Borja Sémper haciendo campaña en el País Vasco (Fuente: Agencia EFE)
Borja Sémper haciendo campaña en el País Vasco (Fuente: Agencia EFE)

El eterno sacrificio del PP vasco

«Algunos nos aplaudían sólo cuando poníamos la nuca y hoy, cuando queremos poner la boca, no nos lo permiten». La frase es de Borja Sémper, portavoz del PP vasco en el Parlamento regional y hace unas semanas cabeza de lista por San Sebastián. Criticaba que para algunos en su partido su voz, y la de sus compañeros, sólo era válida cuando la amenaza de ETA estaba activa.

La suya fue una campaña atípica que concentra gran parte del problema al que se enfrenta su partido en Euskadi: las siglas no aparecían en su cartelería porque la marca era él. Ser del PP resta en sitios como el País Vasco, a pesar de que sobre el papel podrían tener mucho terreno que ganar. Y eso es algo que sus militantes y dirigentes, que vivieron los años más duros del terrorismo de ETA, llevan mal. No por lo evidente -que saquen malos resultados- sino porque sacrificaron muchísimo por hacer política en un momento en el que eso era una heroicidad.

El País Vasco siempre ha sido parte de su argumentario. Una especie de sanctasanctórum desde el que combatir el nacionalismo

El propio Sémper entró en el PP tras el asesinato de Gregorio Ordóñez. Él, y otros de los que bautizaron como ‘la quinta de Miguel Ángel Blanco’, jóvenes y renovadores que venían a modernizar la política, ven ahora cómo su formación se ha venido abajo. De casi gobernar cuando Jaime Mayor Oreja a casi ser extraparlamentarios. Los nombres de aquel grupo han ido pasando sin haber logrado éxitos políticos en su tierra: Antonio Basagoiti, Iñaki Oyarzábal, Alfonso Alonso, Javier Maroto. Sólo la política nacional ha ido rescatando a algunos, pero jamás fueron profetas en un lugar marcado por el nacionalismo.

Para Génova, epicentro del PP nacional, el País Vasco siempre ha sido parte de su argumentario. Una especie de sanctasanctórum desde el que combatir el nacionalismo, denunciar el terrorismo y luchar por la democracia. Presumían de ediles valientes por presentarse en pueblos donde nadie quería presentarse, yendo a plenos rodeados de insultos y cámaras, con guardaespaldas y en silencio.

En aquella época la marca PP sí sumaba en Euskadi. Nunca fue un partido importante, pero sí relevante. Acarició la lehendakaritza en aquel terrible enfrentamiento entre la unión de populares y socialistas contra el soberanismo de Juan José Ibarretxe, con el ruido de las bombas de fondo y la calle enardecida. Acabó por hacer lehendakari a Patxi López años después, el primero y único no nacionalista de la democracia. Y de ahí a casi desaparecer.

El discurso de Génova no es compatible con la realidad vasca. De ahí los lamentos de Sémper, que son los de muchos. El discurso de ETA y las víctimas, de vender Navarra o de humillar a los muertos da votos en Madrid pero los espanta en Euskadi. Allí la gente, incluso los votantes del PP, saben que la realidad es ya muy distinta a la que se dibuja desde los despachos de la capital. Los argumentarios no maridan bien con el lento proceso del fin de la violencia.

Allí la gente, incluso los votantes del PP, saben que la realidad es ya muy distinta a la que se dibuja desde los despachos de la capital. Los argumentarios no maridan bien con el lento proceso del fin de la violencia

Sucedió por ejemplo hace cinco años, cuando la muy conservadora Arantza Quiroga tendió un puente hacia EH Bildu. Fue fulminantemente desautorizada y acabó dimitiendo. Aunque puso de excusa la instrumentalización que a su juicio habían hecho los abertzales en realidad el enemigo lo tenía dentro.

Ahora el PP ha acabado por derrumbarse, y eso a pesar de que en Euskadi ni Ciudadanos ni Vox tienen representación alguna. Javier Maroto, uno de los pocos supervivientes del ‘rajoyismo’ en este nuevo partido de Casado, se ha quedado sin escaño. Y eso a pesar de ser una de las figuras más reconocibles del partido. Por eso Alonso, cabeza visible del PP vasco desde el descabezamiento de Quiroga, aboga ahora por darle un «tono propio» al partido, en lo que suena a un amago de marcar distancia discursiva con Génova.

Todo esto Sémper lo ha tenido claro desde hace tiempo. Por eso ha dicho lo que lleva mucho diciendo: que sí hubo torturas en comisarías, que hay más víctimas que las víctimas de ETA, que el terrorismo ya ha terminado. Y por eso en su campaña prescindió de enseñar que era el candidato del PP. El resultado salta a la vista: no sólo ha mantenido el número de concejalías en plena debacle popular, sino que ha subido un 10% en votos.

La cuestión está en saber cuántos ‘Sémpers’ pueden tolerarse. Cuánto margen de actuación permitirá Génova. La alternativa es quizá condenar al PP vasco a la extinción a pesar de todos los sacrificios hechos durante décadas.