Oriol Junqueras, junto a Ada Colau (Fuente: Wikimedia Commons)
Oriol Junqueras, junto a Ada Colau (Fuente: Wikimedia Commons)

Junqueras, el president de Lledoners

Ni tan inteligible como Carod ni tan ácido como Puigcercós: el actual líder de ERC está demostrando ser lo suficientemente pragmático y paciente como para saber ejercer su influencia desde la cárcel, consciente de que ninguna prisión preventiva dura para siempre.

 

La noche del 25 de noviembre de 2012 Oriol Junqueras consiguió suturar la herida de su partido. Había llegado un año antes a la presidencia de Esquerra y, tras una legislatura en la que se habían dejado la mitad de sus escaños, lo había logrado. El alcalde de una localidad de apenas 30.000 habitantes -Sant Vicenç dels Horts- sería el jefe de la oposición. ERC volvía a ser determinante tras su particular travesía en el desierto.

Habían sido años aciagos para la formación tras haber catado las mieles del éxito. Una década antes se habían convertido en los improbables socios del tripartito que desalojó a CiU del poder, algo nunca visto en democracia. También contribuyeron a redactar -y luego a destruir- un nuevo Estatut. Y es que esa fue la marca de su gestión: posibilitar escenarios que luego quemaban, presas de su propio maximalismo.

La presión mediática de aquellos años sería devastadora. Las portadas acerca de la prohibición de los toros, la de la corona de espinas, o la convulsión generada por la reunión de Josep Lluís Carod-Rovira -presidente de ERC entre 2004 y 2008- con miembros de ETA en Perpiñán acabaron por ponerles en el disparadero. La caída del tripartito tras dos legislaturas y la sentencia del Estatut sumieron a Esquerra en un trance que Joan Puigcercós -líder del partido de 2008 a 2011- no supo superar.

Junqueras, sin embargo, estaba hecho de otra pasta. Ni tan inteligible como Carod ni tan ácido como Puigcercós: él se mostró desde el principio como alguien sencillo, cercano, dialogante y tranquilo. Como buen profesor, no esquivaba una ocasión para debatir y acercar posturas. El electorado independentista, que se había dispersado entre pequeñas formaciones de nuevo cuño, valoró el giro de su nuevo liderazgo y le aupó hasta los 21 escaños. Por aquel entonces Artur Mas ya había iniciado el procés que acabaría llevando a Junqueras a la cárcel.

Como líder de la oposición siguió poniendo en valor su apuesta por el diálogo. El caso más llamativo fue el de su aparición en el programa televisivo de Jordi Évole aceptando cenar en casa de una familia andaluza en 2014. El intercambio de ideas puso a prueba su capacidad pedagógica y contribuyó a enseñar en muchos hogares del país una cara amable dentro de lo que los medios habían vendido como un conflicto rupturista del independentismo. Semanas más tarde, y ya sin cámaras de por medio, Junqueras devolvía la invitación a una de las andaluzas con las que debatió, una jubilada con la que labró cierta amistad. «Nos enviamos fotos del huerto de cada uno y le hice para su hija un traje de gitana», contaba en una entrevista con ElNacional.cat.

Un año después de aquello, en septiembre de 2015, tuvo lugar otro debate sonado: el que mantuvo en televisión con José Manuel García-Margallo, entonces ministro de Exteriores y amigo del entonces presidente Mariano Rajoy. Aquel encuentro no sentó bien en el Ejecutivo, que intentaba aislar a los independentistas y minimizar sus mensajes. Fue emitido en un espacio de 8TV, una pequeña televisión autonómica que opera en Cataluña. Tras la entrevista las diferencias entre Margallo y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría empezaron a ser patentes, hasta el punto de que un año después sería relevado del cargo. Para Junqueras en cambio aquello sirvió como nueva prueba de su carácter, lo que unos meses después le llevaría a convertirse en vicepresidente tras concurrir en la lista única de Artur Mas sin desgastarse tanto como él.

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La investidura tras esos comicios supondría precisamente el sacrificio de Mas para que las CUP apoyaran al nuevo Govern, que pasaría a estar dirigido por Carles Puigdemont. Fue la primera herida de guerra a la antigua Convergència, y después vendrían otras: el cisma en el Parlament, la represión del referéndum, la proclamación de independencia fallida, la aplicación del 155, la huida del Govern y el encarcelamiento de todos los dirigentes del independentismo que decidieron no huir.

Entre ambas noches, la del primer éxito electoral de Junqueras y la de su entrada en prisión, sólo mediaron cinco años. En noviembre de 2012 se erigió como cabeza visible del independentismo de izquierdas, y en noviembre de 2017 era conducido al presidio de Estremera. La decisión de dar la cara y asumir las consecuencias de sus decisiones políticas también han tenido peso en el electorado: Puigdemont ha ido erosionando su propia imagen en la distancia, mientras que la de Junqueras ha ido ganando apoyos.

Casi un año después sigue en prisión preventiva, aunque en una cárcel catalana gracias al gesto del Estado con él

Casi un año después Junqueras sigue en prisión preventiva, aunque ahora lo hace en la cárcel catalana de Lledoners gracias al único gesto que el Estado ha tenido cn él hasta ahora. Mientras Puigdemont sigue huido, incapaz de tejer una red de apoyos internacionales como pretendió vender con su escapada: sólo algunos representantes ultras le han mostrado solidaridad, y apenas un puñado de foros irrelevantes le han abierto las puertas. Superada la aplicación del artículo 155 y tras un nuevo adelanto electoral, la vida política catalana ha acabado por paralizarse por completo ante la inactividad del Parlament y de un Govern dirigido en la distancia.

En esa tesitura el centro de la actividad política catalana ha pasado a estar precisamente en Lledoners. Las visitas de líderes políticos catalanes se suceden, y los medios empiezan a hablar de lo que casi parece un despacho presidencial junto al patio de una prisión. Por ahí han desfilado Joan Tardà, Gabriel Rufián, Quim Torra o Roger Torrent, pero también el lehendakari Íñigo Urkullu, el presidente de la CEOE Joan Rosell, la alcaldesa de Barcelona Ada Colau o más recientemente Pablo Iglesias, líder de Podemos y ‘negociador’ extraoficial de La Moncloa.

No es que Junqueras renuncie al procés, sino que interpreta que la vía actual está muerta y que sólo un referéndum pactado con La Moncloa puede hacerle alcanzar su objetivo

A juzgar por el cruce de declaraciones tras esta última reunión, Esquerra parece condicionar su apoyo a los Presupuestos a que el Ejecutivo tenga algún gesto hacia los políticos presos. Desde ERC ya apoyaron a Sánchez en su moción de censura, y ahora esperan algún gesto más allá del traslado a Lledoners. El líder de ERC toma posiciones ante lo que se avecina en el horizonte: por lo pronto ha abierto un cisma con sus exsocios convergentes al dejarles solos en el rechazo a la delegación de voto de los ausentes en un intento de desbloquear la actividad parlamentaria. El gesto señala una vía posibilista a reencauzar la situación: no es que Junqueras renuncie al procés, sino que interpreta que la vía actual está muerta y que sólo un referéndum pactado con La Moncloa puede hacerle alcanzar su objetivo.

La antigua Convergència se ha dejado ya a tres ‘presidents’ por el camino del procés, por no hablar del impacto de la corrupción, así que el ‘sorpasso’ de Esquerra parece una opción cada vez más viable. El hombre tranquilo aguarda su turno. Ninguna prisión preventiva dura para siempre.