Si España fuera el escenario de un juego de estrategia político, cualquier jugador posaría sus ojos en regiones como la Comunidad de Madrid, Cataluña o Euskadi. Zonas como Galicia, la Comunidad Valenciana o Andalucía quedarían relegadas porque tradicionalmente poco de lo que allí sucede ha tenido eco nacional.
Salvo, claro, si el jugador fuera socialista.
Puede que Andalucía no tenga un peso político específico en lo nacional, donde la centralidad de Madrid, o la potencia económica y los condicionantes políticos de Cataluña y Euskadi copan los titulares de la prensa. Pero Andalucía es clave en muchas cosas: es casi un tercio del territorio nacional, y acoge a uno de cada cinco españoles.
Y, si eres socialista, es mucho más que eso.
De hecho, casi uno de cada cuatro militantes del PSOE era andaluz en el último congreso, el que encumbró a Pedro Sánchez: 45.655 de los 197.468 totales. Tras Andalucía, la federación más numerosa fue Cataluña, con 20.179, menos de la mitad.
Andalucía es donde empieza y termina todo, en términos políticos, para los socialistas. Siempre ha sido así, desde el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra al penúltimo de José Antonio Griñán como presidente. Es el aparato andaluz el que designa secretarios generales y candidatos y, de un tiempo a esta parte, nada sucede sin la aprobación de Susana Díaz… y si sucede sin su aprobación se acaba corrigiendo.
Ahora, echando un vistazo al calendario electoral que se nos viene encima, Andalucía será también donde empiece o termine la aventura electoral de varias fuerzas, no sólo la socialista. Será, de alguna forma, la piedra de toque, el pulso político de un país que tendrá que votar en menos de un año hasta en cuatro ocasiones: las andaluzas, las primeras, en marzo, las autonómicas en mayo, las catalanas en septiembre y las generales en cualquier momento hasta el primer mes del año que viene.
El PP: el punto de rebote o el hundimiento
En las últimas elecciones andaluzas el PP se las prometía muy felices. Entre el desgaste tras el Gobierno de Zapatero y el escándalo de corrupción de los EREs, parecía imposible que el candidato popular no arrasara. Pero en política los «parecía imposible» muchas veces se convierten en realidad. Al final, ganó el PP.
Pero sin mayoría, lo que posibilitó que PSOE e IU se unieran en un matrimonio de Gobierno que hacía aún más antinatural el acuerdo que PP e IU mantenían en la frontera de poniente, la extremeña.
La victoria socialista de entonces fue un mazazo para el PP, que contaba con aniquilar a sus rivales con la victoria en su territorio más importante. A pesar de la derrota final, y visto el devenir de los acontecimientos en Andalucía (inestabilidad de Gobierno, desencuentros con IU y los sindicatos locales, estallido del caso de los ERE…) parecería imposible -nuevamente- que los populares no fueran los mejor colocados para -ahora sí- llevarse el trofeo de la Junta.
Pero -otra vez- los «parecería imposible» se convierten en «pero es así». El PP parece no tener fácil la victoria apenas unos años después de rozarla con la punta de los dedos. A su favor, la división de las fuerzas de izquierda entre las dos tradicionales y la nueva emergente. Eso sí, con importantes cosas en contra: el desgaste del Gobierno y la pujanza del socialismo andaluz. Poco que perder y mucho que ganar, en cualquier caso.
El PSOE: esperanza o desbandada
Precisamente esa pujaza es un arma de doble filo. Pocas personas han conseguido acumular tanto poder en tan poco tiempo como Susana Díaz. Es casi un poder ‘fáctico’, de esos que no son reales (preside la Junta, pero no se ha medido aún a la voluntad popular), pero sí muy influyentes (su nombre pasea a diario por las calles de Madrid, especialmente las aledañas a Ferraz).
Susana Díaz es tan poderosa dentro del PSOE que hasta se describe en los medios al secretario general como una marioneta en sus manos, algo que ella siempre ha negado.
La cara más amarga para los socialistas es que ese liderazgo no es tangible (es la presidenta de la Junta, pero no es diputada ni es la cabeza visible -oficial- del partido) ¿Por qué entonces adelantar las elecciones?
Los comicios andaluces serán los primeros del largo año electoral. Serán, si no cambia la convocatoria, el 22 de marzo. Dos meses y dos días exactos antes de que el 24 de mayo los españoles elijan la composición de la mayoría de las autonomías, así como quién será el inquilino de los más de ocho mil ayuntamientos en los que vivimos.
¿Qué puede pasar en Andalucía? Si gana el PP, que concurriría a las autonómicas y municipales con la medalla de haber conquistado el principal feudo enemigo. Si gana el PSOE, que se fortalezca el liderazgo de Susana Díaz -ahora sí, con el respaldo de las urnas- y que se transmita la imagen de que el PSOE ‘está de vuelta’.
