Originalmente publicado en: Cuaderno Evoca 10 (versión en el blog)
El periodismo es muy viejo y muy nuevo. Es viejo como el sol eso de contar lo que pasa a los demás. Y, a la vez, es algo que, por sus propias características, tiene que estar siempre en contacto con lo nuevo, con lo que pasa, con lo último, para no quedar desfasado. No se trata únicamente de hacer un seguimiento de la actualidad, sino de adecuarse a los gustos cambiantes de la sociedad y los lectores, para saber estar y llegar, así como adecuarse a los formatos, significados y entornos. Y eso no siempre es fácil.
Por eso quizá los periodistas que mayor huella dejan son los que, a la vez, son viejos y nuevos. Uno de los máximos exponentes de esa ambivalencia era Enrique Meneses. Arrugado, pero expresivo. Conectado a una máquina para respirar, pero siempre hablando. Anciano, pero bloguero, tuitero y tecnólogo sin par. Meneses, que nos dejó en enero de 2013, tras 83 años de vida, muchas historias, muchos cigarros y decenas de anécdotas, sabía mucho de estar en contacto con lo que pasaba.
En algunos de los encuentros que tuve la ocasión de compartir con él siempre criticaba lo mismo de los periodistas de hoy en día: que se acomodaran en las redacciones. “Yo nunca he trabajado para un sitio”, solía decir. Su trabajo fotográfico pasó por las mejores redacciones, pero él nunca se debió a una. Siempre se jactaba de la libertad que a uno le daba trabajar de esa forma.
Un dato: cuando Meneses fotografió a Castro y sus guerrilleros en Sierra Maestra corrían los años 50, nada menos. Así que eso de “emprender” para hacer periodismo tiene poco de nuevo.
En la universidad siempre suelo decirle a mis alumnos que los periodistas no vendemos patatas, sino que trabajamos con la vida. Lo que hacemos es intentar contar lo que pasa, explicarlo, así que no tiene sentido empeñarse en vivir alejado de la realidad. Por definición, un periodista no puede ser distante, ni dejar de pisar la calle, ni dejar de escuchar lo que otros dicen, ni dejar de trazar líneas uniendo puntos aparentemente aislados e insignificantes. En cada esquina hay una historia, en cada persona una vivencia. En cierto modo, las mejores historias suceden cuando estás ahí en ese momento perfecto, o cuando conoces a la persona adecuada, o cuando cazas el dato correcto. Una pequeña pieza de dominó que precipita un montón de piezas más.
Sin embargo nuestro oficio se ha ido yendo en dirección contraria. La prisa por ser los primeros, el pensar primero en posicionar que en investigar, el interés por los trending topics y virales antes que por las personas y los hechos. Dicen que eso lo ha traído internet, pero en verdad todo eso lo ha traído la conversión definitiva del periodismo en negocio, donde cuadrar cuentas es el único objetivo y la audiencia es la única moneda. Las exclusivas llevan tiempo y trabajo: hacer fuentes, ganar confianza, patear calle, sumar errores, bucear en montañas de información… Pero el tiempo es caro. Carísimo.
Por todo lo anterior los medios de comunicación se han convertido en grandes corporaciones que escriben de los libros de las editoriales de sus libros, valoran las series de su cadena amiga, ensalzan al político afín, palmean al presidente de un equipo cercano o jalean el último producto de tal o cual empresa. Ahora hay presidentes, acciones y consejeros delegados que tienen potestad para despedir a directores de medios, incluso cuando fueron ellos quienes fundaron la empresa. Ahora se escribe más para los robots y las arañas que para los humanos. Ahora las redacciones están más llenas que nunca porque los periodistas apenas salen a la calle. Y por todo lo anterior, las redacciones están también más vacías que nunca, porque abunda la información que no tiene información.
La historia de las grandes empresas periodísticas en España ha sido como casi todo en España: rápido e intenso. Con la caída de la dictadura llegó el primer boom: la libertad de expresión y el arranque de las grandes cabeceras (El País, Cambio 16…) y la reconversión y fortalecimiento de otras anteriores (ABC, La Vanguardia, la SER…) se empezaron a reunir enormes profesionales que narraron algunos de los capítulos más significativos de nuestra historia reciente: el intento de golpe de Estado, las elecciones, las huelgas generales, los crímenes de ETA, la corrupción…
Pero volvamos a lo de vender patatas, esa teoría por la que los medios se empapan de lo que pasa en su entorno. España empezó, poco a poco, a modernizarse y a hacerse próspera, a tener más y mejores infraestructuras, a integrarse internacionalmente. Se multiplicaron las televisiones, la industria de la información empezó a ganar influencia y empezaron a crearse grandes corporaciones. Radios, televisiones, periódicos, editoriales, distribuidoras y demás se fueron uniendo en bloques, donde compras, ventas y fichajes fueron definiendo el mapa comunicativo. Los periódicos dejaron ser cosa de periodistas, y pasaron a ser cosa también de empresarios. Y de políticos, que soñaban con crear entes gigantescos de determinada ideología para luchar contra el ente de enfrente. Así se infló otra de nuestras burbujas, con compras tan catastróficas como Sogecable para PRISA, Recoletos para Unidad Editorial o Qué para Vocento.
