Mario Zubiaga enseña política en la Universidad del País Vasco. Dice que lo hace como siempre, que su paso por el juzgado y la cárcel no le ha hecho cambiar sus puntos de vista. Se ríe cuando se le pregunta si alguien alguna vez le ha dicho qué tiene que poner en los temarios. Durante los ocho años que duró el proceso judicial en su contra tuvo que viajar a Madrid cada dieciséis días “con el trastorno familiar que eso supone”. Y eso por no hablar de lo que supone pasar unos días en Soto del Real acusado de ser algo que no era.
Él formaba parte de la Fundación Joxemi Zumalabe, a la que el sumario 18/98 de Garzón consideraba parte del entorno de ETA. En su defensa frente al tribunal esgrimió su llamada a la desobediencia civil como parte del argumentario de filósofos como Habermas, al que destacó que tampoco cabía ubicar en el entramado etarra.
Zubiaga analiza el panorama político vasco desde la perspectiva de alguien a quien metieron en el saco de los criminales en un momento en el que la Justicia empezó a juzgar a los terroristas más allá de las armas. Entonces se empezó a detener a sus ideólogos, sus legitimadores y sus bases sociales. En ese salto se cometieron errores, y él fue uno.
“No te puedo resumir en cuatro frases lo que son casi diez años de procedimiento penal encima… es brutal”, empieza. “Se nos acusó por intentar promover un debate entre grupos sociales”. Habla despacio mirándose las manos, con las que gesticula. “Hay quien trabaja porque la izquierda abertzale deje la acción violenta y te castigan, a nueve años en mi caso”.
Es la pena que le impuso la Audiencia Nacional. Levanta la mirada. “Eso demuestra que hay sectores a los que no les interesa que el independentismo vasco deje la violencia”.
De mediana edad, ojos azules y gafas de montura al aire, viste camisa de manga larga, vaqueros y chanclas. Responde a las preguntas calmado, salvo en momentos en los que eleva el tono. Lo hace al hablar de “la acción del Estado”. O al hablar de “esa maravillosa Constitución” que ve “construida sobre amnesias” voluntarias. O cuando describe a la sociedad española como un grupo sumido “en conflictos demagógicos que alimentan muy bien la víscera contra lo vasco”.
En su opinión “la salida del conflicto vasco tiene que ser tan complicada como fue la entrada”, y algo se está avanzando hacia ese punto cuando “la izquierda abertzale se ha dado cuenta de que los pasos deben ser unilaterales». Pero advierte de que la unilateralidad “tiene un recorrido que debe terminar en la bilateralidad”.
Apoyos de fuera, cambios dentro
Parte de este camino lo marca Bildu, coalición en la que Zubiaga ve ciertos “factores que han ayudado mucho”. Por ejemplo “cierto mecanismo de victimización”. Eso, en su opinión, es producto de que muchos en Euskadi piensan “que todo el aparato represivo, de exclusión del sistema, de ilegalizaciones contra la izquierda abertzale, era excesivo”.
Esa idea ha llegado junto con la convicción de que ETA “sobraba y no tenía un lugar en la sociedad vasca”, lo que ha hecho posible que “mucha gente que no estaba cercana a la izquierda abertzale haya apoyado a Bildu, especialmente cuando están dando muchos pasos para separarse de lo que ha supuesto ETA en los últimos años”. “En el Estado no se dan por aludidos, pero en este país sí”, asegura.
Mucha gente ajena a la izquierda abertzale ha votado a Bildu por “la expresión pública de que la violencia ha terminado”, pero algo ha cambiado también en la izquierda abertzale. “Mucha gente no entendió que se rompiera la tregua de Lizarra, y todavía menos la ruptura de la tregua de T4”.
Para un momento y sigue: “Los ciclos acaban, y éste no da para más”. En su opinión la izquierda abertzale ha llegado a la conclusión “de que no puede estar pendiente de un proceso negociador en el que los contenidos nunca van a ser suficientes para todos. Y ETA no tiene otra cosa que hacer que asumir esa lectura de la realidad”, concluye.
Pero esa realidad que describe también debe implicar, según Zubiaga, cambios para el Estado: “La ley no genera realidades políticas. Mucha gente ha podido pensar que ilegalizando a la izquierda abertzale ésta iba a desaparecer del país y eso no es así”.
