Obras de construcción (Imagen generada por IA)
Obras de construcción (Imagen generada por IA)

🏙️ Aquí no hay quien viva (versión real)

El tema estrella de la última década y media es la vivienda, pero sólo para quienes no pueden acceder a una o quienes, teniéndola, no pueden costearse nada más que pagarla. Así las cosas, más allá de señalar el problema, todavía no se ha hecho gran cosa al respecto. Y seguirá así, al menos hasta que deje de ser el tema estrella y pase a ser el tema con el que se ha estrellado la sociedad del bienestar así en general, no sólo unos pocos. Algo que, quizá, ya esté pasando. 

↔️ Punto uno: ni de izquierdas ni de derechas

Hablar de políticas de vivienda es hablar de intervenir el mercado. Y eso es muy extremo dentro de la óptica capitalista. De extremo izquierda, en concreto. Y eso a pesar de que la derecha más radical también apostaba en su día por lo mismo: más Estado, más control, más bloques de viviendas idénticas para trabajadores que migraban del campo a la ciudad con chapita de yugo y flechas en el portal, esas cosas.

Pero en los últimos tiempos la narrativa conservadora ha borrado ese relato histórico: ser liberal presupone ser conservador (dicen desde la izquierda), ser anticapitalista presupone ser de izquierdas (dicen desde el liberalismo) y en realidad ser liberal no debería implicar ser ni de izquierdas ni de derechas (dicen los libertarios). Ya se sabe: total libertad individual (aplaude la izquierda) y ninguna intervención estatal (aplaude la derecha).

Dónde empieza todo: el capitalismo, basado en la idea de libre mercado, ha convertido todo en industrias productivas en las que cualquier mínima expresión de nuestra vida tiene un valor económico y, por tanto, es susceptible de ser comprado, vendido o alquilado.

Ya no es que se pueda pagar para tener sexo, para que limpien nuestras casas o para poder acariciar a un gato mientras tomas un café, es que hasta asumimos con normalidad la idea de ‘industria cultural’. Es decir, que hasta la cultura tiene que ser económicamente rentable para poder permitirse existir.

Más allá de que estemos o no de acuerdo en todo esto, el problema se da cuando cuestiones esenciales se convierten en producto: el alimento, el agua, la salud o la vivienda. Porque, ¿qué pasa si no puedo pagármelo? ¿Me muero?

Medidor de descontento social, por países (Fuente: Financial Times)

Ahí es donde interviene (nunca mejor dicho) el Estado, al menos en muchos países, haciendo posible que cualquiera, independientemente de su nivel de ingresos, pueda tener acceso a esas cuestiones básicas: hay educación pública y sanidad pública, por ejemplo. Y no nos planteamos su rentabilidad porque se entiende que su valor es precisamente existir y funcionar a pesar de no ser rentables.

Ese es el primer gran problema: el mercado inmobiliario es rentabilísimo porque hace negocio con algo esencial para la vida, como es el lugar en el que se vive. La gente, qué cosas, necesita poder independizarse para vivir o formar una familia si quiere. Claro, la demanda es altísima, así que es un negociazo.

Sin embargo, y a diferencia de la sanidad o la educación, en la mayoría de países garantistas la respuesta pública en estos casos (comedores sociales y albergues) se limita a situaciones tan extremas como estar en la calle. 

En países como España decir ‘parque de vivienda pública’ es una blasfemia contra el mercado porque, dicen, supone la ruina segura para muchos que viven directa o indirectamente (obras, reformas, materiales…) de la vivienda.

El problema de la vivienda, por tanto, no es una cuestión de derechas ni de izquierdas sino del propio sistema en el que vivimos, que la ha convertido en sujeto de inversión y negocio. Pero claro, que la gente no pueda pagarse una casa digna tiene consecuencias sociales y políticas que pueden acabar por costar más dinero del que genera el sector (que ya es decir).

👨🏻‍🍼 Punto dos: la clase media no existe, son los padres (literalmente)

Esto, en realidad, siempre ha sido así… aunque distinto. Que la vivienda sea un negocio no es nuevo, pero sí que ha cambiado sutilmente el contexto, que ha contribuido a agravar la situación.

Ahí viene el segundo gran problema: el poder adquisitivo se ha derrumbado. Eso va de dinero, pero la cosa no va sólo de dinero: es que nuestros padres o abuelos, con menor preparación (en teoría) y con trabajos (en teoría) menos cualificados, podían aspirar a una vivienda y, además, a vivir. No es ya que ganaran más al cambio -esto es, adaptando inflación y valor-, es que trabajando se podía vivir, lo cual suena bastante loco hoy en día.

El impedimento ya no es (sólo) el paro juvenil, porque esto no va de jóvenes y porque ahora hay más trabajo. Es que el trabajo (senior) no da para pagar una casa porque el problema es que el trabajo está mal pagado en comparación con lo que cuesta la vida, en gran parte por la vivienda.

La frontera generacional del bienestar está ahora mismo en la cincuentena, aquellos que entraron al mercado laboral antes del estallido de las grandes crisis. Y sí, antes de esas crisis hubo otras, pero al menos se alternaron con periodos de importante crecimiento, cosa que lleva varias décadas sin pasar.

