“Rodeado de luz uno aprende a ser lo que la manada espera de él”. Como en la canción de Miss Caffeína, los espacios políticos emergentes han acabado por convertirse en algo muy parecido a lo que vinieron a combatir. La exposición a los medios y la entrada en las instituciones ha moldeado sus discursos y formas, y han acabado por entrar en una etapa de retroceso, según las encuestas.
Los supervivientes, cada vez menos, se aferran a la ortodoxia para frenar el reguero de traiciones y rupturas de una legislatura que puede traer consigo el resurgimiento, con matices, de un bipartidismo fortalecido.
En una lógica de posturas cada vez más enfrentadas, la pugna política se ha ido embarrando. Y ese lodazal gotea en la sociedad de forma cada vez más notoria. El caso que contaba en el último boletín sobre el devenir reciente de las redes sociales es un ejemplo de ello. Lo que llevo un tiempo preguntándome es cuál es la causa y cuál la consecuencia: ¿salpica el charco político lo que hacen los medios o son los medios los que manchan la agenda política? Y, en último término, ¿son las redes sociales reflejo de lo anterior, o es esa exposición masiva y enfrentada la que ha enconado el debate?
Durante este primer año de boletín he ido tratando temas en dos entregas. En esta ocasión, y al hilo de lo que conté en el último envío, quiero abordar el estado de los espacios políticos emergentes a un año vista de unas elecciones que pueden certificar su declive. Y toca empezar por el que primero irrumpió, el espacio post15M que cristalizó en Podemos.
La formación se disparó cuando pasó de la utopía al pragmatismo y ahora que pierde altura se aferra a la ortodoxia, cada vez más marcada. La pelea se deja ver en lo político, con las tensiones entre un Podemos aún pegado a Pablo Iglesias y un Sumar que no se decide a impulsar Yolanda Díaz. Pero la guerra, que existe, ha derivado en estos meses hacia otro frente que puede marcar el rumbo de la contienda: la batalla por hacerse con espacio mediático.
Al lío 👇🏻
💔 Punto uno: el eterno regreso de la izquierda desunida
Publicaba hace unos días Rodrigo Terrasa un reportaje en El Mundo acerca de la maquinaria comunicativa de Pablo Iglesias. El texto, como era de esperar, provocó que todo su entorno se revolviera. Comprensible, ante lo que interpreta como un ataque, y más viniendo de un medio conservador. Pero en el matiz está el detalle: quien firma la pieza ha sido uno de los que ha levantado acta de la corrupción del PP en la Comunidad Valenciana. De hecho, en su reportaje no hablaban sólo conservadores, ni mucho menos: había voces de gente más bien cercana en lo ideológico a Iglesias.
¿Cómo ha llegado la situación hasta ese punto? Para explicarlo hay que remontarse al proceso que el exvicepresidente puso en marcha cuando abandonó las instituciones: quiso pasar de hacer política allí a hacerla en los medios. Algo en lo que no es el primero, ni mucho menos el único, y que usa como defensa pertinaz ante las críticas por ese viraje. Para él, en esta partida política el tablero de juego son los medios y las piezas los periodistas. Y el problema es que hay varios jugadores, y que él quiere ser una de esas piezas.
Pedro Vallín contaba así el inicio de ese proceso en mayo de 2021. De hecho, la afinidad entre ambos era tal que no extrañaba que Iglesias rompiera su silencio con él, y que en la primera imagen sin aquella célebre coleta que le identificaba apareciera leyendo su libro. Las negritas son mías:
La metáfora se ha convertido en literal. El exvicepresidente Pablo Iglesias se ha cortado la coleta, en sentido figurado y en sentido material. Su salida de la política institucional y orgánica ha venido acompañada de un ritual casi ancestral que pone fin a todo un símbolo de la política española. La recuperación de su actividad como docente y su posible regreso a medio plazo al periodismo crítico, anunciados en entrevista con La Vanguardia el pasado mes, ha supuesto también un cambio de imagen
🗞️ Punto dos: periodista qué es
En aquel momento el debate en la izquierda iba de ‘rojipardismo’ y de cómo, según algunas visiones, cierto discurso conservador se hacía fuerte vendiéndose como si fuera progresista. Las caras visibles de aquella disputa eran Antonio Maestre, de La Marea, y Ana Iris Simón, columnista reciente en El País. No es casual en este relato que ambos medios estén ubicados a la izquierda.
