El diputado Jimmie Åkesson no es lo que parece. Apenas ha estrenado la treintena y lleva más de diez años en política, pero no es precisamente un repelente tiquismiquis. Diseña páginas web escondido tras unas gafas, pero no es un empollón sin carisma. Moreno de ojos negros, pero sueco. Traje chaqueta y corbata impecables y sonrisa a prueba de sarcasmos, pero no es un broker de éxito. Åkesson es el carismático líder del partido sueco de extrema derecha Sverigedemokraterna y es, en cierto modo, el paradigma de lo que los ultranacionalistas son hoy en día: modernos, integrados, transversales y con un discurso populista, aunque lejos de las bravatas militares de los líderes fascistas de principios de siglo.
Tampoco Marion es lo que parece. Rostro angelical enmarcado por una melena rubia, sonrisa agradable, amigos en el entorno progresista de su país… nada raro para cualquier estudiante de derecho de 22 años como ella. Nada raro, claro, si tu apellido no es Le Pen y acabas de convertirte en la diputada más joven de la Asamblea francesa y, además, en la tercera generación de una saga familiar que ha ido logrando hitos en el ultraderechista Front National. Antes que ella estaban el abuelo Jean Marie, que llegó a la segunda ronda de las presidenciales hace diez años gracias al hundimiento socialista, y la tía Marine, que empujó a la formación a su mejor resultado electoral, con un 17,9% de los votos.
Entre Jimmie y Marine hay varias semejanzas más allá del ultranacionalismo y la condena sistemática de toda forma de inmigración. Son jóvenes, carismáticos, educados y conectan de lleno con entornos urbanos y de formación intelectual elitista que, aunque se crea lo contrario, nunca ha sido el granero de votos de los ultras. Pero junto a ellos hay una enorme legión de líderes ultras de otros países. El referente es el Front National francés, el espejo en que mirarse, pero cada formación en cada país tiene su propia cruzada.
Hay partidos con apoyos en el mundo obrero y partidos con representantes aristócratas, partidos que pretenden recuperar fronteras de tiempos pasados que vieron recortadas, partidos que persiguen a los inmigrantes musulmanes, partidos que persiguen a los rumanos, partidos que buscan la abolición de la enseñanza de idiomas de otros países en sus escuelas, formaciones euroescépticas que se erigen como única alternativa ante la crisis, grupos de nostálgicos neonazis con representantes condenados por la Justicia.
La lista de paradojas no termina ahí. Hay algunos miembros destacados de estos partidos que vienen del entorno antisistema y okupa. Hay formaciones, como que los neonazis del BNP, que presentan a un inmigrante uruguayo como candidato a la alcaldía a Londres. Hay, incluso, partidos como el NPD alemán que tiene a un diputado en una comisión estatal de seguimiento del terrorismo neonazi, Arne Schimmel, y a dos suplentes, Mario Loeffler y Andrew Storr.
Arritmias en el corazón de Europa
Los movimientos ultras han conseguido llegar a paralizar durante meses el corazón de Europa. El mejor ejemplo es Bélgica, que estuvo 541 días sin Gobierno por culpa de la inestabilidad del país. En realidad más que un país es la unión de dos comunidades lingüísticamente diferentes, económicamente separadas y con partidos duplicados que operan sólo para su mitad del territorio. El resultado: hasta doce partidos se reparten 150 escaños y un caldo de cultivo perfecto para el nacionalismo radical y la xenofobia.
En ese contexto irrumpió el Vlaams Belang, partido nacionalista de corte racista que aboga por la separación de los flamencos, comunidad del norte del país que habla neerlandés y es rica, de los valones, los compatriotas del sur, francófonos y menos boyantes. Con 12 escaños en el Congreso y cuatro de los cuarenta senadores, ha bloqueado cualquier posible pacto con los partidos valones. Su principal fuerza está en Amberes, la segunda ciudad del país con medio millón de habitantes, donde aunque no gobiernan consiguieron sumar uno de cada tres votos. Y eso que han perdido empuje: en las anteriores elecciones consiguieron diecisiete escaños y cinco senadores.
Enfrente, en el bloque francés, partidos homólogos aunque rivales. Formaciones como el Front National, hermana de la formación francesa. Son mucho menos fuertes como era de esperar: en una región menos fuerte en lo económico el ansia separatista siempre es menor. ¿El futuro de Bélgica? Muchos apuntan a una ruptura definitiva, con un norte independiente o integrado en Holanda y un sur integrado en Francia, con Bruselas como ciudad-Estado, una capital sin país para un continente sin corazón.
A una situación de inestabilidad podría encaminarse también Holanda, que se ha visto abocada a convocar elecciones en septiembre tras la dimisión de su Gobierno sólo dos años después de los últimos comicios. En ellos el ultra PVV de Geert Wilders se convirtió en tercera fuerza política con un 15,5% de los votos y fue la llave que dio el Gobierno al VVD, el Partido Popular holandés, la fuerza más votada con sólo siete escaños más. Pero quien fuera el pasaporte hacia el Gobierno fue también la tumba del mismo: el socio del todavía primer ministro Mark Rutte se negó a apoyar su plan de austeridad y recortes, lo que propició el final de la legislatura.
Es una incógnita qué pasará con el partido de Wilders en septiembre, después de que en 2010 triplicara sus apoyos, pasando del 6% y 9 escaños de 2006 a los actuales 24 asientos en el Parlamento. Su formación, el ‘Partido de la Libertad’, ha hecho valer su mensaje xenófobo y antiislámico para controlar también 10 escaños de los 75 del Senado, más de un 10% de los representantes locales del país y uno de cada seis eurodiputados de los que aporta su país.
