Isabel Díaz Ayuso a la salida de un acto en la Universidad Complutense (Fuente: Ricardo Rubio / Europa Press)
Isabel Díaz Ayuso a la salida de un acto en la Universidad Complutense (Fuente: Ricardo Rubio / Europa Press)

👩🏻‍🎓 Otra oportunidad perdida (y van…)

Esta semana se ha hablado de muchos temas importantes en política, pero quizá ninguno tan elocuente como el del nombramiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid como ‘alumna ilustre’ de la Universidad Complutense. Y es importante no tanto porque sea el enésimo sainete político capitalino, sino por lo mucho (y malo) que dice de nuestro clima político actual. Parafraseando a Beethoven, esta carta es para Elisa, la alumna que le increpó en su discurso.

Al lío 👇🏻

💡 Punto uno: lo que se dijo

Dos cosas han captado la atención de los medios al respecto de esta historia. Una, que se impidiera el acceso de los alumnos que protestaban por el reconocimiento a Isabel Díaz Ayuso. Otra, el encendido discurso de una alumna, desde el atril, contra la lideresa popular. Ambas cosas tienen algo en común: son exactamente lo que se podía esperar que pasara y, diría, justo lo que Ayuso deseaba. El motivo es sencillo: refuerza su discurso

Primero, que la universidad está ideologizada (la Complutense, por ejemplo, a la izquierda), con lo que el PP ya tiene armas para atacar la reforma que propone el Gobierno y que desde los sectores conservadores se describe como que los claustros “dejarán de ser neutrales”. Como si alguna vez lo hubieran sido.

Segundo, que los jóvenes y la izquierda no toleran el reconocimiento a sus diferentes ideológicos, lo que les da más armas para reforzar esa (loca) idea de que el Gobierno avanza hacia una suerte de totalitarismo, como consecuencia lógica (según su razonamiento) de ser un Ejecutivo “ilegítimo”.

Por si no lo has visto, este fue el discurso de la alumna Elisa Lozano, aplaudido desde algunas tribunas a pesar de lo explicado arriba.

Personalmente, estoy de acuerdo con algunas de las cosas que dijo. A saber, el apoyo a la educación pública, el reconocimiento a profesores y alumnos, la denuncia de la flagrante falta de oportunidades para los jóvenes o de los desequilibrios generacionales que sacuden a nuestra sociedad. También, el rechazo a los intereses privados si favorecerlos implica que se pongan por encima de los del resto. O, ya puestos, que se impidiera el paso al acto a unos y no a otros. 

Pero también cuestiono otras cosas, y sobre todo rechazo la forma en que se dijeron. Los gritos. La teatralidad. Que alguien exprese su opinión aplaudiendo a Ayuso y eso sea “motivo de luto”. Espetarle encolerizada “Ayuso, pepera, los ilustres están fuera”. Gustará o no, pero tener el respaldo de la ciudadanía para ejercer un cargo público de importancia sí es ilustre, y por supuesto merece respeto, como cualquiera con cargo o sin él. Ya puestos, no sé cuántos exalumnos de esa Facultad habrán alcanzado jamás honor semejante. Y aunque fuera común, es una cuestión de civismo y educación.

Qué sentido tiene el acto, se preguntan los contrarios. Político, sin duda. Y más en el contexto de las elecciones al rectorado, que ahora han sufrido un serio revolcón. Pero, al margen de eso, creo que no hay mejor retrato posible de la profesión periodística que el de homenajear, en el día de los periodistas, a alguien por ser una célebre alumni de Periodismo cuando su celebridad viene de algo que nada tiene que ver porque, en realidad, nunca ha ejercido como tal.

Pero paradojas al margen, que un representante político acuda a una universidad y sea aplaudido o abucheado dice cosas sobre ese representante y su reputación. Pero, sobre todo, dice cosas sobre la forma de pensar y hacer de quien aplaude o abuchea. Lo mismo en el desfile militar del doce de octubre. Que las discrepancias políticas se expresen a gritos y con intención de censurar dice mucho, no ya de qué es o no la universidad -que siempre ha sido combativa, y de hecho nunca lo había sido menos que ahora-, sino de cómo es la ciudadanía.

