Aitor Merino (Autor: Borja Ventura)
Aitor Merino (Autor: Borja Ventura)

Aitor Merino: «Se mete en una misma caja el empleo de la violencia con unas ideas que tienen que ver con un proyecto político»

Entrevista a Aitor Merino, actor y creador de ‘Asier ETA biok’, un documental en el que narra su historia de amistad con Asier Aranguren, que pasó diez años en la cárcel por ser miembro de ETA. Este texto es parte de ‘Guztiak‘, un libro de entrevistas sobre el final de ETA.

 

«Analizando qué fue antes, el huevo o la gallina, nos encontramos con todo el corral lleno de mierda». A Aitor le cuesta concretar frases: «Estoy poco inspirado hoy», se disculpa varias veces, pero aun así deja algunas afirmaciones que darían para titular la entrevista si su destino fuera un periódico. Ese ‘corral lleno de mierda’ es lo que queda tras años de violencia, y el huevo y la gallina serían ETA y el conflicto en sí. «No podría decir que este conflicto empieza con el surgimiento de ETA, porque surge por otras circunstancias históricas. Es un capítulo, quizá uno de los últimos escritos, uno de los más importantes, pero no el único y desde luego no el primero», dice entre el barullo de platos y cucharillas de alrededor. La conversación tiene lugar en la cafetería de un hotel, donde unas chicas enjoyadas y con ropa demasiado apretada hablan a voz en grito con el hombre que las acompaña. Él, rondando los cincuenta y aún más entrado en carnes que ellas, apenas dice nada mientras, recostado en la silla y con la camisa abierta algunos botones de más, mira de soslayo hacia la mesa donde estamos. «Me están sacando de quicio, me están desconcertando», vuelve a disculparse un rato después.

Un año atrás Aitor Merino estrenaba ‘Asier ETA biok’ (‘Asier y yo’), un documental de hora y media que lo ha devuelto a sus orígenes. En él relata desde el presente su historia con Asier Aranguren, su mejor amigo desde que eran niños. Los primeros minutos de grabación de aquella cinta los hizo a escondidas, entre las ramas de una planta, mientras su amigo del alma se abrazaba a familiares y amigos. Él no sabía que le grababan, y Aitor tampoco sabía entonces que eso acabaría siendo una película. En ese momento él sólo pensaba en inmortalizar un momento que para él era emocionante: habían ido a recibirle cerca de la frontera con Francia, donde las autoridades lo habían llevado tras abandonar la cárcel. Acababa de cumplir condena por pertenencia a banda armada. Asier había pasado por ETA.

La conversación tiene lugar dos años más tarde de lo que debió. Cuando arrancó la campaña de crowdfunding con la que se financió parte del coste del documental se intentó hacer una entrevista a dos bandas, con Aitor y con Asier. El propio Aitor respondió al mail ofreciéndose a la entrevista sin problema, pero disculpando a Asier porque este no quería hacerla. «Me temo que de momento no será posible, ya que está un poco abrumado por la repercusión que está teniendo el documental y prefiere mantenerse al margen, pero quizás sea cuestión de tiempo. Es una persona a la que vale la pena conocer y escuchar». Reiteraba el agradecimiento, volvía a ponerse en disposición de hacer una entrevista en solitario y daba su número de teléfono. Entonces casi nadie había oído hablar del documental en los medios de Madrid.

Aitor ya ha superado los cuarenta, pero porque lo dice su carnet de identidad, que no su cara. Sí, se le dibuja alguna arruga en el contorno de los ojos, de esas que salen al sonreír, posiblemente porque es algo que hace mucho. Moreno, con barba de algunos días, jovial y cercano, atractivo de la forma en la que los actores saben serlo. No puede esconder que su registro es el del humor pero, por el contrario, y si uno se fijara en los estereotipos, no se diría que es vasco. «Vasco de Pamplona», dice, pero en realidad es vasco nacido en San Sebastián y, eso sí, criado en Pamplona. Allí es donde empezó su historia con Asier. La vida los separó cuando decidió emigrar a Madrid hace un par de décadas, precisamente para perseguir el sueño de ser actor, y no le fue mal del todo. No ha ganado un Goya, pero le han nominado. No ha protagonizado ningún taquillazo de esos que hacen que luego te pasees por todos los anuncios de la televisión, pero ha aparecido en cintas de esas que cualquiera recuerda, como ‘Historias del Kronen’ o ‘Te doy mis ojos’. Ahora, tras haber dirigido ‘Asier ETA biok’, sabe que muchas cosas pueden cambiar. Le pasó a Julio Medem cuando dirigió ‘La pelota vasca’, y más recientemente a Gotzon Sánchez, que protagonizó un anuncio de Coca-Cola que pidieron que fuera retirado al saberse que era simpatizante de la izquierda abertzale. El documental de Medem se estrenó en octubre de 2003, un año y siete meses después de que detuvieran a Asier.