Pero la irrupción de Wilders no viene de la nada: un renovador de la derecha populista surgió hace una década haciendo gala de su homosexualidad al tiempo que clamaba contra el Islam. Pim Fortuyn, que así se llamaba, estaba en plena senda ascendente hasta que le asesinaron a tiros en plena campaña electoral en 2002. Su fallecimiento y el de Theo Van Gogh dos años después sacudieron a la sociedad holandesa. Ambos clamaban contra el Islam, que definían como retrógrado y esclavizante, y sus muertes dieron vida a ese sentimiento. Las imágenes de Fortuyn sin vida, tendido en el suelo, fueron un golpe a la conciencia de la sociedad holandesa. De hecho, el propio Van Gogh rodaba una película sobre el asesinato de Fortuyn en el momento de su muerte llamada 06/05, fecha del asesinato.
Aquel año 2002 la lista del fallecido Fortuyn se convirtió en la segunda más votada, pero acabó diluyéndose. Wilders aglutinó todo aquel sentimiento surgido y lo plasmó en Fitna, un documental xenófobo sobre el Corán que le sirvió para avivar aquellas brasas y erigirse como líder de un movimiento de evolución desconocida.
Entre tanta inestabilidad en la zona Luxemburgo destaca como un país sin sombras ultras en su plácido panorama político. Tan plácido que las dos primeras fuerzas del país gobiernan en una coalición innecesaria.
Fuera del Benelux en el caso de Austria es posiblemente el que más alertas desató cuando se empezó a notar el auge neofascista en el continente. Aún ni se intuía la crisis actual y ya el carismático Jörg Haider emergía entre las verdes montañas de Carintia. Arrancaban los años ’90 y el hombre que hizo que el partido liberal austríaco abrazara las posiciones más nacionalistas y xenófobas supo aprovechar el conflicto étnico que este estado al sur del país vive con la comunidad eslovena. Ocupó el cargo en dos etapas durante dieciocho años, rigiendo el destino de medio millón de austríacos, y llevó a su partido hasta el Gobierno: su candidata nacional logró el 26,9% de los votos en 1999 y fue vicecanciller a pesar del veto que intentó ejercer la Unión Europea contra el Gobierno austríaco.
Pero lejos de amedrentarse, este hijo de militantes nazis dejó el FPÖ que él mismo había reformado para fundar el BZÖ, un partido en el que dar rienda suelta a sus ideas. Entre ellas, dudar del Holocausto, elevar la consideración de la SS o atacar a los judíos. En las últimas elecciones presidenciales su partido logró un 11% de los votos, casi el triple que en su primera comparecencia dos años antes. Falleció en un accidente de tráfico en 2008 en compañía del que dijeron que era su compañero sentimental que, supuestamente, le había acompañado a un club homosexual. Quienes inspiraron esa idea que bajo su punto de vista ensombrecía el legado del líder fueron expulsados del partido.
Él murió, pero su legado permaneció: en 2010 la formación se convirtió en la segunda fuerza en Viena, con más de un 27% de los votos. Ahora, bajo mando de Josef Bucher, intentarán convertirse nuevamente en partido de Gobierno en las elecciones de septiembre.
En Suiza el auge ultra ha sido más sutil. Fue Christoph Blocher quien reconvirtió una coalición minoritaria de ganaderos y comerciantes en el SVP, que hoy por hoy es el principal partido del país con más de un cuarto de los diputados del Congreso y cinco representantes en la Cámara Alta suiza. Y eso, en gran parte, gracias a su paradójica fortaleza urbana, ya que controlan ampliamente cantones como Zurich o Berna y empatan con los socialistas en Basilea.
El cambio del ruralismo al populismo resultó tan rápido como sorprendente: figuras como Adolf Ogi, breve presidente del país y miembro del partido, disfrutan de un retiro en una especie de ONG para la paz apadrinada por el Principado de Mónaco mientras el partido al que pertenecen abanderan campañas en las que se criminaliza la inmigración. Más que eso, recientemente propusieron y ganaron un referendum para prohibir la construcción de minaretes en todo el territorio nacional.
El salto cualitativo llegó en 1999, cuando lograron un 22% de los votos y lograron cambiar la configuración del Consejo Federal, la cámara de Gobierno que se regía por la conocida como ‘fórmula mágica’ para designar a sus siete miembros en una proporción de ideologías, idiomas y orígenes equilibrados. Esa fórmula había permanecido inalterable durante más de medio siglo. Pero entonces llegó Samuel Schmid para cambiarlo, luego el propio Blocher y, en la actualidad, Ueli Maurer, responsable de Defensa de la neutral Suiza y ultraderechista declarado, granjero de origen y militar de formación.
El partido ha conseguido a lo largo de la década navegar entre dos aguas que le han dado estabilidad: el origen humilde, rural y trabajador y la oposición desde los despachos a la oleada de inmigración que la rica Suiza ha sufrido en los últimos años. En las sucesivas elecciones fueron manteniendo resultados, con uno 26,6% en 2003 y un 28,9 en 2007. Con el auge de la crisis pasaron a la acción: un polémico cartel en el que unas ovejas blancas echaban de Suiza a una oveja negra y el referéndum en el que se prohibió la construcción de mezquitas en el país, ambos eventos sucedidos en 2009, propiciaron que en las elecciones de 2011 sumara un 26,6% de los votos y se encumbraran como primera fuerza suiza. Sus carteles han recorrido medios de comunicación de todo el mundo.
