El lunes pasado fue mi 39 cumpleaños. “Ya sólo me queda un año para abandonar la década de quienes aún se creen jóvenes y abrazar la de los que saben que ya no lo son”, escribí en Twitter para celebrarlo. Puede parecer una broma, pero casi ninguna broma en realidad lo es. Hoy hablamos del paso del tiempo y de sus implicaciones. Aviso: el pesimismo sólo repunta al final.
Al lío 👇🏻
🐣 Punto uno: nacer
Hace un año un sencillo ejercicio de datos de ElDiario .es servía para evidenciar algo que no por esperado es menos sorprendente: los niños ya no nacen en fin de semana. Tampoco en festivo. Es un buen retrato de la sociedad en la que vivimos: ahora que tenemos capacidad de programar los nacimientos, para qué complicarnos en días en los que un parto no viene bien.
Eso, claro, no es ni bueno ni malo, más allá de forzar partos fuera de la fecha ‘natural’ cuando en la mayoría de casos no es necesario. Es la evidencia de que en nuestra realidad no hay hueco para la improvisación, para que las cosas sucedan. Ya nacemos con prisa.
Pero antes de nacer hay que concebir. En eso influyen cuestiones culturales, pero también económicas y sociales: cuántos hijos se tiene, a qué edad se empieza y qué trato social tienen la maternidad y la paternidad dista mucho entre países. Es el factor estructural: hay países en los que tener hijos joven es lo normal y otros en los que tenerlos joven está casi mal visto. En unos es sinónimo de prosperidad, en otros de final de vida social o profesional.
También entran en juego factores externos y coyunturales. Uno peculiar es el deporte, que aunque parezca una broma influye como gran catalizador social que es: un estudio de hace años desgranaba los ‘excesos’ de nacimientos registrados nueve meses después de eventos clave como, por ejemplo, el gol de Iniesta. Al final ganó un mundial… y unos cien mil hijos.
En el lado negativo de esa coyuntura, las grandes crisis. Los conflictos bélicos, los derrumbes económicos o la pandemia ponen en jaque la natalidad. Es pronto para tener cifras, pero tras esta última algunos estudios hablan de una caída generalizada en todos los países analizados, superando el 8% en España.
🐥 Punto dos: crecer
Si nacer es complicado, crecer no es más sencillo. La pandemia -por no dejar de hablar de ella- ha puesto de manifiesto que somos un país complicado para los niños. Soportaron el confinamiento como los adultos, pero privados de espacios de socialización al aire libre. Volvieron a los colegios y no podían ni mezclarse en los patios. En la recta final (esperemos) se han convertido en la franja con mayor incidencia por ser la última en recibir la vacuna.
Según van creciendo la cosa no mejora. Otro estudio (hoy va de estudios) refleja que España es uno de los peores países de Europa en calidad de vida para jóvenes. Ahí entran la educación y el trabajo, pero también su capacidad de emancipación, su calidad de vida en general y su acceso a la tecnología (no solo material, se entiende). Estamos casi un punto por debajo de la media europea, y sólo por delante de Italia, Bulgaria y Rumanía.
En realidad no es un dato que deba sorprender. Ya hablamos en un boletín de hace unas semanas que el sistema educación poco ajustado al mercado laboral y cierto tapón generacional conducían a la frustración de muchos jóvenes, que llevan años emigrando ante la falta de oportunidades.
🥚 Punto tres: reproducirse
Un recorrido por este hilo basta para ver que cada vez somos menos, y cada vez más mayores. No es una cosa sólo de España, sino de muchos países de los llamados del ‘primer mundo’. Vivimos en una vorágine constante, cada vez estudiando más años, cada vez necesitando más tiempo para -con suerte- empezar a ser productivos, cada vez con deudas mayores que pagar. Todo eso provoca que mucha gente se plantee tener familia cuando ya es tarde, lo cual también tiene efectos en sus hijos porque no es lo mismo criar con 25 años que hacerlo con 45.