Seré un ingenuo, pero concibo la universidad -en la que trabajo- como un espacio de diálogo. Un espacio en el que un profesor puede enfrentarse a un militar, aunque la épica hable de la muerte de la razón y la historia sólo conceda aquel episodio como la antesala de la muerte en sentido literal. En la que se puedan plantear debates y confrontar ideas. Donde la argumentación prima sobre los gritos. Porque, puestos a gritar, siempre hay quien grita más.

Ayuso visitará el CEU el lunes, donde a buen seguro encontrará un clima muy distinto, más cómodo, más afín. Y ese es otro drama, porque el relato sigue. Y yo no puedo sino recordar lo que decía Aimar Bretos hace unas semanas, que define bien el peligroso momento por el que transitamos, a cuenta de la polarización política.

🎓 Punto dos: lo que no se dijo

Sin salir de la universidad, hace unas semanas se hizo viral el escrito de Daniel Arias-Aranda, un profesor en el que afirmaba que se está engañando a los alumnos actuales. Defendía cosas que, como docente, comparto: que se han rebajado los estándares, que muchos de los alumnos que salen titulados no deberían lograrlo, que desde la institución -en general- hay una importante desconexión con la sociedad y el mundo laboral. Y que todo ello, a la sazón, tiene parte de culpa del desequilibrio generacional que en realidad subyace tras los gritos.

Estoy de acuerdo en casi todo lo que dice, salvo cuando, muy al final, mezcla su denuncia con cuestiones ideológicas que no comparto. Y eso, por aquello del diálogo, no me impide recomendar el artículo. Por si no la has leído, te dejo la carta enlazada.

Siguiendo con ella, no creo tampoco que, en general, los jóvenes sean una generación de cristal, que no aguanten la presión, que abandonen a primeras de cambio o que quieran tenerlo todo a cambio de nada. Al revés: creo que los que ya no somos jóvenes deberíamos haber aprendido a desprendernos de esa cultura laboral tóxica por la que todo se sacrifica en el altar de la productividad. 

Y esa es la oportunidad perdida del discurso de la universidad, y no sólo las formas en las que se produjo. Es que el debate no es sólo político, que también, sino generacional. Muchos en las generaciones mayores escudan esos desequilibrios en esos estereotipos, igual que muchos en las generaciones jóvenes lo achacan todo a los tapones generacionales y la falta de oportunidades actual.

Más allá del ruido y los gritos, hay muchos desequilibrios insostenibles. Como por ejemplo que las pensiones sean mayores que los sueldos. O que el futuro esté amenazado porque escasea la capacidad no sólo para formar familias, sino para escapar de la propia. No sólo es que todo sea líquido y falte el compromiso: es que no hay liquidez, porque falta el dinero.

La otra parte de ese debate, que es político, es la social y educativa. Y de eso hablaba también el artículo que mencionaba arriba, pero no se escuchó entre las paredes de la Academia. Seguimos educando a los jóvenes para un mundo que ya no existe, anclados en formas y necesidades que ya no tienen sentido. Y lo hacemos desde una universidad que antes representaba algo que ya no es.

No se trata de que los estudios superiores no estén al alcance de cualquiera, lo cual es esencial para garantizar la igualdad de oportunidades, sino que superarlos parezca condición ‘sine qua non’ para poder hacer algo en la vida. Más que nada porque eso es mentira, y de ahí deberían venir los gritos y la frustración.

Aunque los gritos que más suenan parecen ir contra unas u otras ideologías, en realidad deberían clamar buscando amparo ante un futuro en el que no queda ni una certeza. Como pasó tras aquel encontronazo entre el académico y el militar, cuando se acaba la confianza es cuando empiezan los gritos de verdad.

🤔 Uniendo los puntos

Voy a terminar diciendo algo aún más impopular que todo lo anterior. Aunque todos merecemos oportunidades para lograr las cosas, no todos tenemos que lograr todo lo que nos proponemos. Sencillamente, no es factible. El problema es que ahora mismo casi nadie es capaz de lograr nada. Es una especie de profecía autocumplida que me recuerda a uno de los diálogos más tristes de todas las películas de Pixar, esa en la que un niño con superpoderes responde a su madre que decir que todo el mundo es especial es otra forma de decir que, en realidad, nadie lo es.

Descansa, te escribo en breve 👋🏻