La herencia ultra en las potencias europeas
En las economías más fuertes del continente la ultraderecha también asoma la cabeza. El caso más conocido es el de la dinastía Le Pen en Francia, que ha conseguido hacer del ultraderechista Front National el referente ideológico de la corriente en toda Europa. Conseguir casi uno de cada cinco votos nada menos que en Francia bien lo vale.
En su historia reciente hay tres nombres. El de Jean Marie, que provocó una crisis descomunal al colarse en la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, es el primero que viene a la cabeza. Agresivo, populista y maleducado, protagonizó una agresión a una candidata socialista que grabaron las cámaras de televisión en pleno tumulto.
Tras él han seguido sus descendientes. Primero Marine, actual líder de la formación y cabeza de cartel electoral en los últimos comicios, en los que el FN ha roto su techo de apoyo popular. Aunque en las legislativas se quedó sin escaño, la familia tendrá representación gracias a Marion, sobrina de Marine y nieta de Jean Marie, un perfil joven y algo más abierto: a sus 22 años y con la carrera de Derecho sin terminar, la que ya es la diputada más joven de la Asamblea francesa goza de cierta relación con círculos socialistas próximos al ámbito estudiantil, algo que sugiere una diversificación del perfil del futuro votante.
En Alemania la extrema derecha es mucho más testimonial. Lo es gracias, en gran parte, al sonoro fracaso de sus fuerzas de inteligencia. En tiempos de Gerhard Schröder el Estado inició una operación para ilegalizar al NPD, el partido ultra heredero del nacionalsocialismo de Hitler, que acabó en nada al descubrirse que la cúpula de la organización estaba plagada de infiltrados de los servicios secretos. Pero el debate sobre la legalidad de la formación nunca ha cesado. Allí los ultras tienen consideración de terroristas y están sometidos a especial vigilancia, especialmente desde la legislación que aprobó el Bundestag al respecto tras el 11S y tras el descubrimiento de la red ‘Clandestinidad nacionalsocialista’, que asesinó durante años y de forma impune a ciudadanos turcos en el país. Pero a la vez se viven ciertas contradicciones, como el hecho de que un diputado sajón del NPD sea miembro de la comisión de vigilancia a las redes terroristas neonazis de la cámara estatal y otros dos actúen como suplentes
La formación logró cierto empuje desde la pifia de la inteligencia del país y, aunque convive con sus serios problemas de financiación, ha logrado algo de presencia en los länder. De hecho tiene presencia en dos länder del país: en Sajonia, al este, donde en 2004 obtuvieron 12 escaños de los 120 totales, un empuje que no pudieron mantener en las últimas elecciones, en las que se quedaron con ocho, y en Mecklemburgo-Pomerania, el remoto estado rural al noreste donde los neonazis cuentan con cinco diputados y donde también tienen fuerza. Su influencia en las ciudades sajonas de Dresde o Leipzig se extiende también hasta Rostok. A nivel nacional, sin embargo, su presencia es testimonial: en 2005, cuando Merkel llegó al poder, obtuvieron un 1,6% y en las elecciones de 2009, las últimas hasta la fecha, mantuvieron un 1,5% de los apoyos que no les sirvieron para obtener diputados.
En Reino Unido, país que vivió en su propia piel el auge del fascismo alemán, también se combate contra sus fantasmas. Allí el auge radical se ha visto favorecido por circunstancias diferentes. Por una parte el BNP, liderado por Nick Griffin, ha conseguido algo de presencia en el cinturón industrial al norte de Londres, donde consiguió arengar a los obreros a una huelga que les dio empuje en zonas como Lincolnshire hasta el punto que lograron ganar en la pequeña ciudad de Boston, de unos 40.000 habitantes, de los que uno de cada cuatro son inmigrantes. Aunque localmente apenas tienen un par de representantes en la zona, en la proyección estatal han conseguido pasar de un 0,7% de los votos en 2005 a casi triplicar su presencia en las generales de 2010, cuando obtuvieron un 1,9%.
Pero mientras el BNP ha sabido abanderar el malestar obrero por la crisis y la inmigración, UKIP ha surgido como una fuerza aglutinadora de la idiosincrasia más nacionalista de los británicos. Desde un radical euroescepticismo, la formación de Nigel Farage se convirtió en la segunda fuerza nacional en las europeas de 2009, empatando a 13 escaños con unos laboristas en proceso de disolución tras el derrumbe del ex premier Gordon Brown. Si el BNP es la vertiente más nacionalsocialista, UKIP es el nacionalismo más moderno, arraigado en los valores tradicionales británicos, un discurso que les ha hecho contar con unos 25 representantes locales, hacerse con pueblos como Ramsey, de apenas 7.000 habitantes, o ganarse la simpatía de algunos nobles como David Verney, barón de Willoughby de Broke o Malcolm Pearson, barón de Rannoch, ambos representantes en la cámara de los Lores en Westminster. La progresión nacional es similar a la del BNP: pasaron de un 0,9% de votos en 2005 a un 3,1% en 2010.
Los neonazis llegan al Mediterráneo
Aunque la crisis se está cebando especialmente con los países del extrarradio europeo, la ultraderecha no siempre está encontrando acomodo en esos países. Chipre, Malta o Irlanda carecen de formaciones políticas de este tipo. En países como Portugal hay una única formación neonazi, el PNR, que carece de representación, pero que ha crecido en influencia: pasó del 0,1 al 0,3% de los votos en las últimas legislativas, una cifra similar a la obtenida en las elecciones europeas.