«Buf, lo de Medem fue muy serio. Y hostia, lo de Gotzon», se ríe con cierta amargura y abre mucho los ojos. «Qué fuerte», y tuerce el gesto mientras niega con la cabeza. «Tengo la suerte de no ser una persona tan conocida como Julio Medem o como otros compañeros de profesión, actores muy famosos que han expresado públicamente opiniones discordantes y que han pagado un precio por ello». Se refiere, por ejemplo, a Willy Toledo que, de hecho, sale en su película. Es un momento breve, cuando el propio Aitor explica a cámara que va a hacer un documental sobre Asier para poder responder una pregunta recurrente de sus amigos de Madrid acerca de cómo es posible que su mejor amigo sea de ETA. No deja de ser «un recurso narrativo», como él mismo dice, y Toledo juega en él haciendo su aparición con pantalones bajados y sentado en el inodoro. «Guillermo es muy amigo mío, de toda la vida, y hemos hablado mucho del tema político», comenta. «Encima en el váter, es la hostia», se ríe con ganas. «Es que tenemos mucha confianza Willy y yo, y nada más entrar me dijo: ‘¿Dónde te hago la entrevista?’, y al decirlo nos miramos, nos echamos a reír y salió en el váter», rememora entre risas.

La nueva forma de censura es la omisión

El documental es, en general, así. Tiene una profunda densidad política, con momentos complicados e incómodos, y tiene otros en los que él mismo aparece en cámara para compartir sus puntos de vista o contar cosas. Y, como buen actor cómico, deja su sello. Desdramatiza, sí, pero también da un toque surrealista a algunas escenas. Como cuando cuenta que una vez, tras una noche de fiesta siendo jóvenes, la policía entró en casa de Asier y lo detuvo. No a Asier, a él. Lo habían confundido con alguien de ETA. Lo sacaron de la cama, lo esposaron, lo empotraron contra una estantería y lo encañonaron con una pistola mientras le gritaban. La escena, en el documental, la cuenta él mismo, con la cámara en una mano y un secador de pelo en la otra, mezclando la rabia e impotencia con expresiones cómicas. «Me salió humorístico porque me ponen una cámara delante y es que no lo puedo evitar, hacer el idiota», dice sonriendo. «No fue una cuestión deliberada, pero quizá sí un pequeño deseo de desdramatizar, de hablarle al espectador como si estuviéramos hablándole a un amigo. Y esa es la idea, que a los amigos no se les cuentan las cosas de la misma manera, uno pretende quitarle la sordidez a los temas». El usar el humor para este tipo de relato no es del todo nuevo. Lo han hecho en ‘Vaya semanita’ de EiTB o, fuera del País Vasco y aunque de forma muy naïf, en el taquillazo dulzón de ‘Ocho apellidos vascos’. «Supongo que es parte del camino de la normalización», comenta. La diferencia es que en el documental de Aitor, al terminar la delirante narración del secador de pelo a modo de pistola, aparece un corte real de la rueda de prensa que ambos amigos ofrecieron días después para denunciar los hechos y el trato recibido por los agentes.

Él no es Medem, ni es Gotzon Sánchez, ni tampoco es Willy Toledo. Pero sabe que puede pagar un precio por contar su historia. «Sí, sé de cosas que han pasado ya que me han dejado bastante alucinado, como por ejemplo una persona que no quiso estar en un proyecto en el que yo estaba como protagonista porque había hecho esta película», comenta con cara de sorpresa. Da un par de vueltas a la taza de té que tiene delante y, con gesto serio, sigue: «Me intriga más que nada saber cómo reaccionarán las grandes cadenas. Es decir, no sé si podré trabajar en alguna serie para Atresmedia, Mediaset o Sogecable, las grandes corporaciones. He trabajado muchas veces para ellos, pero no sé cómo podrá afectar esto, no tengo ni idea. Pero bueno, siempre he dicho que si se cierran algunas puertas se me abrirán otras, y es así».