Pero, ya lo sabemos, la fiesta se acabó y el dinero dejó de fluir. La información, la influencia o el poder cambió de situación, y la burbuja, también esta, estalló.
La criba de estos años ha sido despiadada. Por cruel y, a la vez, racional, destaca el caso de un gran medio español que aplicó un ERE a su plantilla en pleno azote de la crisis. Meses atrás había ofrecido cursos de reciclaje hacia lo digital, pero muchos trabajadores mostraron poco o nulo interés, tras décadas escribiendo para un formato, el papel, que seguía –y sigue– mandando en ingresos económicos. Casi todos los que no se ‘reciclaron’ fueron ‘reciclados’. Con el paso de los años, tanto en ese medio como en sus competidores, los despidos han tocado a todos los palos: papel, digital, televisión, radio, gabinetes, agencias… Nada está a salvo cuando todo se hunde.
Así que, tras casi siete años de estallido de burbujas variadas –una de ellas, la periodística- así estamos: 11.151 empleos perdidos y 284 medios cerrados desde 2008, y los medios que han sobrevivido han dado muestras de no dar la talla: campañas propias de activistas incluso contra las sentencias judiciales (como el tratamiento del 11M en El Mundo), errores incomprensibles (la supuesta fotografía de un Hugo Chávez agonizante en portada de El País) o, directamente, seguidismo político (con portadas recurrentes en ABC o La Razón) han poblado las portadas en estos últimos años.
Todo pinta negativo.
Pero volvamos a las patatas.
Como los periodistas no pueden separarse de lo que pasa en la sociedad, al sector le ha tocado readaptarse. Y no es por la transición de lo ‘tradicional’ a lo ‘digital’, que es algo muy manido, sino por la búsqueda de nuevas fórmulas ante una situación desfavorable generalizada. Y como está de moda lo viejo, toca volver a lo viejo: cuando las corporaciones no eran lo que son, cuando no daban trabajo suficiente para acoger tanta oferta de licenciados (77.832 licenciados desde 1976, según el citado Informe de la Profesión Periodística) y cuando ser periodista era sinónimo de ser freelance.
¿Así que ha sido la crisis la que nos ha hecho mirar, como colectivo, al ‘freelancismo’? Sí, en parte. Porque nos habíamos acostumbrado a vivir tranquilos, con una nómina a fin de mes, con ingresos asegurados y sumando antigüedad dentro de la redacción. Hasta nos gustaba lo de tener la pata atada a la mesa, pisar la calle sólo para llegar e irnos y ‘escribir’ (léase ‘retocar teletipos’) sobre cosas que suceden en lugares a miles de kilómetros, en los que nunca hemos estado y de los que apenas nada sabemos.
La otra parte tiene que ver con internet. Una de las muchísimas cosas que el entorno digital ha traído para el mundo de la comunicación es el brutal abaratamiento de costes. Ahora una televisión no necesita una carísima licencia para emitir. Tampoco una radio necesita antenizar para escucharse en todo el mundo. Ni un periódico o revista tiene que llevar a cabo una gigantesca tirada, con impresión, tintas, transporte, almacenamiento y demás. Cualquier medio de comunicación puede llegar a lectores de todo el mundo sin tener que llevar a cabo la enorme inversión económica que hasta hace poco suponía montar un tinglado semejante.
De hecho, gracias a internet, la única frontera es el idioma. Tú puedes montar una emisora de radio online que se escuche en todo el planeta, publicar artículos de una revista digital y que se lean al segundo en Argentina. Ojo, que no estamos descubriendo la penicilina con esto, pero para muchos ha supuesto un cambio profesional de enormes dimensiones.
Hay dos palabras que definen este proceso, y tantos otros procesos hermanos en el ecosistema digital: universalización –por aquello de que se da acceso a casi cualquiera que quiera montar una plataforma de comunicación- y desintermediación –porque, en este caso, la información deja de ser ‘propiedad’ de grandes corporaciones con grandes medios y pasa a estar en manos de quien quiera montar un canal de comunicación-.
Las problemáticas ahora son otras. La primera, emular los viejos esquemas en un nuevo entorno. Es decir, montar una empresa digital con presupuestos de varios millones de euros para tener presidentes, consejeros delegados y demás fanfarria empresarial, con nóminas de cinco ceros y cochazos de empresa. Eso, por más que los costes de creación de un medio digital sean menores, sigue siendo igual de insostenible. Porque, oh malas noticias, el ingreso publicitario en el entorno online es todavía pequeño y porque gran parte del contenido que se publica y comparte en internet no está sujeto a muros de pago, es decir, es gratis. Es decir, no da dinero, al menos directamente.
