lado, la renovación del PP a una velocidad de vértigo, que eligió a un hiperactivo Pablo Casado para sustituir al siempre pausado Mariano Rajoy. Bajo este nuevo liderazgo el PP ha endurecido su discurso y se ha ido hacia la derecha. Eso a priori debería dejar más hueco en el centro a Ciudadanos, pero también ha tenido como consecuencia endurecer el tono del bloque ‘opositor’ en general, lo cual afecta a los de Rivera y espanta a muchos de sus moderados, y -de nuevo- ha acercado el foco mediático a su caladero.
Por último estaría la enésima crisis interna de Podemos, quizá la más grave hasta la fecha. Aunque los electorados de ambas formaciones distan mucho entre sí, el hecho de que el enemigo del PSOE esté débil es en realidad un problema para Ciudadanos. La teoría política dice que el votante preferirá siempre apoyar al caballo ganador, y este Podemos de Iglesias no parece estar en disposición de plantar batalla a este PSOE de Sánchez. Y de nuevo el foco mediático en otra formación, aunque en este caso sea por algo negativo.
El dilema del pegamento
En el lado izquierdo del eje político parece claro, y así lo secundan las encuestas, que el PSOE será el partido hegemónico y que Podemos entrará en franca recesión. La capacidad de este bloque para gobernar dependerá del tamaño de ambas tendencias y, en paralelo, de cuánto puedan amortiguar la sacudida las confluencias regionales en las que se apoyó en su día Iglesias. En cualquier caso el bloque progresista, de lograr reunirse, estaría tan fragmentado como lo ha estado desde la moción.
En el lado conservador, que es en el que Ciudadanos ha decidido competir al negarse a pactar con el PSOE, las cosas parecen menos claras. Los de Rivera, como le pasó a Pablo Iglesias en su día con el PSOE, fían todo al ‘sorpasso’ al PP. Pretenden ser los líderes de un bloque que elija presidente bajo una consigna común: desalojar a izquierda y nacionalismo de la Moncloa. Que los otros partidos les voten sin necesidad de acuerdo alguno.
Los de Rivera, como le pasó a Pablo Iglesias en su día con el PSOE, fían todo al ‘sorpasso’ al PP
La partida, sin embargo, se complica por las circunstancias recientes: Ciudadanos cae, el PP repunta… y Vox ha emergido como un actor que tendrá especial relevancia en graneros de escaños tan importantes como la Comunidad de Madrid o la Comunidad Valenciana, que son justamente -con Cataluña- los de Rivera y los suyos.
Lo de Vox además incomoda a Ciudadanos, por más que su crecimiento sea a costa del PP: los de Rivera no se sienten cómodos pactando con una formación tan a la derecha, como se ha puesto de manifiesto en Andalucía, y a pesar de la foto de Colón. Y es ahí donde el PP, en su debilidad, se hace fuerte: ellos sí son capaces de hacer de ‘pegamento’ del bloque conservador pactando con los de Rivera y los de Abascal. La transversalidad que tuvo a gala Ciudadanos en su día, siendo capaces de pactar indistintamente con PSOE y PP, es la que ahora tiene -de forma más limitada- el PP.
Toque de corneta
Por todo lo anterior, Ciudadanos ha sido el primer partido en ir tomando posiciones ante la cascada de procesos electorales que se avecinan. Quizá el más llamativo haya sido el de llevarse a Inés Arrimadas, líder de la oposición en Cataluña, como cabeza de lista por Barcelona para que juegue la liga nacional. El objetivo parece claro: dar una imagen más coral, más numerosa, más femenina y con mejor imagen en su asalto nacional. Ahora bien, vaciar un feudo para conquistar otro es un movimiento arriesgado, especialmente cuando se trata del feudo que les vio nacer y en el que mejores resultados han obtenido.
También arriesgado está siendo el intentar ‘cazar’ talento de una forma mucho más precipitada de lo que hicieron en su día, ya sea aceptando la presencia de independientes en sus listas o llevándose incluso a gente activa en otras formaciones, como los populares José Ramón Bauzá o Silvia Clemente, o el socialista Celestino Corbacho.
La cuestión es determinar si esta movilización de tropas general es una técnica de defensa o de ataque. Por la inercia de la legislatura y el decaimiento de sus adversarios inmediatos cabría pensar que Ciudadanos está más fuerte de lo que estaba en las anteriores generales. Sin embargo, si las encuestas no se equivocan la inercia parece la contraria.
A dos meses de las generales parece difícil que Ciudadanos esté en posición de pelear por ser el partido más votado, incluso parece complicado que sea el líder del bloque conservador. Ahora bien, en estas semanas da tiempo a que todo cambie de forma radical, varias veces además. Esa es ya una de las pocas certezas que ofrece la política nacional.