¿Qué era dar alas al terrorismo? Decir cualquier cosa que se saliera del discurso oficial y que significara que en el otro lado del conflicto también había razones. No digo que justifiquen lo que han hecho, pero que sí que explican muchas cosas

Si las consecuencias pueden no ser agradables, menos ha sido hacer la película. «El proyecto poco a poco se fue haciendo un marrón», cuenta, y por muchas cosas. Primero por lo complicado que resulta contar intimidades incómodas de un amigo y por las diferentes vivencias de ambos al respecto. Segundo por el vacío de los canales de distribución tradicionales, que marginaron la cinta. Tercero porque, cuando iba a estrenarse, la policía volvió a detener a Asier junto a varios abogados del colectivo de presos acusándoles de colaborar con ETA, lo que hizo que el proyecto tuviera cierta presencia en prensa, pero acabó por espantar a los distribuidores. «La nueva forma de censura es la omisión. Los medios no es que censuren directamente el material al que podrían recurrir para tener una visión de conjunto o profundizar en un tema, sino que, y yo creo que se hizo de forma clarísima con el conflicto vasco, se omite una parte de la realidad sociopolítica, vivencial y humana con unos propósitos claramente políticos. Y eso ha llevado a que el conflicto sea mucho más enconado y a que las posturas se alejen mucho más la una de la otra», reflexiona. «Lo que le pasó a Medem es un ejemplo muy claro: un director hace una película en la que simplemente personas de distintas sensibilidades políticas hablan con libertad ante la cámara y se crea un revuelo tremendo», recuerda con pesar. Entonces se hablaba de que publicar ciertas visiones suponía «dar alas al terrorismo». «¿Qué era dar alas al terrorismo? Decir cualquier cosa que se saliera del discurso oficial y que significara que en el otro lado del conflicto también había razones. No digo que justifiquen lo que han hecho, pero que sí que explican muchas cosas, y que tienen que ver con la libertad de hablar, de decir lo que uno ha vivido o lo que siente. Toda esa parte ha sido omitida, y sigue siendo omitida», asegura. «El documental mismo es un caso de ello: no lo ha comprado ninguna cadena estatal, y la distribución ha tenido que realizarse a través de salas de arte y ensayo o de universidades». Pasaba cuando lo de Medem, y considera que aún sucede: «Este tema todavía sigue siendo un tabú, porque se ha utilizado de una manera tan emocional y con unos intereses tan determinados que el decir algo que se saliera de ese discurso era hablar como si estuvieras apoyando a ETA. Esa cosa del blanco y negro».

De ahí el recurso narrativo de intentar explicarle su historia de amistad con un etarra a su gente en Madrid. «Yo he vivido esto siempre en Madrid: te ponías a hablar de cualquier cosa, como el derecho a la autodeterminación, y la primera frase era ‘sí, pero por eso no hay que matar’. Y tú decías ‘que yo no estoy hablando de que haya que matar, yo estoy hablando del derecho a poder decir’. ‘Ya, pero para eso no hay que matar’. ‘Que ya sé que no hay que matar’ «, comenta con una cara apenada y moviendo los brazos con las palmas hacia arriba. «El ‘para eso no hay que matar’ siempre desarticulaba cualquier discurso. Se mete en una misma caja el empleo de la violencia con unas ideas que tienen que ver con un proyecto político, o con el deseo que uno tiene dentro del colectivo social en el que vive», lamenta. «Uno puede explicar mucho, la dificultad está en que el otro entienda algo de lo que tú quieres explicar». «Esto -lo del huevo y la gallina-, es tan complicado que por eso quisimos hacer una película de hora y media, aunque tampoco explica la mitad de las cosas. La necesidad de hacerlo viene porque hablar del tema político siempre ha sido muy complicado en Madrid, sobre todo o, además, porque estaba ETA en pleno auge, haciendo muchísimos atentados y eso implicaba una emocionalización del tema que impedía hablar sin prejuicios. Y bueno, surge de esa necesidad de explicar que las cosas no son tan sencillas como se nos cuentan, o que al menos las vivencias que yo tengo difieren bastante del discurso imperante en los medios de comunicación y del discurso político en Madrid. De la necesidad de explicar a mis amigos una serie de cuestiones como quién soy yo, qué siento, qué es lo que quiero, cómo podrán sentirlo ellos…». Y su mejor amigo, Asier, hace de sujeto pasivo en toda esta historia.