En los últimos meses la pelea ha incorporando jugadores y variando posiciones, acelerando esa transición. Ha sucedido a medida que el propio Iglesias ha intensificado su esfuerzo por ubicarse en el sector de los medios. No en vano, siempre ha sido consciente de su importancia a la hora de crear opinión, como bien aprendió con el surgimiento de Podemos aupado por las tertulias televisivas.
No es casual, por tanto, que una de las cosas que destaca Iglesias en su perfil de Twitter es que tenga el “premio de periodismo La Lupa (2013)”, a pesar de que no sea un galardón especialmente conocido. Tampoco que su primer intento de volver a la universidad como docente fuera buscando una plaza de profesor asociado de periodismo. Ambas cosas responden a las negritas de antes.
Que no consiguiera aquella plaza encantó a los medios, que se hicieron eco como si fuera un fracaso mayúsculo, cuando en realidad ni era relevante ni era extraño. No era relevante porque un asociado tiene una remuneración exigua, e Iglesias, como doctor que es, podría optar a otra posición. Tampoco era extraño porque el requisito para ser asociado es estar activo en el sector y contar con experiencia en él, y resulta que Iglesias no es periodista ni ha ejercido como tal.
Pero su plan tenía sentido porque era una vuelta a su origen: dio el salto a la arena política desde ‘La tuerka’, que tras dejar el Gobierno reconvirtió en el podcast ‘La base’, ambos alojados por el diario Público (otro medio de izquierdas). Son altavoces mediáticos desde donde empezó a estar primero y empezó a volver después. Pero justo en ese detalle estaba la manzana de la discordia que ha incendiado su espacio político: en su proyecto ‘Canal Red’, para el que ha montado un crowdfunding, estaría implicado Jaume Roures, que es precisamente quien liquidó el diario Público años atrás.
Este artículo en ElDiario.es (otro medio de izquierdas) de Pere Rusiñol, ex de Público y muy crítico con Roures, es otro hito en toda esta historia. En él se aborda la diferencia entre lo que califica como “prensa independiente” y “prensa de partido”. No hay una sola mención explícita a Iglesias, pero tampoco hace falta.
Y ese es justo el resquicio que el exvicepresidente maneja en estos días: si hacer periodismo es una cosa y hacer política desde el periodismo es otra, ¿por qué se le critica a él con artículos como el de El Mundo y no al resto, que también lo ha hecho? Su frase en esta entrevista en RAC 1, al hilo de la gestión del ministro del Interior Grande-Marlaska, es un resumen de su visión al respecto: “Los medios pesan mucho más que los partidos”.
Y justo por eso juega a ser lo que sabe que no es: porque al hacerlo pone en evidencia que, bajo esa lupa, los demás puede que tampoco lo sean. Y eso cree que evita que pierda la partida.
↔️ Punto tres: del ‘rojipardismo’ a la ‘progresía mediática’
En esta transición al mundo de la comunicación Iglesias está intentando hacerse hueco en el nicho de la izquierda, que como pasa con los partidos, está muy poblado. Y por eso en esa pelea se están enzarzando prácticamente todas las cabeceras del espectro político, retomando aquel argumento del ‘rojipardismo’, aunque reconvertido.
Las primeras refriegas llegaron en abril de este año, con Iglesias firmando en Ctxt (otro medio de izquierdas) una tribuna que hablaba de la “progresía mediática”, a la que culpaba de dar alas a la extrema derecha. El mismo argumento que esgrimía Maestre contra Simón un año antes, pero ahora dirigido contra el propio Maestre por Iglesias.
