Manifestación de sindicalistas (Fuente: CCOO)
Manifestación de sindicalistas (Fuente: CCOO)

El sindicalismo se queda sin jóvenes (y no es solo porque afiliarse haya pasado de moda)

La política es el punto en el que terminan otros movimientos, tales como colectivos sociales, think-tanks o colectivos sociales. En lo que se refiere a los partidos de izquierdas hay otro granero tradicional que ahora, cosas del envejecimiento político, languidecen en el olvido: los sindicatos.

 

Ha costado una decena de llamadas, el paso por varias secciones de dos centrales y algo de insistencia, pero al final hubo suerte: al otro lado del teléfono respondía un sindicalista joven. Se trata de Eduardo Magaldi, portavoz de RUGE, la organización juvenil de UGT.

En general, mientras avanzaba en la búsqueda el comentario era el mismo: «¿Un sindicalista de menos de 30 años? Buf, eso va a ser complicado». La búsqueda partía de un dato y de una duda. El dato era que el paro consecuencia de la crisis se ha cebado especialmente con los más jóvenes. La duda era que si los jóvenes apenas tienen presencia en los sindicatos, ¿cómo van las organizaciones de este tipo a trabajar para solventar el que es ya uno de los mayores problemas de la actualidad?

Magaldi, de 29 años de edad y formado en Relaciones Laborales, lo achaca a varias causas, algunas culpa de los sindicatos, algunas culpa de los jóvenes y otras culpa de cómo ha ido cambiando la sociedad. Pero ya de entrada, aunque admite el problema de representación de los jóvenes, llama la atención sobre un dato: como él hay otros cien mil, y solo en su sindicato. Y cuando lo explica subraya que únciamente contabilizan como afiliados a aquellos que están al corriente del pago de la cuota.

Es difícil homologar los datos numéricos de las dos grandes centrales sindicales porque trazan franjas de edad irregulares. Por ejemplo, en CCOO la franja de los jóvenes abarca 12 años (hasta los 30), mientras que la de UGT llega a los 17 años (hasta los 35).

La franja de mediana edad abarca 14 años en CCOO (de 30 a 44), frente a los 19 años de UGT (entre 36 y 55). La franja de mayores sube hasta los 19 años en CCOO (entre los 45 y los 64), frente a los 9 años que abarca la de UGT (de los 56 a los 65).

La única franja en la que coinciden, y tiene longitud indefinida, es la de los jubilados. Para mayor dificultad, el último dato disponible de CCOO se quedó en 2015, y el anterior databa de 2011. Pese a todo ello la conclusión es clara: los sindicatos se nutren de gente entre 45 y 65 años. El resto es casi residual.

Ni trabajo, ni estabilidad

Para Magaldi no hay un motivo único para ese alejamiento. «Ves la necesidad de estar afiliado una vez te has incorporado al mercado laboral, cuando experimentas tus primeros problemas y ves que tus delegados y delegadas responden», cita en primer lugar, vinculando precisamente el aumento del paro juvenil a la caída de afiliaciones. Eso hace que exista lo que denomina una «brecha de afiliación».

El diputado Joan Coscubiela, que fue secretario general de CCOO en Cataluña durante más de una década, centra el tiro también en la estabilidad de la relación laboral. «Los trabajadores se han afiliado después de pasar 15 años de media desde su primera actividad laboral. Al ser el vínculo sindical un vínculo asociativo intenso y permanente, tiene muchas dificultades para desarrollarse en un entorno de mercado laboral muy inestable y precario», explica.

Las razones del alejamiento de los jóvenes respecto a los sindicatos, según su análisis, son de dos tipos: «la precariedad del mercado de trabajo en los jóvenes y las crisis de las formas de mediación social, que afectan a toda la sociedad, pero especialmente a los jóvenes», relata refiriéndose a un espectro amplio de estructuras, que abarcan desde la política a las organizaciones sociales y mediáticas.

Habla también de otros cambios que no solo se refieren a lo meramente laboral, sino también a la forma de entender la ciudadanía. «Se está evolucionando cada vez más hacia una relación de usuario y consumidor, todo ello apoyado por las regulaciones legales y sentencias, en el que la protección del consumidor ha adquirido un rango de mayor protección real que la del trabajador», explica.

«El sindicalismo aparece a ojos de muchos trabajadores no como un vinculo asociativo, sino como una relación de servicios, siempre más débil y esporádica». El problema, al final, actúa como profecía autocumplida: «Existen dificultades para que el sindicalismo entienda y represente bien las realidades diversas del mundo del trabajo. Si no se tiene afiliación o representatividad en esa diversidad de situaciones de las personas trabajadoras, es difícil representar a esos colectivos. Y eso sucede en ocasiones con los jóvenes», reconoce.

Nueva economía e individualismo

En ese sentido, los cambios sociales y en el modelo productivo son también parte de la causa. Según explica, «cada vez hay más nuevas formas de trabajo que huyen de la relación laboral y del derecho del trabajo».

Magaldi, por su parte, habla directamente de casos como los de Deliveroo o Glovo, y llama la atención sobre ese problema. «Hay que tener mucho cuidado con esas nuevas fórmulas de trabajo porque estamos viendo que todas esas plataformas digitales y esos nuevos tipos de empleo lo único que utilizan son vacíos legales», denuncia.

