Fuente: Terra
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El juego político catalán explicado como una obra de teatro

Los espectadores que abarrotan la sala se dieron cuenta del inicio de la obra el 11 de septiembre, en la Diada, cuando centenares de miles de personas salieron a la calle (millón y medio según la Generalitat) clamando por la independencia de Cataluña. Pero la obra había empezado antes. Fue a finales de marzo cuando Convergència Democràtica de Catalunya, el hermano mayor de ese tándem que es CiU, celebró su último congreso. En él Artur Mas pasó a ser presidente de la formación y Oriol Pujol, hijo del exPresident, secretario general. Dos generaciones políticas en un hombre con una vena soberanista mucho más evidente de lo que CiU había osado mostrar jamás.

Ahí empezó el cambio discursivo. Aquel congreso acabó con peticiones de independencia y un discurso incendiario de la nueva mano que mecería la cuna de los convergentes. Por encima de Pujol sólo Mas, y por debajo dos hombres fuertes como son Lluís Corominas -vicepresident del Parlament- y Francesc Homs -portavoz del Govern-. Aquel congreso, además, fijó el guión de una historia que tiene su próximo giro argumental el 25 de noviembre, fecha de las elecciones adelantadas convocadas por Mas en una partida de ajedrez y marketing político que, como las buenas historias clásicas del Renacimiento, se podría contar en cinco actos.

Primer acto

Se levanta el telón. Artur Mas lleva apenas dos años de Gobierno y nota los efectos de una legislatura durísima. Ha recortado en sanidad y educación, imponiendo el euro por receta y cerrando centros de atención primaria, reduciendo el presupuesto para las universidades y abanderando la polémica de los tuppers escolares; ha congelado las plazas de funcionarios, ha bajado sueldos, reducido horarios y demás recortes que la oposición se ha encargado de recopilar en un documento. La crisis no tiene visos de mejorar y los violentos incidentes registrados durante el año 2011 invitan a pensar que la situación social puede ir a peor.

En el calendario, peores augurios y una alternativa: aprobar unos presupuestos complicados, seguramente con más recortes, o biencambiar de estrategia . Queda todavía un año para que se renegocie el modelo de financiación estatal, pero Cataluña no puede esperar tanto. No queda dinero. En el Estatut reformado durante el anterior Govern se establece la posibilidad de crear una Hacienda propia, recaudando así para Cataluña sin tener que pagar a España. Es el momento de empezar a colocar ideas en los discursos: «expolio fiscal», «Cataluña paga más de lo que recibe», «siempre hemos aportado para España y ahora necesitamos para Cataluña». La estrategia es doble: por una parte, el Govern se adelanta a la réplica de que le harían sobre que la mayoría de recortes han sido en partidas que están transferidas, por la otra sitúa al culpable fuera del Govern. Es España la que toma nuestro dinero y no lo devuelve, cuando nos lo debe, y nos obliga a recortar. Los malos son otros.

Segundo acto

Se abre el telón y aparece el Mas estratega. La estrategia ya está planteada, y el momento es perfecto. El debate soberanista en España siempre se ha visto enrarecido por el conflicto vasco. Hasta ahora, con una ETA inactiva y una izquierda abertzale normalizada en las instituciones. Es el momento de hacer un Plan Ibarretxe a la catalana, pero aprendiendo de sus errores. En Cataluña no hay un clima de violencia que amenace la convivencia, pero tampoco debe plantearse como una amenaza o una imposición. Conviene incidir en lo que hizo encallar el proyecto soberanista vasco, poner la tirita antes de la herida. Ibarretxe tuvo una aprobación por amplia mayoría de su plan, que se estampó contra la afirmación de Zapatero de que la decisión no dependía del Parlamento vasco, sino del español.

Ante ese giro, dos nuevos conceptos para el debate. El primero, el rechazo a la decisión unilateral y la llamada constante al diálogo y al acuerdo. El segundo, el «derecho a decidir» como contrapunto al más que probable bloqueo del Congreso. Hay tres formas de intentar combatir contra todo eso. Lo primero, hablar de un referéndum y señalar como una carencia democrática el miedo a preguntar a la gente ¿De verdad sería mayoritariamente afirmativo un referéndum secesionista? Eso no importa porque España nunca permitirá la consulta, y eso hace fuerte al soberanismo. Lo segundo, buscar legitimación internacional para intentar un apoyo global a procesos como el escocés o el de los Balcanes. El tercero, mucho más factible, aprovechar todos estos ingredientes para conseguir un objetivo en sí mismo: una amplia mayoría absoluta.