En verano llegó la filtración del audio en el que Antonio García Ferreras (de La Sexta, otro medio de izquierdas) reconocía haber contribuido a la difusión de informaciones ficticias contra él. Las fricciones entre ambos, en cualquier caso, no eran nuevas. Las semanas siguientes supusieron un reguero de críticas desde el entorno del exvicepresidente hacia él y su mujer, la también periodista (y también ubicada a la izquierda) Ana Pastor.
Coincidió en aquellos meses con el reconocimiento por parte de Antonio Caño, exdirector de El País, de que intentó influir para intentar evitar el acuerdo entre PSOE y Podemos. Iglesias aprovechó el quite para hablar de deontología periodística.
Abriéndose hueco a codazos también se ha quedado por el camino su antigua sintonía con Vallín, de la mano de quien comenzó su regreso. Este artículo suyo en La Vanguardia, que retomaba la idea del ‘rojipardismo’ pero en dirección contraria, fue calificado de “patraña” por parte de Iglesias. Y también se han ahondado las diferencias con Maestre, que apuntaba al crowdfunding del nuevo medio de Iglesias lamentando que “gente humilde que necesita su dinero” apoye el proyecto “de un multimillonario”, en referencia a Roures. La directora de Público hacía un llamamiento a las suscripciones al medio ironizando con que “ahora la gente no puede destinar su dinero a lo que le dé la gana”. De nuevo, no había mención explícita alguna, pero no hacía falta.
Mientras la actualidad política nacional se ha centrado en estas semanas en las posibles divisiones en el Gobierno a cuenta de la interpretación de la llamada ley del ‘sí es sí’, los disparos en la izquierda se cruzaban también en el plano mediático. Pablo Echenique, mano izquierda de Iglesias, anunciaba que cancelaba su suscripción a ElDiario.es (recordemos, de izquierdas) por discrepar del tratamiento del tema en sus páginas. El propio Iglesias criticaba días después a una responsable del medio por compartir el artículo de Terrasa citado al inicio de esta carta.
Iglesias ha ido dinamitando puentes mediáticos cercanos. No sorprende que suceda con cabeceras conservadoras. Quizá tampoco con visiones críticas venidas de posturas más moderadas dentro de ellas -al ejemplo de Terrasa podría añadirse el de Lucía Méndez-. Pero llama más la atención el estallido entre medios y profesionales antes cercanos y ahora visiblemente enfrentados.
Pero, estrategias y huecos aparte, que Iglesias vaya al choque con gente de El País, La Sexta, ElDiario.es o La Marea desde las páginas de Público y Ctxt responde a la misma lógica cainita de la izquierda en los últimos años: si siempre hay hueco para una escisión más, por qué no va a haberlo para un medio más. La pregunta es si al final habrá lectores para tantos medios. O votantes para tantos partidos.
🤔 Uniendo los puntos
El relato no está completo, ni es exhaustivo. Hay decenas de ejemplos más, de críticas veladas, de escarnios públicos y de intervenciones mediáticas. En realidad la implosión de esta izquierda ha sido una constante desde que tomó forma de partido, con la sucesión de peleas entre los Errejón, Monedero, Bescansa y Echenique, aunque este último finalmente regresara.
La novedad no es el conflicto, sino su naturaleza: agotado quizá el espacio político, la contienda se ha desplazado al espacio mediático buscando un nuevo frente de batalla cultural. Y por eso ahora las víctimas no son compañeros de partido, sino periodistas y medios. Y, con ellos, la confianza en la pretendida objetividad de lo que se llama ‘periodismo crítico’. Aunque, en general, cualquier adjetivo que acompañe a ‘periodismo’ debería generar sospechas.
Por cierto, y a expensas de la creación de su medio, Iglesias finalmente sí logró una plaza de profesor asociado en la universidad. Pero no ha sido en periodismo, sino en política. Volviendo a Miss Caffeina, “eres agua, es inútil huir de ti”.
En unos días te vuelvo a escribir hablando del otro lado del espectro político 👋🏻