La segunda problemática es un tanto más prosaica: si cualquiera puede crearse un medio de comunicación, ¿cómo distinguir lo que es periodismo de lo que no es? Este debate lleva años encima de la mesa y repunta cuando las cosas vienen mal dadas para los periodistas: el intrusismo preocupa cuando no hay ‘comida’ para todos. La cuestión es, ¿tiene que temer la competencia de un ‘intruso profesional’ un periodista profesional, con fuentes, solvencia, experiencia, dominio del medio y conocimientos suficientes? Es más, ¿qué es un ‘intruso profesional’? Porque ahí fuera algunos de los mejores periodistas de este país no son periodistas. Por citar un ejemplo, el director de El País es químico ¿Y no es periodista?
Ahora falta hacer lo que se supone que hacen los periodistas: unir los puntos. Por una parte, tenemos una enorme crisis (económica, periodística, publicitaria, de transformación del sector…) que provoca que los grandes conglomerados estén desmoronándose y, entre los cascotes, miles de periodistas se queden en la calle. Por otra, tenemos un desarrollo tecnológico arraigado que está permitiendo que cualquiera con conocimiento, ganas y talento pueda crear su propia plataforma de comunicación.
¿Qué es lo que está pasando? Que el mercado periodístico español está floreciendo con fuerza en mitad de la crisis, sembrado de pequeños y medianos proyectos netamente digitales que intentan encontrar su nicho de mercado. Claro que cuesta dinero montar algo: hay que comprar un dominio, tener un hosting, pagar las nóminas… pero el esquema de costes de cualquiera de estos proyectos es irrisorio comparado con el de los grandes conglomerados empresariales del sector de la comunicación.
¿Algún ejemplo? Decenas: JotDown, eldiario.es, Yorokobu, Panenka, Libero, Materia, Fiat Lux, El Confidencial, Vox Populi, Periodismo Humano, La Marea, Infolibre, Cuarto Poder, ZoomNews, Acuerdo, The Objective, Revista Don, Vis à vis…
Entre todos ellos suman millones de usuarios únicos. En muchos casos cuentan historias que no se cuentan en los grandes medios, generan exclusivas y reúnen a algunas de las plumas más destacadas del país. Incluso muchos de ellos nacen de las cenizas del incendio de los grandes medios.
Entonces… son como ellos, ¿no?
No, porque en muchos casos esas nuevas redacciones son mixtas. Por una parte son equipos pequeños, cerrados, con nóminas controladas y con ‘acciones’ de la empresa como parte de su ganancia. El resto del contenido se encarga a firmas externas, redactores ‘freelance’ que, como en los tiempos de aquel Meneses que se ahogaba al cruzar corriendo la avenida de los francotiradores de Sarajevo, vendían crónicas en medios diversos.
La fórmula es mucho más barata para la redacción (externaliza contenidos bajo fórmula de colaboración, pagando mediante factura y sin contratar a parte del equipo), pero precisamente eso es lo que hace posible que el medio tenga posibilidades de salir adelante.
“Los nuevos freelance colaboran con medios rivales, que pelean por la misma audiencia en una guerra que ya no se libra con posicionamiento o refrito de teletipos, sino contando historias que interesen a pequeñas grandes masas de lectores»
Claro, pero ¿qué pasa con el redactor? Los nuevos freelance escriben para muchos sitios, porque ideas como exclusividad o bloqueo no tienen sentido en este nuevo entorno. Colaboras con medios rivales, que pelean por la misma audiencia en una guerra que ya no se libra con posicionamiento o refrito de teletipos, sino contando historias, pensando en contenidos diferenciales o buscando nichos temáticos que interesen a pequeñas grandes masas de lectores.
Como verás, no es tan cómodo como tener un sueldo fijo en una redacción. Pero en un momento en el que todos somos susceptibles de ser despedidos, ¿qué es más inteligente, poner todos los huevos en una cesta o repartirlos en cestas variadas? Cuesta más escribir tantos temas en tantos medios diversos para conseguir los mismos huevos que antes tenías, pero… ya no tendrás que temer perder una cesta, porque para que un freelance afronte problemas de verdad tendrá que perder varias de sus cestas.
Riesgos hay muchos: no tener clientes o perderlos, tener que asumir gastos previos a la elaboración de historias –y por tanto tener que pagar antes de poder cobrar-, la inseguridad que da el ser ‘freelance’… Pero las armas también aquí son diferentes: tu marca ya no será sólo el medio del que formes parte, sino tu propia firma, tu identidad digital, el trabajo que puedas enseñar y todas esas pequeñas cosas que ya definen cómo es el nuevo periodista de este entorno.
El reto ahora es el que debía ser siempre: contar cosas interesantes, conseguir que la gente se interese por tus historias y pelear por tener sitios donde contarlas. Lo demás –lo de escribir para robots, elogiar a la editorial de tu grupo o aplaudir al político de turno- hay que dejárselo a esa gran empresa en ruinas de la que un día formaste parte. Hasta que dejaron de poner huevos en tu cesta y te obligaron a salir de compras.