Luego está el otro extremo, al que apuntaba en mi tuit cumpleañero. Será la sociedad actual, quizá más lúdica y reacia a abandonar la diversión juvenil, pero hoy se hacen cosas hasta bien entrados los 40 años que antes eran impensables. A quién no le apetece salir de fiesta, empalmar relaciones o hacer maratones con la videoconsola si la alternativa es renunciar a la vida social, dejar de ser persona y convertirte en papá o mama y cambiar pañales.
Esa percepción no es general, claro, pero es la que más predicamento tiene. No hay película en la que los partos no sean a gritos, ni serie en la que la paternidad no se presente como un infierno en el que se acaba la vida que querías tener. Y eso sin entrar en el aumento de costes, la falta de conciliación y las complicaciones generales. No sigo, que por menos crucifican a Ana Iris Simón cada semana.
Vaya, que sin caer en el simplismo, pero hay gente que no tiene familia porque no puede, pero también mucha que no lo hace porque no quiere. Los hijos ya no son un imperativo social, sino una opción (y eso es genial). El problema es que son una opción difícil. La consecuencia: cada vez tenemos menos hijos, y los tenemos más tarde.
🍗 Punto cuatro: morir
Llegados a este punto puede parecer que ser mayor es lo mejor que puede pasar. Alejado de la falta de oportunidades de los más jóvenes, a salvo de una sociedad de tan líquida un poco inestable. A fin de cuentas, el hecho de que los mayores sean mayoría es lo que lleva a los políticos a hablar mucho más de pensiones que de ayudas educativas, y eso se nota en quiénes sostuvieron al bipartidismo cuando empezaron a aparecer fuerzas nuevas, como reflejaba Pepe Fernández-Albertos.
Pero la madurez no es fácil. Que les pregunten a los trabajadores veteranos que perdieron su empleo durante la crisis económica y que ya no han podido reengancharse porque otros más jóvenes (y baratos) les han sustituido. O a los ancianos, en muchos casos apartados como si ya no contaran, que se enfrentaron a la trampa mortal de las residencias durante la pandemia.
Si ser padre o madre es vivir preocupado, envejecer es dejar de contar. España no será país para jóvenes, pero tampoco lo es para mayores. El progreso les ha ido expulsando paulatinamente conforme ha ido abrazando nuevas prácticas y tecnologías. Para muchos de ellos ahora es imposible valerse por sí mismos, pero no por falta de capacidad, sino porque las cosas no están hechas para ellos. Lo explicaba de forma magistral José A. Pérez en su ‘Obsolescencia social programada’:
En algún momento, Carmen se descolgó del mundo. O, más bien, el mundo se descolgó de ella. No está muy segura de cuándo pasó. Hasta hace poco, se las arreglaba a las mil maravillas. Era capaz de hacer sus propias gestiones sin problema, y hasta le echaba una mano a sus amigas cuando se enredaban con algún trámite. Pero, de un tiempo a esta parte, todo ha empezado a volverse cada vez más complicado.
El final de cualquier camino es complicado. Y el nuestro, por fortuna, es cada vez más largo y mejor: vivimos más años y en mejores condiciones de salud. Pero socialmente más apartados. Porque sí, además de quejándonos siempre, también morimos cada vez más aislados: el año 2020 cerró con más de dos millones de personas mayores de 65 años viviendo solas.
Muchas veces no nos damos cuenta de estas cosas hasta que es tarde. Y entonces vemos que quienes se van ‘nos caían tan bien’, como reflexionaba Jabois ante el fallecimiento del padre de su expareja. Lo que un día era un imperativo social se convierte en una ausencia irremediable para el resto de nuestros días.
🤔 Uniendo los puntos
Que la vida va en serio se suele aprender por las malas. Nacemos con prisa, vivimos pensando que nunca se va a acabar, postergamos avanzar en ella porque nunca es un buen momento, no atendemos a nuestros mayores porque creemos que estarán para siempre. Vive y disfruta del momento, porque cualquier día de estos cumpliremos años otra vez y entonces nos daremos cuenta de que debimos disfrutar más de los 39 en lugar de lamentarnos por si llegaban los 40. Piénsalo: lo peor realmente es no poder cumplirlos.
Ánimo con la semana, el sábado más (si no me toca la Lotería) 👋🏻