No pocos ven en la convocatoria una doble estrategia encubierta: ese retomar la senda de la victoria y, a la vez, encumbrar a Susana Díaz y forzar la salida de Pedro Sánchez del primer plano, presentando a la presidenta andaluza a las primarias para elegir candidato a La Moncloa y obteniendo por aclamación el aval para competir con Mariano Rajoy.
Sea como fuere, si la derrota en Andalucía sería devastadora para la moral socialista, la victoria puede suponer también un terremoto interno de consecuencias difícilmente adivinables. A fin de cuentas, encumbrar a Susana Díaz a la candidatura a la presidencia del Gobierno por encima de Pedro Sánchez sería dar la razón a los argumentarios de sus rivales políticos.
IU: las migajas o el hambre
Las autonómicas andaluzas serán, pues, la primera toma de contacto con la voluntad de los ciudadanos tras unos meses muy convulsos en el plano político. Y ahí IU tiene mucho que perder.
Si el PSOE se desplomara en Andalucía por el peso de los EREs, la tradición y la lógica dicen que IU subiría. Pero si el PSOE ya ha sufrido durante esta pasada legislatura regional, ni que decir tiene que IU ha sufrido más: el desgaste del pacto de Gobierno, la exposición mediática de algunos sindicalistas cercanos a la formación, la división interna por el pacto con el PP en Extrema o las rupturas en Euskadi o recientemente en Madrid ponen las cosas difíciles para la formación.
La cuestión es que si Andalucía es terreno socialista, también es terreno de IU. Y eso podría ser el clavo ardiendo al que se acoge una región en la que aún pervive el núcleo del Partido Comunista, cuyos representantes forman parte del grupo propio que IU tiene en el Congreso de los diputados. Hasta el cabeza de lista de IU a las generales es andaluz. Ahora bien, ¿bastará eso para resistir el empuje de Podemos?
Podemos: la alternativa ¿dividida?
El PSOE se juega demostrar que resucita, aun a cuenta de que estalle una lucha por el liderazgo interno. El PP contempla la noche electoral como la de la oportunidad perdida (por pelos) hace unos años y que quizá no puedan volver a tener. IU observa lo que sucede alrededor de dichas cenas de familias mal avenidas e intenta pescar en río revuelto.
… Y en estas que llega Podemos dispuesto a pescar en las aguas de IU.
Si Andalucía ha sido territorio marcadamente de izquierdas, la formación de Pablo Iglesias debería tener algo que decir. La cuestión es saber si puede realmente mordisquear el botín de PSOE e IU en la región, que no es poco dado su arraigo. Y todo ello sin desgastar demasiado a los otros partidos afines, no sea cosa que el PP ganara con mayoría aprovechando las guerras fratricidas.
Pero la candidatura de Podemos tiene también su plano significativo. Teresa Rodríguez, europarlamentaria de la formación, sería la previsible contendiente y se da la circunstancia de que la relación de Rodríguez y los suyos no ha sido la mejor posible con el núcleo central de la formación de Pablo Iglesias.
Rodríguez entra en Podemos a través de Izquierda Anticapitalista, un no tan pequeño grupo político con acceso a un montón de ciudades y pueblos a través de su tupida red capilar. Cuando la formación tocó el cielo en las europeas saltaron las tensiones internas entre dos bandos: quienes habían puesto la cara y la notoriedad y quienes habían puesto la infraestructura como formación. Sólo hay que echar un vistazo a la fotografía tras la noche electoral europea para ver que Rodríguez, que era la ‘número dos’ celebraba su escaño europeo apartada de los otros candidatos electos en el escenario.
Pero Podemos lleva bien lo de confluir, especialmente si eso significa no romper el partido. La relación entre ambas formaciones llegó a re-encauzarse, lo que permitió que Izquierda Anticapitalista rubricara finalmente su integración definitiva en Podemos hace pocas semanas.
¿Muertas las rencillas, asunto resuelto? Nada de eso: Rodríguez no es la única candidata ‘crítica’ que decide volcarse en lo regional. Es el caso del también eurodiputado Pablo Echenique, que trabaja en su candidatura para Aragón tras visibilizar su discrepancia con Iglesias y su círculo en el proceso de formación del partido.
Así pues, tres partidos de izquierdas con mayores o menores tensiones internas luchan por unos votos que separan a un partido conservador desgastado de lograr su sueño político jamás alcanzado. Andalucía será el primer combate de una guerra electoral con al menos cuatro escenarios y, como poco, un año de duración. La forma en que cada contendiente salga de esta batalla determinará el resultado final de la guerra.