En unas cifras similares se movían los movimientos ultras en España, donde la inmigración y la crisis han empezado a hacer efecto en la periferia de las grandes ciudades. Se dan anécdotas como que los ultracatólicos de Derecha Navarra y Española gobiernen en el diminuto municipio de Garínoain porque no hubiera otro candidato, o que consiguieran un concejal en Leiza, donde paradójicamente gobierna Bildu con amplísima mayoría absoluta. Pero hay tendencias que no son casuales: en las generales de 2008 más de diez formaciones de ultraderecha sumaron 62.000 votos, siendo Falange Española de las JONS la que más apoyos obtuvo, con 14.023; en las generales de 2011 se presentaron la mitad de formaciones, pero obtuvieron 74.809 votos, un 0,3% del total, con un emergente Plataforma Per Catalunya que ha aportado 59.949 votos y una España 2000 que ha subido un 33% en apenas tres años gracias al voto extraurbano de Madrid y Valencia.
PxC, que a punto estuvo de obtener representación en las últimas autonómicas catalanas, se ha erigido como el modelo más europeo de una ultraderecha española anclada en el pasado, las referencias al franquismo, la simbología cristiana y los guiños militaristas. A imagen y semejanza del Front National francés, Josep Anglada, líder de la formación, puso la inmigración y el islamismo en el centro de su diana y la crisis y las medidas sociales en sus discursos populistas. El resultado: 67 concejales con sus 108 candidaturas en toda Cataluña, fundamentalmente en Barcelona, multiplicando las 17 concejalías que obtuvo en 2007 y las cinco de 2003. Destaca especialmente su posición como segunda fuerza en Vic, municipio de 40.000 habitantes en pleno cinturón industrial barcelonés, tradicionalmente obrero y de izquierdas. Como sus ‘hermanos mayores’ europeos, la formación se ha apuntado a los spots polémicos, señalando al inmigrante musulmán como enemigo y aportando ese punto tan español de enseñar chicas en minifalda.
Multado en varias ocasiones por agredir a jóvenes de izquierda y nacionalistas, Anglada militó en Democracia Nacional con Blas Piñar en los ’80, y ahora se prepara para intentar conseguir el sueño de los focos ultraderechistas nacionales: crear una gran coalición que aglutine a la galaxia de pequeños grupúsculos ultra y presentarse a las próximas elecciones municipales, donde más fuertes son. El nombre, según reveló hace un par de semanas, será Plataforma por la Libertad.
En esa plataforma podría integrarse España 2000, la otra fuerza ultraderechista destacada en España, con quienes hay relaciones de colaboración puntuales desde Cataluña. Esta formación cuenta con cinco concejales en todo el país desde las últimas autonómicas, cuatro en municipios valencianos (Silla, Onda y Dos Aguas) y otro Alcalá de Henares. Fue fundada por José Luis Roberto, un conocido empresario valenciano dueño de Levantina, una compañía de seguridad con varias concesiones de organismos públicos. ¿Empresario de qué? De ropa y complementos “patrióticos” y de clubes de alterne, de cuyo gremio era jefe de la patronal hasta el año pasado. Pasó de los 6.900 votos de 2008 a los 9.266 en las últimas generales, ampliando su radio de acción a varias localidades del cinturón urbano de Madrid.
En Italia la ultraderecha tiene varias caras, pero todas fueron recogidas y convenientemente utilizadas por Silvio Berlusconi bajo la gran coalición que fue La Casa delle Libertà, predecesora de Il Popolo della Libertà. Entorno a la formación de centro-derecha del exprimer ministro se aglutinaron formaciones como la Lega Nord, un grupo ultranacionalista y separatista que opera en el norte de Italia, la zona más rica e industrial del país. Hasta hace poco bajo mando de Umberto Bossi, el partido controla la región del Véneto, es la segunda en Lombardía y la tercera en enclaves como Liguria, Emilia-Romaña, Venecia o el Piamonte, regiones que representan una cuarta parte del país. Sus posturas contrarias a la inmigración de la zona, de origen balcánico y del Este de Europa, les ha valido el apoyo del ciudadano medio de las regiones ricas del país, que ven con desprecio a sus compatriotas del sur.
Cuenta con un 10% de los escaños del Congreso, un 9% en el Senado y 9 de los 73 eurodiputados que elige Italia. Su momento de mayor fuerza fue a mediados de los ’90, cuando logró la alcaldía de Milán y se convirtió en la cuarta fuerza del país. Tras aliarse con Berlusconi y permitir su llegada al poder en 1994 consiguieron hacerse con uno de cada seis escaños del Parlamento italiano y cinco ministros, entre ellos el de Interior, el polémico Roberto Maroni, que años después volvería a ocupar la cartera y a animar a los inmigrantes rumanos a abandonar Italia e ir “a la permisiva España de Zapatero”. Hoy en día es quien dirige el partido junto a otros dos correligionarios.
Pero entre ese Gobierno de Berlusconi del ’94 y el más reciente, el que empezó en 2008 medió una significativa caída en votos de la que finalmente se repuso para regresar a la primera línea política aportando casi un 9% de los sufragios en aquellas elecciones. La fórmula se repitió con cuatro ministros secesionistas en un inverosímil Gobierno que acabó, como los anteriores tres de Berlusconi, diluyéndose en pugnas internas. Hasta el propio Bossi cayó tras Berlusconi y tuvo que dimitir al frente del partido por un escándalo económico, aunque rápidamente le colocaron como presidente honorífico.