Tercer acto

Se abre el telón y aparece el Mas diplomático, siempre jaleado por una bandera catalana y, en muchas ocasiones, por una europea. La Diada vino a confirmar ese sentimiento de malestar de la gente. La calle no clama contra el Govern que ha ejecutado los recortes, sino contra la misma España a la que Cataluña ha pedido un rescate financiero. El mensaje de la Generalitat es que el rescate se pagará con dinero catalán, que no deben dar ni las gracias y que no tienen por qué devolver nada. ‘España nos lo debe’. Esa es la idea. Mas juega la última carta: lanzar su discurso más soberanista sin mezclarse con la calle, acudir a Madrid pidiendo una financiación que sabe que una Moncloa gobernada por el PP y con la crisis acuciando jamás concederá. La convocatoria electoral aparece entonces como consecuencia lógica para preguntar a los ciudadanos qué quieren hacer.

Pero ¿son las elecciones la consecuencia lógica de la situación o el fin buscado con toda la partida desplegada? Artur Mas buscará la mayoría absoluta intentando adueñarse del voto independentista. Sin embargo, según los sondeos, formaciones como ERC subirán, mientras que queda como una incógnita el papel que grupos más pequeños como SI o las CUP puedan desempeñar. Pero realmente poco importa tener o no la mayoría absoluta: disolver el Parlament liquida las comisiones de investigación por las tramas de corrupción de CiU, evita que se hagan nuevos presupuestos, renuevan la confianza en el Govern haciendo borrón y cuenta nueva del desgaste de los recortes y, sobre todo, desvía el discurso. Nadie habla de la crisis, sino de un referéndum improbable y una independencia legalmente imposible. El resto, piezas de dominó que caen por sí solas.

Cuarto acto

Se abre el telón y aparece el Mas mesiánico, rodeado de banderas independentistas. Junto a él el mismísimo Jordi Pujol, artífice en gran parte de la construcción española de los ’80, diciendo que votaría sí en un hipotético referéndum, garantizando el voto de los convergentes de toda la vida , la masa burguesa que se ha alejado tradicionalmente del soberanismo. En un Parlamento tan fragmentado como el catalán la mayoría absoluta es cara, pero da igual: el rival a batir, el PSC, tendrá tres veces menos diputados que CiU, según las encuestas. La polarización del debate les coge en medio y les anula.

La calle se cohesiona, al menos en lo visible. Gente cercana a la izquierda soberanista aplaude a Artur Mas. Inmigrantes catalanes llegados desde otras autonomías y otros países desfilan con las esteladas. El enemigo está fuera. No es la crisis, ni los recortes. Es el Gobierno español el que obliga a hacerlos porque niega lo que pertenece a Cataluña. La vieja técnica del enemigo común para unirse contra algo amenazante y eliminar el conflicto interno.

Quinto acto

Acto final. El debate toma forma. Artur Mas ha dispuesto las piezas y ellas solas van cayendo. A cada gesto suyo, alguien del partido del Gobierno responde con una algarada que les da alas. Que si la Guardia Civil para regir a los Mossos d’Esquadra, que si la posibilidad de anular la autonomía catalana, que si la independencia les dejaría fuera de la UE, que si plantear un referéndum es ilegal y supone un golpe de Estado jurídico . La contienda es entre dos nacionalismos : uno que quiere energer y otro que lucha por conservarse. La pelea es por el statu quo, la crisis y los recortes ya han quedado atrás. En esa contienda, la del miedo al otro, ambos ganan, envueltos en sus respectivas banderas.

El debate ahora ya no es la asistencia social o las escuelas, la atención a los jubilados o los desahucios. Tampoco la política de empleo. El modelo ahora es impulsar o corregir la autonomía . Si caminar hacia un supuesto federalismo como único futuro para España y para europa, o si seguir igual. O si un Estado catalán es la única solución.

Mientras, Mas no se mancha las manos. Aporta cifras de lo bien que viviría una Cataluña independiente, de su riqueza, su importación y turismo. De todas esas cosas que no analiza si tendría o no sin España. Porque tampoco eso es importante. Él no dice la palabra independencia, sólo habla de «consulta», de «derecho a decidir», de «estructuras de Estado propio». Son otros los que gritan mientras él juega su papel institucional sin arrugarse el traje. Entre todos le hacen la campaña y ella sola se murió.