«Para Asier la película ha sido un proceso muy difícil. Ha sentido lógicamente mucha inseguridad porque ya sabía que de un lado iba a ser juzgado de una forma determinada, aunque esa batalla ya la daba por perdida. Pero también supongo que él temía estar participando en un proyecto que fuera en contra de sus propios principios, y eso era algo que nosotros tampoco podíamos tolerar. Una cosa es cuestionarle y otra cosa es destruirle», relata. «Uno recibe críticas cuando se muestra», dice encogiéndose de hombros. «La película ha estado siempre rondando en un filo muy delicado. Aun a pesar de que no me gusta hablar por él, cuando fui a buscarle con la cámara a la salida de la prisión yo creo que él imaginaba que haríamos una película en la que se le iba a ver a él solamente como una víctima y no como un sujeto activo que pudiera ser objeto de crítica. Conforme la película fue avanzando, con el rodaje hubo algunos episodios en los que fuimos viendo que aquello se iba a torcer -comenta riendo-. Lo más delicado ha sido el proceso con él. El tratar de ser equilibrados en este sentido, manteniendo por un lado el punto de vista crítico y honesto respecto al conflicto y a la amistad y, por otro, preservando la amistad como algo tan importante», comenta.

Esa tensión casi llegó a pasarles factura. «Tanto como para correr peligro no, pero digamos que los momentos más tensos de nuestra relación se han dado a raíz de la película». Y, a pesar de eso, volvería a hacerla «sin duda». ¿Y Asier? «Buf, no lo sé», comenta riéndose. «Lo que sí sé seguro es que una segunda parte no quiere, eso ya te lo digo yo, ni de coña. Ni su familia», y vuelve a reírse. «Ha sido un proceso de muchísimo trabajo que nos ha llevado a conocernos más y mejor, y a querernos mejor también». «Lo que yo siento es que la película no creo que retrate con justicia a Asier. No pretendíamos hacer un retrato suyo, pero nos hemos dado cuenta de que los espectadores la entienden como eso y sacan conclusiones personales que no tienen nada que ver con cómo reaccionarían si lo conocieran en persona. La cara que se muestra en la película no es nada amable, ni es precisamente su lado más tierno, por decirlo de alguna forma, o el más querible del amigo que yo conozco. Lo vemos hasta discutiendo con su madre», comenta. Y esa es quizá la escena más incómoda de toda la cinta: la de la cena de Nochevieja. En la mesa, cuatro comensales: Aitor, Asier, su novia y su madre. Hablan del pasado, de los ’80 y ’90, y ella entonces dice que siempre se ha sentido orgullosa de cuando sus hijos eran antimilitaristas. Se refiere a los inicios de Asier, en los que amigos y familiares lo acompañaban como objetores de conciencia y se enfrentaban a la Policía por negarse a la obligatoriedad del servicio militar. La forma en que lo dice y cómo lo dice molestan a Asier, que se enfrenta a ella. Lo de «cuando eran antimilitaristas» choca de lleno con el hecho de que su hijo acabara metiéndose en una organización militar como es ETA. «La madre le recrimina, y él le dice que no lo entiende, que no lo apoya, que no lo respalda», comenta Aitor. En la película, durante la discusión, la madre de Asier sentencia: «Yo no veo a mi país libre con una gota de sangre, es que me pone enferma». Su hijo, intentando argumentar, le llega a decir que «si hay algo grave es quitarle la vida a otra persona. Ahora, ¿qué puede llevar a una persona a quitarle la vida a otra? Es eso a lo que hay que entrar». Al rato, la madre se levanta para traer algo de la cocina y Asier, ya en un tono más distendido con su novia, inquiere a su madre refiriéndose a un antepasado que se echó al monte con armas para combatir durante la guerra. Ella niega que hubiera armas, pero sin mucho éxito. Discusión terminada.