Según su punto de vista, “hay unas cuatro mil personas que no tienen derechos civiles en este país. Yo, por ejemplo, no podría encabezar una lista electoral, aunque haya sido absuelto”. En esas cuatro mil personas cuenta a la gente “que una vez estuvo en las listas, o que estuvo relacionada con algo de la izquierda abertzale, o que haya sido procesada”.
Es por eso por lo que defiende la acción de “cierto lobby interno de la izquierda abertzale, que estaba luchando por cambiar la mentalidad respecto a las cosas que eran dominantes durante un tiempo”. En ese lobby “de cinco u ocho personas referenciales” estarían los que fueron juzgados hace semanas en el sumario Bateragune, como Arnaldo Otegi.
Una familia de movimientos
¿Y cómo es esa izquierda abertzale por dentro? Zubiaga la define como “una familia de movimientos sociales, con núcleos distintos, conocidos, relaciones más cercanas, otras más lejanas”. Desde su punto de vista dentro de esa familia “había un modelo patriarcal autoritario, pero las familias se modernizan y se vuelven más horizontales, con más voces, donde los jóvenes empiezan a tener cosas que decir…”. Y esa familia ha llegado a la conclusión de que “la forma de avanzar es prescindir de ETA, porque ETA no es funcional”.
¿Y tiene capacidad esa ‘familia’ de hacérselo saber a ETA? “ETA no es un grupo de extraterrestres que desde su planeta aplica sus estrategias: ETA lee la realidad social del país y en función de eso adapta su estrategia. ¿Que habrá gente que cree que la lucha armada sigue valiendo? Evidentemente, pero yo creo que esa gente no tiene posibilidad de influir en la izquierda abertzale actualmente”, responde.
Está tan convencido de que la izquierda abertzale ve clara la necesidad de que ETA deje las armas que sólo teme “a los factores externos a Euskal Herria”. Es por eso por lo que se confiesa “optimista, pero prudente”. Teme, por ejemplo, “si gana el PP con mayoría absoluta” porque no sabe “qué locuras se les pueden ocurrir”.
En su opinión “la tentación de seguir con una ETA residual para debilitar al independentismo es un escenario muy tentador en muchas partes del PP porque permite aplicar políticas muy autoritarias y deja cautivas a las demás fuerzas”, asegura. “Esa idea de que ETA aunque deje de ser ETA seguirá siendo ETA muestra que el problema no es ETA, sino el independentismo político. Y me preocupa que no se busque acabar con ETA, sino acabar con el problema vasco a la vez”.
Zubiaga conoce a víctimas y amenazados, como la que fuera su compañera de claustro Edurne Uriarte. O al socialista Imanol Zubero, que hizo de perito en su defensa. “Estábamos comiendo, preparando la defensa, nosotros acusados de ser parte de ETA y en la mesa de al lado sus escoltas”. Conoce a gente “brutalmente torturada”. Conoce “a muchos, muchísimos miembros de ETA”, a quienes daba clase en la cárcel. “También conozco a alguna persona condenada por militar en ETA, y otras que no sabes pero supones. Y a muchísima gente cumpliendo condena por ser de ETA que me consta que no es de ETA”, añade.
El de Zubiaga es un ejemplo más de algo que se repite con cada entrevista: en Euskadi todos se conocen. “Precisamente por eso es tan difícil de solucionar esto. Si lo que pasa fuera una realidad artificial sería fácil, pero no es así”, cuenta. “Es un conflicto histórico profundo, que toca mucho, de forma muy distinta y a mucha gente”.
“Como no hay un discurso único no puede haber una salida con un discurso único”, concluye. Pone el ejemplo de cuando se habla de derrotar a ETA. “¿Qué estás derrotando exactamente?”, pregunta. “Porque se da una extraña convergencia: gente como Mayor Oreja habla igual que algunos círculos de la izquierda abertzale”, dice mientras sonríe. “Unos dirán ‘jamás nos derrotarán, hemos salido victoriosos’, y Mayor Oreja contesta ‘Sí, no los hemos derrotado, han salido victoriosos’ ¿Es esa la realidad?”, pregunta. “La realidad se construye con discursos”.