Esa tumultuosa coalición también tuvo espacio para la neofascista Fiamma Tricolore, que sumó un 2,4% de los votos para la causa en las elecciones de 2008. Dos años antes también dieron acomodo a Movimento Idea Sociale y a Alternativa Sociale, el partido de Alessandra Mussolini, que gracias al cobijo de la formación de Berlusconi logró ser eurodiputada primero y diputada en la actualidad. Otros exfascistas como Gianfranco Fini, actual presidente del Parlamento, también acabaron por integrar la coalición.
Acostumbrado como está el europeo medio a la inestabilidad política italiana y sus peligros, la sorpresa ha venido desde la Grecia que amenaza a la UE con el caos económico absoluto. Chrysi Avgi, Amanecer Dorado, no es un partido populista, ultranacionalista o euroescéptico, sino directamente neonazi. Además no lo esconden: sus colores, su apariencia, sus manifestaciones con botas militares, cabezas rapadas y bengalas, hasta los símbolos que lucen y sus políticas. La deportación masiva de inmigrantes y el cercado de fronteras es su propuesta estrella, pero su declarada cercanía al dictador fascista Ioannis Metaxas, sus miembros acusados de asesinatos y agresiones a militantes de izquierda, la sombra de un sospechoso atentado en Atenas y sus múltiples incidentes contra macedonios, albanos o turcos jalean su trayectoria.
A finales de los 90 empezaron sus primeras agresiones, en 2002 su primera acción de guerrilla urbana contra militantes de izquierda y a mediados de la década pasada la facilidad con la que reventaban contramanifestaciones ante la pasividad policial empezó a levantar suspicacias de que miembros de la policía helena podría tener vínculos con ellos. Algunos de sus militantes comenzaron a lucir armas en sus manifestaciones con total impunidad.
En 2009 llegó su primera irrupción, apenas con un 0.29% de los votos en las legislativas. Un año después, sus oficinas sufrieron un atentado con bomba en Atenas que destrozó las instalaciones pero no causó baja alguna. Cinco meses después, en las elecciones locales, sumaron un 5,29% de los votos en esa misma ciudad, lo que les valió un asiento en el Gobierno local. Las sospechas sobre la autoría del atentado hicieron que algún comentarista político recordara el incendio del Reichstag que tan bien usó Hitler. En aquellas elecciones concurrían en las circunscripciones de Tesalónica, Peloponeso y Grecia Oeste, pero allí no obtuvieron representantes.
Con el estallido final de la crisis griega y los sucesivos planes de rescate y el gobierno de concentración lograron su empuje definitivo. Fagocitaron en votos a LAOS, la formación que hasta entonces capitalizaba el voto ultra. Sumaron el 7% de los votos en las elecciones del mes pasado, lo que les convirtió en la sexta fuerza de un parlamento muy dividido, con 21 de los 300 escaños, cinco de ellos en Atenas, dos en Tesalónica y otros dos en el Pireo. La imposibilidad de formar Gobierno llevó a la repetición de los comicios, donde perdieron tres escaños, pero se establecieron como quinta fuerza del Parlamento, a sólo dos asientos de la cuarta.
Y eso a pesar de que sus primeras apariciones públicas no han dejado lugar a engaños: una rueda de prensa en la que instaron a los periodistas a ponerse en pie para recibir al líder y un debate televisivo en directo que acabó con dos agresiones y mobiliario destrozado cuando intentaron retener al neonazi que originó la escena
Su líder es el sombrío Nikolaos Michaloliakos, exmilitar que fue detenido por tenencia ilegal de explosivos con 21 años, cuando ya era militante de la extrema derecha. Pero su carrera de detenciones comenzó a los 17 durante una protesta violenta contra el apoyo de Reino Unido a la invasión de Turquía de la isla de Chipre. Dos años después volvió a ser capturado por agredir a unos periodistas durante el funeral de un militar torturador griego. Su salto a la política vino de la mano de un coronel golpista que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó para los nazis. Su portavoz y brazo derecho es Elías Kasidiaris, acusado de apuñalar a un profesor universitario en 2007.
Hasta el surgimiento de Chrysi Avgi dos escisiones de Nueva Democracia, el PP griego, asomaban como formaciones ultra: los nacionalistas Anexartitoi Ellines, que culpan a la UE de la situación del país con sus discursos populistas, y, sobre todo, LAOS. Esta formación, de corte ortodoxo y contraria a la inmigración de fuera de la UE, defiende una postura ultranacionalista respecto a Macedonia, Chipre o Turquía. A ella se unió al Frente Helénico, favorable a la pena de muerte como forma de garantizar la integridad nacional. Pasó del 2,2% de votos en 2004 a los 3,8 y diez escaños y, con el estallido de la crisis, al 5,6% y 15 asientos, que le valieron formar parte de la coalición de Gobierno de Papademos hasta hace unos meses.
El surgimiento neonazi le hizo retroceder al 2,9% y perder todos sus escaños, ya que se derrumbaron en casi todas las circunscripciones. Su poder regional es algo mayor todavía, ya que en las locales de 2010 fueron fuertes en Atenas, Egeo Norte y Epiro, donde concurrieron con ND, además de ser la tercera fuerza en el Pireo y formar una sorprendente coalición con los socialistas en el Peloponeso, donde fueron primera fuerza. Su líder Georgios Karatzaferis, que fuera vicepresidente del grupo de amistad greco-hispana a finales de los ’90, ha hecho fortuna con los medios de comunicación, que ha usado para difundir su ideología durante los últimos años.