No es una situación tampoco tan extraña. Se ha vivido en casi cada familia vasca, en las que las diferencias ideológicas han roto muchas sobremesas. Creo que es marca de la casa

«Yo lo que pretendía era mostrar un lado más amable de todo esto», comenta Aitor. «Sabía que entre ellos había diferencias, pero pensé que la escena se convertiría en un alegato involuntario al entendimiento mutuo, que acabaría con abrazos de reconciliación, de hacer hincapié más en lo que nos une que en lo que nos separa, o en lo que tenemos en común que en lo que no. Y de lo que me di cuenta es de que no, que todavía no es ese momento. La discusión desde luego no era lo que yo esperaba, y tampoco esperaba la respuesta tan firme de Asier. Pensaba que habría un poco de otra cosa para la que quizá todavía no estamos preparados», lamenta. «También hay que tener en cuenta que la película se rodó años atrás, y han ido pasando cosas…», reflexiona. «En esa cena la reacción natural de Asier fue no querer que la conversación estuviera grabada. Hay tal grado de confianza que la situación se grabó sin que ellos se acordaran de que estaba ahí, porque yo no dejo de ser un amigo que está con una cámara», recuerda Aitor. «No es una situación tampoco tan extraña. Se ha vivido en casi cada familia vasca, en las que las diferencias ideológicas han roto muchas sobremesas. Creo que es marca de la casa. Me imagino que debe ocurrir en muchos conflictos, pero más en este que está tan mezclado y en el que en una misma familia puede haber personas de sensibilidades no sólo distintas, sino, en muchos casos, contrarias». La escena termina con todos brindando y deseándose un feliz año nuevo. Asier y su novia añaden una coletilla en euskera, deseándose además «independentzia eta sozialismoak».

La novia de Asier aparece antes de esa escena en la película cuando, recién salido él de la cárcel, visita en el hospital a una tía anciana de esas que transmiten infinita ternura. Lloran, se abrazan y se besan, y, con inocente cariño, ambos se ponen a cantar, tía y sobrino, canciones de la infancia. Pero no son canciones de cuna, ni de coches de papá: las letras hablan de invasiones y soldados vascos. Al terminar, la novia se presenta a la anciana como descendiente de asesinados, como quien cuenta de qué se conocen las familias de un pueblo o a modo de credencial.

En ese retrato que no es un retrato hay escenas para todos los gustos, algunas familiares y otras más propias de amigos, desde verles juntos en el monte comiéndose un bocadillo y riendo, hasta pasear por su antigua aula del colegio. Y también el momento en el que Asier llega a su barrio de Pamplona tras salir de la cárcel. Allí le esperaban decenas de simpatizantes, le dedicaron un ‘aurresku’, le obsequiaron con flores, y él cogió el micrófono para dirigirse a los congregados. Hay gestos pixelados en la producción de la cinta, así como momentos en los que también se pixelan los labios de Asier para que no se pueda leer lo que dice. En medio, gritos, consignas y banderolas. «Aquello descolocó más a mi hermana Amaia», con quien Aitor ha hecho la película. «Cuando lo grabé yo no pensaba nada más que en grabar, y no me dejé llevar mucho por los sentimientos en ese momento. Pero cuando ella vio el material se quedó patitiesa», confiesa. El discurso de Asier, micrófono en mano, es de una absoluta ortodoxia, hablando de ETA como «nosotros» y describiendo las decisiones tomadas. Adelanta, además, una de ellas, la de aparcar la violencia y apostar por la vía del diálogo. En ese momento ETA aún no había comunicado su intención de dejar las armas, así que aquello fue casi el adelanto de una exclusiva, aunque lanzada a una parroquia de simpatizantes y gente cercana a un núcleo ideológico muy identificado. «Hay que tener en cuenta que yo a Asier lo había visitado bastantes veces a la cárcel y ya sabía más o menos lo que pensaba, y sabía cómo se sentía respecto a su propia militancia. Para mí no fue tanta la sorpresa», comenta Aitor. «Sí que es verdad que luego, viendo las imágenes, me sentía como ‘buf’. Yo me he criado en este ambiente, pero ahora mismo tampoco siento que toda esta liturgia me represente», asegura. «Él no reniega de donde ha estado», comenta Aitor.