Desde el otro lado de la trinchera generacional este debate se lee de forma agria, como es comprensible porque nuestros mayores han tenido que pasar a ayudar en muchas cosas -desde crianza infantil a reabrir puertas de casa a quienes se fueron y han tenido que volver-. Y sienten que el lamento va orientado a que se cuestione que merezcan lo que ingresan una vez jubilados.

Varias notas en esto: soy muy poco amigo de la mandanga de la ‘generación más preparada de la Historia’, o de lamentar el ‘tapón generacional’ de nuestros mayores copando puestos a los que no llegamos. La cosa trasciende todo eso: no es que ellos cobren demasiado comparado con la vida que tenían, es que ahora se cobra muy poco en comparación con la vida que nos ha llegado. 

El problema es precisamente ese: la situación social ha provocado que las generaciones actuales dependan de las anteriores generaciones económica y habitacionalmente, para disgusto de ambas.

Las excepciones a toda esta lectura vienen marcadas por un patrón bastante extendido: la disponibilidad de patrimonio familiar. Es decir, las personas que sí pueden acceder a vivienda (incluso a una segunda) suelen compartir como rasgo que sus familias tenían propiedades que allanaron su camino.

Por supuesto, la mayoría no reconocerá esta ayuda externa porque queda mejor hablar del mérito de habérselo trabajado, pero vivir en la casa vacía de los abuelos, recibir una herencia o apoyo económico en edad laboral también entra dentro de esta facilidad patrimonial.

Las excepciones a toda esta lectura vienen marcadas por un patrón bastante extendido: la disponibilidad de patrimonio familiar. Es decir, las personas que sí pueden acceder a vivienda (incluso a una segunda) suelen compartir como rasgo que sus familias tenían propiedades que allanaron su camino.

Por supuesto, la mayoría no reconocerá esta ayuda externa porque queda mejor hablar del mérito de habérselo trabajado, pero vivir en la casa vacía de los abuelos, recibir una herencia o apoyo económico en edad laboral también entra dentro de esta facilidad patrimonial.

Así, en lugar de un bien básico o un derecho, la vivienda es un bien de mercado que actúa como recurso extractivo de los recursos de clases medias hacia clases más enriquecidas. Y ese bucle ahonda el problema: unos multiplican ingresos con la vivienda mientras otros se desangran para poder costeársela.

Y eso termina de cerrar el círculo: las generaciones que nos precedieron trabajaron mucho esperando poder mejorar sus vidas, algo que consiguieron. Las nuestras, por más que trabajen, a duras penas pueden mantenerse, y no pueden permitirse soñar ya con mejorar. Y las que lo consiguen es gracias, en muchas ocasiones, a quienes les precedieron.

🙏🏼 Punto tres: los nuevos testigos de Jehová

Faltan algunos ingredientes en la receta: el capitalismo presupone que todo se autorregula en base a oferta y demanda, de modo que toda intervención externa alterará el mercado y, por tanto, hay que dejar que se apañe él solo. 

Así se explica que haya tanta oposición a limitar el precio del alquiler en zonas tensionadas o a la introducción de vivienda pública en el mercado. El argumento es que eso disparará el precio del alquiler a largo plazo porque desincentivará la oferta (es decir, como será menos rentable, habrá menos gente alquilando vivienda). 

La crítica, por lo que sea, desaparece cuando la injerencia viene del sector turístico y se reduce la oferta de alquiler porque es mucho más rentable poner tu piso en AirBnb que buscar a un inquilino de larga duración.

Es el equivalente a ser testigo de Jehová ante una intervención quirúrgica: para qué intervenir, ya se arreglará el cuerpo solo… Quizá por eso algunas comunidades de propietarios, hartas de que las agencias les pregunten si quieren vender su piso para seguir haciendo negocio, ya ponen carteles para evitar que les molesten.

La vivienda es esencial para hacer planes de futuro vitales, y no sufrir para llegar a fin de mes es imprescindible para poder progresar y medrar. Ya que estamos con metáforas, ahí va otra para terminar: si no tenemos casa es imposible instalar un ascensor social, y sin posibilidad de mejorar ya no tiene sentido hablar de clase media, cuya aspiración básica es precisamente crecer. 

Si sólo algo extraordinario como la renta de tu familia puede cambiarte la vida, y no el trabajo, entonces la nuestra no es ya una sociedad moderna, sino una similar a aquellos sistemas de castas sociales en los que el cambio era imposible salvo evento extraordinario.

🤔 Uniendo los puntos

Todo esto será así, al menos, hasta que la situación afecte al sistema productivo. El mercado sólo admite intervención si peligra el propio mercado. Cuando no haya suficientes nuevos hijos que trabajen para pagar impuestos y pensiones, o cuando el gasto por hogar se derrumbe cuando las generaciones que nos preceden y mantienen desaparezcan. Entonces, ahí sí, se buscará la forma de reajustar el sistema.

Es el mercado, amigo, el que cierra la puerta de tu casa.

Descansa, que el euríbor y los tipos de interés siguen bajando, y quizá algún día eso sea una buena noticia también para ti.

Descansa 👋🏻