Fuente: Tiempo
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La Europa que odia

Los partidos ultra florecen en Europa, en algunos casos logrando representación en Cámaras y ayuntamientos importantes. A veces, incluso, gobernando

 

La UE reaccionaba con estupor a la irrupción de un partido neonazi en el Parlamento griego. Los ultras de Chrysi Avgi han sacudido a un continente incapaz de poner orden en un país cuyo caos económico no sólo pone en jaque la supervivencia de su economía, sino también ser el caldo de cultivo para que resuciten viejos fantasmas. Pero estos movimientos no son nuevos ni exclusivos de Grecia: muchos países tienen representantes ultras en instituciones nacionales, regionales y locales.

El primer error es hablar de ultraderecha, porque no hay una, sino muchas: tantas como países, incluso más. Que tengan algún tipo de representación son más de una treintena. Son movimientos en su mayoría euroescépticos y xenófobos, restrictivos con las libertades individuales y las políticas sociales. A excepción de los partidos neonazis, la ultraderecha actual es moderna, con un discurso civilizado en las formas y populista en el fondo, con líderes de trajes elegantes y sonrisa, hombres, mujeres y jóvenes. El enemigo común ya no es el pueblo judío, sino el inmigrante en general, en especial el de origen musulmán o rumano.

Pero ahí empiezan las diferencias. Algunos apuestan por el proteccionismo económico, otros por el ultraliberalismo. Unos son ultranacionalistas y otros, incluso, reclaman territorios que anexionarse en su proceso de ‘construcción nacional’. Algunos son religiosos y otros laicos. Hay movimientos motivados por un conflicto lingüístico o migratorio propio, y otros que nacen en zonas que no se sintieron incómodas con el nazismo. Algunos encuentran sus nichos de voto en regiones ricas que quieren independizarse de otras pobres, otros en zonas obreras de periferias urbanas y entornos rurales.

También hay paradojas, como el hecho de que mantengan relaciones más o menos fluidas entre grupos de diferentes países a pesar de su naturaleza nacionalista y discriminatoria respecto al extranjero. Y lo más llamativo, que muchos hayan encontrado en las instituciones europeas la plataforma para dar pábulo a su mensaje euroescéptico.

La gran referencia de la continental sigue siendo el Frente Nacional francés de Marine Le Pen. Tras el impacto que supuso a principio de la década pasada que un partido de extrema derecha llegara a la segunda ronda de las elecciones, ha acabado por consolidarse como tercera fuerza política del país, con especial fuerza en el sureste, en la región de Gard, y en el entorno de Nimes y la zona de Marsella. En las últimas elecciones casi uno de cada cinco votantes apoyó a la formación xenófoba, que logró su récord con casi seis millones y medio de papeletas.

En España la ultraderecha es un vestigio en comparación con los movimientos emergentes europeos. Divididos en una galaxia de formaciones y con claros vínculos con el pasado franquista, militar y nacionalcatólico, sólo dos formaciones han logrado despuntar. La más importante es la xenófoba Plataforma Per Catalunya de Josep Anglada, con apoyos en el entorno de Barcelona que a punto estuvieron de darle representación en el Parlament y que prepara su salto nacional con Plataforma por la Libertad. En menor medida ha irrumpido España 2000, que tiene cuatro ediles en la Comunidad Valenciana y uno en Alcalá de Henares. Su líder, José Luis Roberto, es un empresario que dirigía hasta el año pasado la patronal de los clubes de alterne y que hace fortuna con la venta de ropa “patriótica” y con la empresa de seguridad Levantina, que goza de buen número de contratas con instituciones públicas valencianas.

Fuerza en el corazón de Europa

Los tres núcleos donde la ultraderecha es más fuerte son Suiza, donde el xenófobo Partido del Pueblo gobierna y controla núcleos como Zurich o Berna, y Hungría, donde Fidesz disfruta de una amplísima mayoría absoluta y un control local casi unánime que le ha llevado a emprender reformas para restringir el acceso de inmigrantes, las libertades individuales o la actividad de la prensa. Sin salir de Hungría la tercera fuerza es Jobbik, que busca retomar antiguas fronteras en su búsqueda de la ‘Gran Hungría’ postimperial.