La sombra nórdica de Breivik
En julio del año pasado Anders Breivik colocó una bomba en Oslo, la capital de Noruega, cuya explosión mató a ocho personas al tiempo que se colaba en un campamento de verano de las juventudes laboristas y mataba a tiros a 69 más, en su mayoría adolescentes. Al ser detenido y confesar la autoría de los hechos, Breivik reveló también su ideología ultraderechista y su militancia en el Fremskrittspartiet, el partido ultra del país, hasta finales de la década pasada. Los psiquiatras que atendieron el proceso contra él también dictaminaron una aguda enfermedad psicótica. Aunque la formación se distanció de aquellos ataques, los focos se pusieron en ellos por lo sucedido y les pasaron factura dos meses después en las elecciones locales, en las que perdieron casi la mitad de su fuerza en plazas como la propia capital.
Pero el Fremskrittspartiet no acababa de aparecer en escena. De hecho es la segunda fuerza del país, con una cuarta parte de los escaños. Y no es un partido precisamente nuevo. Desde final de los ’70 y durante buena parte de los ’80 fue un partido minoritario en el Parlamento, hasta que en las elecciones de 1989 pasó de dos a 22 escaños y se convirtió en la tercera fuerza noruega. Cayó en 1993, pero repuntó con más fuerza en 1995, sumando un total de 25 escaños que le valieron ser por primera vez el principal partido de la oposición.
Desde entonces y hasta ahora su granero de votos ha ido en aumento de forma gradual, como en 1999, cuando aumentó un 33% y 2009, las últimas elecciones, cuando se consagró como alternativa de Gobierno. Su provocadora líder Siv Jensen, orgullosa de encarnar un mensaje populista, considera que Noruega se ha islamizado y que algunos enclaves obreros del país han sustituido la legislación local por una sharia “impuesta por los inmigrantes”. Ultraliberal, nacionalista y defensora de la existencia de Israel como muro de separación “contra los terroristas”, controla más de un 10% de los diputados regionales y concejales del país, especialmente en las zonas de Vestfold y Vest-Agder y las ciudades de Molde, Ålesund y Tromsø.
En Dinamarca ha existido tradicionalmente un movimiento euroescéptico y nacionalista representado por JuniBevægelsen, una coalición de agrupaciones que siempre han tenido representación en las instituciones europeas, pero con ideologías diversas y representantes de izquierdas como el Folkebevægelsen mod EU, la Unión Popular contra la UE. Pero más allá de esa tradición surgió a mediados de los ’90 el Dansk Folkeparti, no sólo euroescéptico, sino también populista y ultraconservador. Su líder, la carismática Pia Kjærsgaard, se ha ganado una posición destacada en la vida política de su país con amenazas de levantar fronteras en su país para evitar asuntos tan sensibles en la sociedad nórdica como las violaciones o el maltrato a la mujer. Pero Kjærsgaard no achaca esas cuestiones a la propia sociedad danesa, sino al multiculturalismo y la inmigración, a quienes culpa de todos los males del país.
Con ese discurso ha conseguido que su partido sea el tercero más fuerte del país, con un 12,3% de los votos y 22 de los 179 escaños. Ese resultado, obtenido en los comicios del año pasado, ha sido el primer retroceso electoral que ha vivido la formación desde su fundación, ya que en 2007 sumaron 25 escaños y un 13,8% de los votos, fundamentalmente gracias a la escalada de tensión que se vivió con el mundo árabe tras la publicación en el diario Jyllands-Posten de unas caricaturas de Mahoma a finales de 2005. La formación también tiene presencia en las instituciones europeas, con uno de los trece eurodiputados que elige su país, un 10% de los representantes regionales daneses, siendo las zonas más nutridas las dos regiones del sur, Sjælland con cinco y Hovedstaden —donde está la capital— y Syddanmark, con cuatro. Sus fuerza local es algo menor del 10% de los representantes, siendo especialmente fuertes en Slagelse y Kolding, localidades que suman unos 90.000 habitantes y en los que cuentan con cinco representantes respectivamente, y enclaves como Copenhague o Brøndby, donde tienen cuatro en cada uno.
En Finlandia, como en países centroeuropeos, el surgimiento de la ultraderecha ha tenido que ver con una doble lucha, primero contra Europa y después contra otra comunidad lingüística nacional. El mayor exponente de esta lucha es el Perussuomalaiset, el Partido de los Auténticos Finlandeses, que además de regular la inmigración, prohibir el matrimonio gay, la fecundación in vitro y pedir la salida de la UE, se opone a la obligatoriedad del sueco como segundo idioma. Con ese discurso Timo Soini consiguió hace un año convertirse en el tercer partido del país con 39 escaños, sólo tres menos que los socialistas. Además, tiene un eurodiputado y un 4% de las concejalías del país, siendo especialmente fuerte en Kaustinen y Veteli, en la parte central interior del país, con 17 ediles en total, y en zonas alrededor de Helskinki como Vanta y Espoo, con siete en cada uno, o en la propia capital, donde suman cuatro, como en Tampere.
El salto del Perussuomaaiset llegó con la crisis: del 4,05% de los votos y los cinco escaños obtenidos en 2007, cuando empezó la tormenta, ha pasado a superar el medio millón de apoyos y hacerse con casi uno de cada cinco votos emitidos. Y fue tal que hizo fracasar a los xenófobos Muutos 2011 en su debut electoral y a los ultras del Vapauspuolue, capitaneados por Lisbet Puttonen, que aboga también por eliminar la enseñanza del sueco, pide la prohibición de mezquitas y minaretes en el país y la eliminación de la ayuda exterior.