«Ellos se lavan las manos y dicen que simplemente son intermediarios entre usuarios y productos y obligan a la gente a hacerse autónoma. Es un modelo de negocio que lo que está haciendo es perpetuar la precariedad entre la gente joven», sentencia. «Como sindicato, tenemos que ocuparnos de ese problema: qué pasa con esa cantidad de personas jóvenes paradas o que encuentran un empleo que es muy temporal o muy precario», reconoce.

De hecho, el problema para él no solo es que quien no tiene trabajo no se afilie, sino también que quien tiene un trabajo precario directamente no puede hacerlo: «No puedes realizar acciones legales para defender tu puesto porque se lo han puesto en bandeja a las empresas con contratos ad hoc, que despiden legalmente. No puedes hacer más que recibir la carta de despido e ir a otra empresa».

«Cuando se crea un sistema así nosotros, como sindicato, tenemos que ver qué hacemos para acabar con ese tipo de contratación, con ese tipo de abusos y con toda la precariedad que se ha generado. Eso por un lado; y después ver cómo nos acercamos a esa gente joven y hacemos ver esa necesidad de organización y de actuación colectiva», concluye.

En paralelo a esa precariedad, y volviendo a la idea de las relaciones laborales estables y prolongadas, Coscubiela incide en que eso ya no existe de la misma forma que existía: «Los trabajadores jóvenes que entran en empresas con poca estabilidad laboral tienen un índice de rotación mayor que los trabajadores mayores con una estabilidad laboral mayor», reflexiona.

Y ahí donde el sindicato no ha llegado han aparecido nuevas formas de organización, pero no siempre con éxito. «Se caracterizan por tener ese vínculo débil de movimiento, por tener mucha presencia mediática, incluso por haber conseguido situar en la agenda política un conflicto, pero no existen evidencias –más bien al contrario– de que hayan conseguido mejorar las condiciones de trabajo, salvo en ocasiones muy concretas. Eso es también un síntoma de los tiempos», lamenta.

«Otro factor que afecta a esa débil relación sindicato-jóvenes es que en ocasiones los ajustes que se producen en las negociaciones se hacen externalizando los costes hacia las generaciones futuras con la abrumadora mayoría de los trabajadores senios», explica Coscubiela.

Esos ajustes, continúa, «se manifiestan en contra de negociar nada en el presente, forzando a pactar ajustes dirigidos a los futuros trabajadores. La doble escala salarial es un ejemplo». Así, la masa laboral más veterana logra condiciones ventajosas a costa de precarizar aún más la situación de los más jóvenes. Y la distancia, en consecuencia, aumenta.

Magaldi no solo mira hacia fuera, sino también hacia dentro: «Por hacer una crítica a la gente joven, y yo también estoy incluido, estamos en una sociedad en la que el individualismo y la competitividad son cada vez mayores. Te dicen que desarrolles tu proyecto, que tienes que ser el mejor, que tienes que destacar…».

«Es una cultura que llevan metiéndonos en la cabeza desde que somos niños, y por ella cuesta muchísimo más organizar a la gente en una lucha común. Es la mentalidad del individualismo, la del «si tus condiciones no son tan malas, que se apañe el resto», critica.

La vigencia del modelo

Todo ese cúmulo de factores es parte del diagnóstico, pero en general parece cundir la idea de que los sindicatos tuvieron un papel necesario que ahora es menos relevante.

«Como ya hemos alcanzado ciertos derechos, ya parece que no existen las clases sociales, que ahora con el esfuerzo propio puedes colocarte en cualquier escala social y ya está», ironiza Magaldi. «Con ese mensaje se ha devaluado la idea del sindicalismo: para qué voy a estar afiliado o afiliada al sindicato si yo ahora mismo con mis manos, mi conocimiento y mi formación puedo desarrollarme plenamente», cuestiona.

«No tengo claro que cualquier tiempo pasado fuera mejor», considera Coscubiela. «La idea de que la juventud antes se afiliaba y ahora no no creo que tenga evidencia empírica. Aunque es cierto que en la transición los grandes movimientos sindicales fueron protagonizados por personas jóvenes, eso creo que responde al vacío generacional generado por la dictadura». «Esa es una peculiaridad española que no se da en otros países», concluye, no cuestionando que la afiliación juvenil ahora sea baja, sino que fuera mayor en tiempos pasados.

A la hora de buscar solución, curiosamente, el joven mira al pasado y el mayor hacia el futuro. Magaldi critica el papel del sindicato olvidando recuperar su papel: «Hemos abandonado un poquitín esa transmisión del conocimiento de la necesidad de organizarse, la necesidad de solidaridad obrera. Son términos que ahora suenan muy arcaicos, muy del siglo pasado, pero que deberíamos traer de vuelta para mejorar muchas condiciones», explica.

Por su parte Coscubiela apuesta por «innovar en las formas de organizar la acción sindical y arriesgar en ello», explica. «Pero sin olvidar que el mundo del trabajo esta sometido a unos cambios espaciales y temporales con una intensidad, profundidad y rapidez que dificultan la respuesta social, la de los sindicatos y la del conjunto de la sociedad».