Fuente: Wikimedia Commons
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Los veteranos de guerra, una bomba de relojería social

Pocos ejércitos mayores que el de EEUU y pocas inversiones tan enormes como las que hacen con los soldados al volver del campo de batalla. El estrés postraumático que arrastran les impide, en muchos casos, readaptarse a la sociedad

 

Si hay un tema sensible que todo aspirante a la Casa Blanca debe tocar con respeto, ese es el de los veteranos de guerra. Un candidato puede ser católico, mormón o protestante, puede mostrarse más o menos cercano al colectivo judío o al homosexual, puede tirar los tejos a los hispanos o a los ‘rednecks’… pero un solo resbalón con los veteranos de guerra y la carrera política del aspirante se habrá ido al garete.

No es que los veteranos de guerra capitalicen la vida política estadounidense, porque de hecho no son un colectivo homogéneo. Lo que sucede es que son una parte sensible de la sociedad americana, que les considera héroes que lucharon por su país, y a quienes dedican esfuerzos y mimos. Y eso que no son pocos, precisamente.

Aunque EEUU es un régimen presidencial, donde lo que aquí entendemos como ‘consejo de ministros’ (y allí llaman ‘gabinete’) importa poco, el Gobierno tiene el equivalente a uno de nuestros ministerios dedicado exclusivamente a ellos. En realidad, el Departamento de Asuntos de los Veteranos, que así se llama, es la segunda oficina federal más grande del país, con unos 300.000 empleados y manejando un presupuesto anual de cerca de 90.000 millones de dólares. Sólo se entiende el tamaño del colectivo teniendo en cuenta que el del país es uno de los mayores Ejércitos del mundo, al que se dedica casi un 5% del anual PIB, lo cual es muchísimo siendo la segunda economía más grande que existe.

Son muchos, son caros y social y políticamente son reverenciados ¿Por qué tanta molestia? Porque el Ejército es parte del ADN social del país, son numerosísimas las misiones militares en las que están envueltos, suponen un puntal fundamental del modelo económico estadounidense… y porque son peligrosos, una bomba de relojería en potencia.

Una de las reflexiones que más ha calado acerca de los efectos de la guerra en los combatientes fue con la película ‘Apocalypse now’, ambientada en la Guerra de Vietnam. Hasta entonces muchas veces se pensaba que la guerra terminaba al abandonar el lugar, pero no era así. A las heridas físicas (amputaciones, lesiones sensoriales y motrices, adicciones, enfermedades de todo tipo -desde venéreas a locales-), hay que añadir las mentales.

Los efectos del estrés postraumático han sido estudiados ampliamente, pero no fue hasta hace unas décadas cuando se planteó en términos científicos el coste de intentar reinsertar en la sociedad a alguien que ha vivido en medio de tantas privaciones, sometido al estrés de matar o ser matado y que ha presenciado -si no participado- en ejecuciones, asesinatos, violaciones y otros actos frecuentes en los conflictos bélicos.

Durante el combate, «la patología más frecuente se asocia a las reacciones y descompensaciones psicóticas y el estrés de combate o del frente, manifestándose como reacciones de ansiedad, de confusión, o cuadros disociativos y conversivos. Aumenta el consumo de tóxicos y las enfermedades psicosomáticas, que no son vividas como problemas psíquicos», describe Vicente Ibáñez Rojo, psiquiatra de Médicos del Mundo.

Según otras investigaciones, como esta liderada por Liuba Y. Peña, se observa en los veteranos que, al volver a la sociedad, «han desarrollado problemas con la autoridad debido a factores socio-políticos tales como la falta de reconocimiento por su trabajo, sentimientos de abandono y desigualdad». Y ahí es donde responde el Estado.

¿Qué sucede con los soldados que intervienen de forma menos directa? Hay efectos, pero otros: «Los trastornos de frustración y soledad, también conocidos clásicamente como nostalgia del soldado son propios de situaciones de combate de baja intensidad (…) donde el estrés psicológico se encuentra relacionado con la separación de los seres queridos, el aburrimiento, la baja autoestima, la falta de cohesión grupal y de apoyo social, más que con la lucha y el combate activo».

Pero los efectos de la guerra no son únicamente para los combatientes militares, sino también para los civiles, que son el 80% de los afectados. Durante la guerra la sociedad entera cambia, como describe Ibáñez Rojo: «Disminuye en general la patología psiquiátrica y se presentan pocos problemas psicológicos. Se produce una rápida adaptación para sobrevivir y lo psicológico es un lujo poco factible de mostrar. Quien no se adapta es apartado, probablemente, no resulte funcional y acabe muerto o huya».

Tras la guerra, la población víctima, así como los desplazados, presentan «altos porcentajes de estrés postraumático, ansiedad, trastornos afectivos y disociativos (…) tendencia a padecer depresión y, en general, trastornos psiquiátricos».

¿Qué hacer con una masa enorme de excombatientes, muchos ahora dependientes, otros mentalmente desequilibrados, y la mayoría incapaces de readaptarse a la vida en sociedad? En el caso de EEUU, darles rango de héroes del país e invertir esfuerzos económicos y políticos en darles cobertura por los servicios prestados. Es el elevado precio de la guerra, al menos en el bando ganador: el de los que sobreviven y luchan por la primera potencia mundial.