En Suecia existen dos pequeños partidos en el espectro ultra. El primero es Nationaldemokraterna, que cuenta únicamente con dos representantes locales en Röstfördelning, y el segundo es el neonazi Svenskarnas Parti, presente en Nykvarn, Mönsterös y Grästorp. Junto a ellos, un hermano mayor: Sverigedemokraterna, capitaneado por un Jimmie Åkesson que es la viva imagen de un joven bróker triunfador. Pero con mensaje xenófobo. Copó la atención de los medios antes de las últimas elecciones por un polémico spot en el que una anciana que avanza lentamente en busca de ayuda económica estatal apoyada en un andador se veía superada por un grupo de mujeres con velo islámico negro. El resultado: un 5,7% de los votos y 19 de los 349 escaños del Parlamento.
Nostalgias imperiales en el este
Del mismo modo que los países que han vivido una dictadura militar conservadora tienden sociológicamente a apoyar a partidos de izquierda, los territorios que han vivido bajo el yugo comunista suelen decantarse por partidos conservadores. El mejor ejemplo es Hungría, que convive con una doble ascendencia radical. Por una parte está el partido del Gobierno, Fidesz, que pertenece al grupo europeo del Partido Popular, pero cuyas reformas distan mucho de identificarse con las de sus compañeros de filas continentales.
Lo primero que hizo Viktor Orbán cuando volvió al poder en el año 2010 (ya lo estuvo entre 1998 y 2002) fue emprender una reforma radical de la Constitución para limitar derechos de la ciudadanía, los medios de comunicación y los partidos políticos diferentes al suyo. Las medidas, que le han valido la reprimenda de las instituciones europeas, son posibles gracias al casi 53% de los votos obtenidos en las pasadas elecciones, casi el doble de los que obtuvo en su primera experiencia de Gobierno, y una enorme mayoría absoluta de casi el 60% de los escaños en el Parlamento. Parte de su éxito viene precisamente de cuando desalojaron al partido del poder en 2002 a pesar de que pasó de un 28% a un 41% de los votos, algo insuficiente para hacer frente a la coalición rival.
El poder del Fidesz es absoluto en los núcleos urbanos: todos son suyos salvo la villa universitaria de Szeged, al sur, la tercera de mayor tamaño. También llega a la UE: 13 de los 22 eurodiputados que elige su país son miembros de su partido y tiene mucho que ver con la influencia en el voto de la parte sudoccidental del país: las zonas fronterizas con el centro de Europa y los Balcanes, lejos de Budapest, son sus principales graneros de voto.
A mucha distancia por detrás están los socialistas y, como tercera fuerza, los ultras radicales de Jobbik. Creados en 2003 y envueltos en el recuerdo de la revolución antisoviética de 1956 y las enseñas fascistas de la Segunda Guerra Mundial, pasaron de un 2,2% de los votos en 2006 a un 14,7% en las elecciones europeas de 2009, lo que les dio derecho a tres eurodiputados. Convertidos en la tercera fuerza más votada del país, duplicaron sus votos en las generales de 2010, que tuvieron una participación mucho mayor, logrando seducir a casi un 17% de los húngaros. Su fuerza principal está justo donde la mayoría de Fidesz es un poco menos absoluta: en el centro y el este del país, justo en las zonas más cercanas a Ucrania y Rumanía.
El principal ariete político de su líder, Gábor Vona, es la defensa de la tradición húngara y de los ciudadanos ‘magiares’, los húngaros de dentro del país y aquellos que, tras la partición del Imperio Austro-Húngaro, quedaron fuera de sus fronteras. De hecho, solo una parte del mensaje del Jobbik responde a lo que el resto de ultraderechistas europeos hacen (antisemitismo, racismo, antiislamismo, políticas de migración estrictas…): ellos, como la Alemania de entreguerras, reclaman territorio histórico que quedó más allá de sus fronteras y actualmente se encuentra integrado en países balcánicos y Rumanía, contra cuyos emigrantes tienen una cruzada especial.
En otros países de la antigua zona de influencia soviética también tienen presencia fuerzas de extrema derecha, aunque con un poder más reducido. En Bulgaria existe Ataka, la cuarta fuerza del país con un 9,3% de los votos. Emergió en los anteriores comicios, cuyos resultados fueron muy similares a los actuales. Su principal fuerza le viene del entorno de la capital y en enclaves como Plovdiv o Pleven en el centro, y sobre todo en las zonas al este, las que lindan con el mar Negro. Comandados por el presentador de televisión Volen Siderov, sus ideas pasan por la oficialidad de la doctrina ortodoxa y su vinculación con las decisiones del Gobierno, el ultranacionalismo y el desprecio a las minorías éticas. Su simbología fascista ha sido objeto de ataques y críticas.
En Eslovaquia el Slovenská Národná Strana (Partido Nacional Eslovaco) limita su presencia a uno de los trece eurodiputados que aporta su país. Su brillo como formación hay que buscarla en 2006, cuando se convirtieron en la tercera fuerza del país con un 11,7% de los votos. En 2010 perdieron la mitad de sus apoyos y en los comicios del pasado mes de marzo se quedaron sin representación parlamentaria. Actualmente sólo conservan algo de fuerza en Žilina, la cuarta ciudad del país, donde el líder de la formación, Ján Slota, fue alcalde durante muchos años. De su boca han salido palabras como “anormales” en referencia a los homosexuales, amenazas contra las minorías rumana y húngara y halagos contra colaboradores nazis de su partido durante el ascenso de Hitler.
En la vecina República Checa la ultraderecha tiene en Dělnická Strana (Partido de los Trabajadores) su partido. Dirigido por Tomáš Vandas, comunicador e industrial de formación, el partido pasó de apenas 4.000 votos en 2004 a los 25.000 en 2009 y los 60.000 en 2010. No es una formación exclusivamente populista o nacionalista, sino filofascista y supuestamente vinculada con organizaciones supremacistas y neonazis a nivel mundial. Por eso el Gobierno checo promovió su ilegalización justo después de las últimas elecciones, pero salvaron su desaparición con un cambio de nombre y un retoque de programa. En octubre, cuando se celebran comicios parciales al Senado, podrían dar un paso hacia la representación parlamentaria.