Me pregunto de dónde viene la idea de que la violencia es legítima y útil. Uno no entra en una organización para hacer daño a los demás porque sí, sino que piensa y defiende que lo que está haciendo está bien, es necesario y, además, va a ser útil y es éticamente aceptable

«Yo no quiero mostrar a Asier sólo como una víctima, pero entiendo que tienen que pasar muchas cosas para que tú tomes una decisión así. Lo que lleve a una persona a entrar en una organización como ETA, que implica todo lo que implica, es una cuestión que creo que sólo puede responder cada uno. Creo que son un conjunto de circunstancias que tienen que ver con lo que uno vive desde muy pequeño», dice. «Lo que sí veo en común es que hay un contexto político, aparte de unas reivindicaciones muy concretas. Hay un pasado que pesa, un presente que también influye y también una cultura en el sentido político». En varios momentos de la conversación se incide en la misma idea: entender o explicar no es justificar, y aquí lo repite una vez más. «Me pregunto de dónde viene la idea de que la violencia es legítima y útil. Uno no entra en una organización para hacer daño a los demás porque sí, sino que piensa y defiende que lo que está haciendo está bien, es necesario y, además, va a ser útil y es éticamente aceptable». Da el último sorbo a la taza de té que sostiene entre las manos. «Todos somos responsables de nuestros actos, pero nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias».

Las chicas y el hombre que le ponían nervioso ya no están. Un par de mesas más allá hay un pequeño grupo de ancianas engalanadas con pinta de frecuentar el lugar. Comenta que él mismo podría haber acabado entrando en ETA. «Quién sabe, dependiendo de en qué ambiente me hubiera metido, y más en un momento determinado de mi vida, yo podría haber tomado un camino u otro». ¿Y si no se hubiera ido a Madrid, acaso el futuro de Asier hubiera sido distinto? «No, no lo creo, para nada. Asier y yo siempre hemos tenido discusiones apasionadísimas, pero llega un punto en el que uno no puede transformar al otro. No me creo con tal poder», sentencia. Lo que pasa, pasa, y tiene que pasar. Y pasa por algo más complejo que el decidir un día que se ingresa en ETA. Sin embargo, la de Asier parece una especie de profecía autocumplida. En la película, Aitor cuenta que el padre de su amigo fue detenido y acusado de ser parte de ETA por estar en el consejo editorial de Egin. Él mismo no se lo creía, porque asegura que no es cierto. La detención es, bajo su punto de vista, otro ejemplo de esa tendencia a meter en el mismo saco el tener una ideología y el estar en ETA. En la narración es, además, el catalizador que impulsa los hechos. Tras un tiempo sin saber nada de su amigo, y después de la detención del padre, Aitor recibió en Madrid una carta que alguien deslizó bajo su puerta. En la cinta es un manuscrito sobre papel cuadriculado, como arrancado del cuaderno del colegio que compartieron. En el texto, Asier explica a su amigo que ha entrado en ETA y que va a estar tiempo sin saber de él, que toma la decisión poco menos que porque tiene miedo a que le detengan como a su padre y le torturen, y que por eso cruza la frontera.

¿Qué significa pertenecer a ETA? ¿Cuándo te dan el carnet de militante de ETA y cuándo te lo quitan? ¿Quién lo decide?

A la pregunta de si Asier sigue siendo parte de ETA, Aitor levanta las cejas y niega con la cabeza, extrañado: «¿Qué significa pertenecer a ETA? ¿Cuándo te dan el carnet de militante de ETA y cuándo te lo quitan? ¿Quién lo decide? Él entró en ETA en 2002 y perteneció a ETA hasta que fue detenido, a partir de ese momento pasó a ser un preso. Los siete años y pico que estuvo en distintas cárceles francesas él estaba en el colectivo, pero… ¿cómo se ejerce de militante de ETA?». Responde con muchas preguntas, pero en realidad tienen difícil respuesta. Al ser una organización clandestina, ¿se supone que un detenido no tiene consideración de miembro o, por el contrario, que uno pertenece a ella hasta que cambia de forma de pensar?