Letonia tiene una gran coalición de distintas formaciones ultraderechistas que apoyan ideas como la repatriación de todos los ciudadanos rusos fuera de las fronteras del país. La formación, Nacionālā Apvienība (Alianza Nacional), es la cuarta fuerza con un 14% de los escaños y uno de los nueve eurodiputados que elige el país con medidas contra los homosexuales, las fronteras firmadas con Rusia, la inmigración, el consumo de alcohol o el uso del idioma. El joven periodista Raivis Dzintars capitanea la formación junto al veterano abogado Gaidis Bērziņš, y ambos han auspiciado desfiles de homenaje a las SS por las calles del país.
Al contrario de lo que sucede en Letonia, la ultraderecha en Estonia es favorable al acercamiento con Rusia: el Eesti Iseseisvuspartei (Partido de la Independencia) es una formación extraparlamentaria liderada por Vello Leito y Tauno Rahnu cuyo icono es directamente un símbolo nazi. Partidario de la reintegración en Rusia, apenas consigue un 0,4% de los votos en el país. En Lituania no existe una formación neonazi representativa, pero es la memoria colectiva de ese país la que mantiene vivo ese legado. Allí, durante la Segunda Guerra Mundial, gran parte de las ejecuciones las llevaron a cabo colaboradores nacionales que, como castigo, fueron masivamente deportados a Siberia. En un escenario así las instituciones locales han convertido el Holocausto judío en un tema cuestionable por ley y la esvástica nazi en un emblema cultural.
Otro partido ultra que ha sufrido un serio retroceso es el Slovenska Nacionalna Stranka de Eslovenia, que vivió su momento de auge en 1992, tras la disolución de la URSS, y se ha mantenido en un 5% de la representación parlamentaria hasta las últimas elecciones, las de 2011, cuando salieron de la Cámara. Su líder, Zmago Jelinčič, se autodefine como progresista y profesa admiración por el dictador comunista Tito, pero sus propuestas políticas distan de la izquierda: prohibición de los derechos homosexuales, control estricto de la inmigración, revisión de fronteras y reflexiones xenófobas especialmente dirigidas a los emigrantes rumanos.
En Polonia existen posiciones escoradas como el nacionalcatolicismo y el euroescepticismo liberal que propone Solidarna Polska, un partido que contaba con el 5% de los escaños nacionales, pero que fue absorbido por la formación que hasta hace poco gobernaba y ahora lidera la oposición. El Prawo i Sprawiedliwość (Ley y Justicia) de los populistas gemelos Kaczyński gobernó con la ultraconservadora Liga Polskich Rodzin (Liga de las Familias Polacas) y otras formaciones ultranacionalistas. Entre ambos hermanos se repartieron la presidencia y el cargo de primer ministro y, tras un polémico e inestable mandato en el que modificaron las leyes del país en materia social e inmigratoria e iniciaron investigaciones sumarias sobre programas infantiles por una supuesta exaltación de la homosexualidad, consiguieron salvar los muebles y dejarse apenas un 15% de sus apoyos. Fue en parte por la ola de solidaridad que tuvo lugar tras la muerte de Lech, el presidente del país, en un accidente de avión en el que fallecieron 96 personas, entre ellos varias decenas de importantes responsables políticos, militares y económicos del país.
Rumanía, cuyos emigrantes son posiblemente los más perseguidos por los movimientos ultra europeos, también tiene su cuota radical. El Partidul Noua Generaţie (Partido de la Nueva Generación) es una formación ultranacionalista y confesional cristiana liderada por George Becali, xenófobo, homófobo, eurodiputado y dueño del Steaua de Bucarest. Su fortaleza estriba precisamente en la capital del país, donde consiguieron sacar su único representante institucional en las pasadas elecciones europeas.
Pero el partido ultra por excelencia en el país es el Partidul România Mare, el Partido de la Gran Rumanía, fuerte en las regiones orientales de Tulcea y Vaslui y que cuenta con dos eurodiputados. La formación pasó del 3% de votos en las locales y las legislativas de 2008 a casi triplicar los apoyos en las últimas elecciones europeas, convertir a su candidato en el cuarto más votado en las presidenciales de 2009 y ser una gran incógnita en las legislativas que se celebrarán en el país el próximo mes de noviembre. Sus días de gloria vinieron en 2000, cuando disputó la presidencia del país en segunda ronda y cuatro años después, cuando inició su caída pero consiguió ser el tercer partido más votado. Bajo el sello del controvertido Vadim Tudor, un fascista que niega la existencia del Holocausto y que reclama territorios de Ucrania y la anexión de Moldavia para la construcción de su ‘Gran Rumanía’.
Falta por ver cuánto durará la crisis económica y si tendrá nuevos efectos en el electorado continental, especialmente en un contexto de erosión de la zona euro y de pujante euroescepticismo ante la falta de agilidad de las instituciones continentales por sobreponerse a la situación. Unos, en los países más ricos, señalan a los países periféricos como un lastre para su crecimiento. Otros, en los países más perjudicados, ven a los gestores de la Unión Europea como los responsables de su debilitamiento económico. Esos ingredientes bastan para que una convulsa Europa acostumbrada a la lucha fronteriza se enzarce en una ola aún más importante de nacionalismo excluyente.