Esa no es, ni mucho menos, la única pregunta que queda sin respuesta. En la propia película hay otro momento clave en el que Aitor cuenta que, en ese enorme debate interno que le causa recibir la carta de su amigo contándole que se ha pasado a ETA, una de las cosas que le tranquilizan cuando es detenido es que no llevaba encima ningún arma de fuego. Él lo describe en la cinta como un peso quitado de encima, como que sí, que estaba en ETA, pero quizá no había matado a nadie. Y eso, si había usado armas, se lo pregunta directamente mientras mastican los bocadillos que se comen sentados en unas rocas llenas de musgo en mitad del monte. Asier le responde esquivando la pregunta, diciendo algo como que de esas cosas se hablará cuando se pueda hablar. Ni confirma ni desmiente que él haya participado en acción violenta alguna. En ninguna de sus detenciones se le ha acusado de un delito de sangre, así que su ambigua respuesta puede ser tanto la negativa a reconocer un hecho delictivo como una especie de ‘omertá’ bajo la cual todos los miembros asumen la actividad del colectivo sin acusar ni reconocer más allá.

No creo que él celebre el hecho de que ETA cese en su actividad, es más que lo percibe como un paso importante de cara a que se pueda llegar a otro estadio

Otro momento llamativo es cuando ETA lanza el comunicado en el que anuncian el cese de la violencia. Asier da saltos de alegría. Llama a su novia y, de la misma forma que en su bienvenida en Pamplona revela algo que todavía no era público, le dice: «¿Recuerdas lo que te conté? Pues ya está». En la pantalla parece exultante. Corre a su coche, un pequeño utilitario, y sale conduciendo, brazo en alto por la ventanilla, haciendo sonar el claxon y gritando: «¡Hemos ganado!». La situación es extraña, porque parece o bien la alegría de quien quiere que termine una situación o bien, atendiendo a sus palabras, la de quien cree que ese acto lleva a la victoria a los suyos. «Yo no creo que él celebre el hecho de que ETA cese en su actividad, es más que lo percibe como un paso importante de cara a que se pueda llegar a otro estadio. No sin temor a equivocarme, creo que él valoraría como una victoria el poder decidir como lo han hecho los escoceses. Por lo menos lo sentiría como un triunfo importante, aunque no implicara la consecución de sus propios ideales», explica. ¿Quiere eso decir entonces que ETA aceptaría la convocatoria de un referéndum como victoria suficiente? «Hombre, la independencia es el objetivo, pero lo del derecho a decidir yo siempre lo he entendido así», responde Aitor. «Pero vamos, no he oído a nadie de la izquierda abertzale mencionar la posibilidad de desafiar el resultado de un referéndum, nunca. Siempre he entendido que si se pudiera votar sería la leche». Pero, si hablar de según qué cosas es un tabú, plantear otras como una votación resulta casi irreal tras más de medio siglo de atentados y atendiendo sólo a ese capítulo del conflicto, usando la descripción del propio Aitor.

Al final la película salió adelante, Asier volvió a salir de la cárcel y ambos lograron que su amistad no se viera afectada por exponer sus intimidades. ¿Sirvió para explicar a los amigos de Madrid cómo es eso de tener un amigo en ETA? «Siempre he hablado con ellos de política, en general siempre he tenido una actitud muy abierta», comenta. «Aunque sigo sintiendo que hay una barrera muy grande, que creo que es normal. Simplemente no provenimos del mismo contexto, así que hay un punto en el que es muy difícil entenderse. No obstante siempre digo que no importa entender al otro, basta con respetarlo. Y en ese sentido siempre me he sentido muy respetado». En esos aspectos la película ha sido un éxito. «Momentos buenos hemos tenido muchísimos. Momentos en los que, mostrándola y charlando con el público después de los pases, ha habido personas que me han expresado su más profundo rechazo hacia lo que ha hecho Asier y, pese a eso, me han dicho que le diera un abrazo bien fuerte de su parte. Esa es una de las cosas más bonitas que me han pasado, y se repite con frecuencia», comenta sonriendo.

Noto por parte de gente más vinculada a la izquierda abertzale que hay una autocrítica en marcha bastante profunda

«Hemos hecho pases muy distintos, desde Almería a Madrid, Mallorca o Badajoz, y charlando con el público después de la película uno puede percibir las diferencias en cómo se piensa y cómo se siente dependiendo del lugar en el que se esté», incide. Y esas diferencias las ha notado, incluso, en casa. «En los visionados que hemos hecho en Euskal Herria lo que sí noto por parte de gente más vinculada a la izquierda abertzale es que hay una autocrítica en marcha bastante profunda, y que cosas que yo pensaba que iban a molestar porque hay crítica directa son recibidas con una mentalidad bastante abierta. Luego a lo mejor públicamente no mostrarían o no dirían algunas de las cosas que yo he oído en privado, pero sí que siento que ya se ha salido de esa dinámica de cerrazón que ha habido durante muchos años en cuestiones importantes, como la defensa del empleo de la violencia o como el mismo concepto de sentido patriótico». En el haber hay, por tanto, una contribución al debate y a visibilizar una parte generalmente oculta de la situación. En el haber hay, además de las tensiones del rodaje, los sinsabores de la distribución y los riesgos de la autoría, otros asuntos menos prosaicos, como la búsqueda de dinero (la película tuvo un presupuesto de trescientos mil euros y recaudó unos ciento treinta mil) y lo que Aitor define como «algún encontronazo con algún periodista».

Aitor Merino (Autor: Borja Ventura)
Aitor Merino (Autor: Borja Ventura)

Nunca he sentido que ETA fuera la causa de todos los males de este país. Creo que España tiene preocupaciones mucho más serias, que se ha tratado de desviar la atención y se sigue tratando de desviar la atención con temas como ETA

Al salir de la cafetería del hotel llega el momento de las fotografías. Detrás de él, a unos veinte metros, un furgón antidisturbios de la Policía Nacional, el mismo cuerpo que veinte años atrás lo asaltó y encañonó por error. Encaja la situación con humor. «Me pregunto si la existencia de ETA en estos últimos años ha sido, más que el mal en sí mismo, el síntoma de un organismo mayor que está enfermo. Creo que ETA es más un síntoma muy dañino que viene de un organismo que no sabe cuidarse. Nunca he sentido que ETA fuera la causa de todos los males de este país. Creo que España tiene preocupaciones mucho más serias, que se ha tratado de desviar la atención y se sigue tratando de desviar la atención con temas como ETA. Y creo que sobre eso debería reflexionar mucho la política española, sobre cómo es posible que una organización así haya estado activa hasta hace tan poco tiempo, a diferencia de lo que ha sucedido en otros muchos países».

El tema abordado, lo que se enseña en la cinta, el tono humorístico… cualquier arista de la película serviría para levantar las críticas en muchos sectores, especialmente por la ambigüedad de algunas de las respuestas de Asier, como en el pasaje del monte, cuando Aitor le pregunta si había usado algún arma estando en ETA sin obtener respuesta alguna. «La decisión fue dejarlo en forma de pregunta, porque queríamos invitar al espectador a que se planteara lo que nos planteamos nosotros. Sigue sin responderse y no creo que tenga una respuesta clara, porque hablar sobre posibles…», apostilla mientras hace un gesto con la mano. «Si eso hubiera ocurrido yo tendría que haberlo asumido y lo hubiera hecho lo mejor que hubiera podido, no lo sé». Cabecea y vuelve a la idea: «Él no da una respuesta clara a un tema serio y que a mí me preocupa mucho. Y bueno, se trata de uno más de los muchos asieres que yo conozco, y quizá para mí el menos importante», comenta. «Creo que hay cuestiones que son más interesantes en forma de pregunta, y esa queda ahí». Fija la mirada, mueve la cabeza levantando los hombros y repite: «Y ahí queda».

Semanas después del primer encuentro, horas antes de una nueva cita, Aitor me enviaba un mensaje de móvil. «Vamos a tener que posponer la cita, me voy corriendo a la prisión porque ¡nos acaban de avisar de que hoy sale Asier de la cárcel! Voy en el cercanías para recogerlo». La cita tenía como objetivo darle la carta que otro entrevistado le enviaba. En esta ocasión, Asier había estado unos meses encerrado sin ser condenado, a modo de prisión preventiva. Hacía tres años que había salido de la cárcel en Francia, donde sí cumplió condena durante casi una década. La alegría para Aitor era la misma entonces y ahora, la de poder abrazar de nuevo a su mejor amigo, aún con todas las dudas que él mismo se plantea a lo largo del documental y que, al final, tampoco puede resolver. Esta vez, eso sí, fue a su encuentro sin cámaras.