En Italia Silvio Berlusconi dio cobijo a formaciones ultras como la Liga Norte, un movimiento soberanista de la zona industrial y rica del país que controla la región del Véneto, es la segunda en Lombardía y la tercera en enclaves como Liguria, Emilia-Romaña, Venecia o el Piamonte. Junto a ellos concurrieron coaligados fascistas como la Fiamma Tricolore, el Movimento Idea Sociale o Alternativa Sociale de Alessandra Mussolini, hoy destacada diputada en la formación del ex primer ministro.

Algunos países tienen a formaciones xenófobas en la oposición, como sucede en el norte de Europa. Es el caso del Partido del Progreso noruego y el Partido de los Auténticos Finlandeses, segundas fuerzas en sus países, y Partido del Pueblo en Dinamarca y los Demócratas Suecos, terceros en los suyos.

En Polonia los ultraconservadores del Partido Ley y Justicia de los gemelos Kazyński gobernaba hasta hace poco y ahora han pasado a ser el principal partido de la oposición, conservando su influencia en las zonas aledañas a Varsovia y Cracovia, así como en el sudeste del país, cerca de Ucrania y Eslovaquia.

Holanda, siempre tomada como referente de avance social, ha visto caer a su Gobierno después de que sus socios, el Partido de la Libertad del xenófobo Geert Wilders no apoyara sus recorte. En Austria dos formaciones comparten el legado del fallecido Jörg Haider, el Partido por la Libertad de Austria y la aún más conservadora Alianza por el Futuro de Austria, tercera y cuarta fuerza del país respectivamente.

En Bélgica el Vlaams Belang pelea por la escisión del país entre sus comunidades lingüísticas, el norte rico y flamenco donde ellos son fuertes y el sur menos rico y valón. Su poder en entornos urbanos como Amberes, la segunda ciudad del país, contribuyó a la crisis institucional que les mantuvo un año y medio sin Gobierno.

La ultraderecha ha puesto en evidencia algunos trapos sucios europeos. Suiza no es ya tan neutral, con un partido en el Gobierno que hace carteles marcando como ‘ovejas negras’ a los extranjeros y prohibiendo la construcción de minaretes en su territorio. Holanda ya nunca volvió a ser tan progresista desde que los asesinatos de Pim Fortuyn y Theo Van Gogh dieron alas a la ultraderecha, esa misma que rodó Fitna, un documental satanizando el Corán y que ha sido la aliada del Gobierno ahora caído. Y Bélgica, el corazón de Europa, estuvo sin pulso político por las tensiones lingüísticas de un país que transmite una imagen de unidad artificial.

También reveló algunas miserias de los Gobiernos democráticos. Es el caso de Alemania, que en tiempos de Gerhard Schröder intentó prohibir a los neonazis del Partido Nacional Democrático. Finalmente toda la operación se vino abajo cuando se supo que gran parte de la cúpula del partido estaba infiltrada por miembros de los servicios secretos. Hoy en día siguen en activo y con fuerza en Sajonia y Mecklemburgo-Pomerania. Su líder, un profesor de mediana edad, dista mucho de aquel Hitler carismático y militarista, pero ha sacudido Alemania con gestos como negarse a homenajear a los asesinados en un campo de concentración nazi.

Expansionismo y tensiones étnicas

El este de Europa tampoco escapa al empuje ultra. En Bulgaria los neofascistas de Ataka se han convertido en la cuarta fuerza, con especial empuje en el entorno de Sofía y Plovdiv. La misma posición disfruta la Alianza Nacional de Letonia, que defiende homenajes a las SS en un país que prohíbe por ley los símbolos comunistas pero preserva la esvástica como ‘símbolo cultural’. La crisis ha hecho también que estos movimientos afloren en el Mediterráneo gracias a Amanecer Dorado, los neonazis griegos, fuertes en Atenas, Pireo y Tesalónica tras un atentado contra sus oficinas centrales poco antes de las recientes elecciones que les han encumbrado.

Además de todas estas formaciones con representantes en sus Parlamentos, algunas fuerzas extraparlamentarias han conseguido hueco en las instituciones europeas, en gran parte beneficiadas por la elevada abstención que suele producirse en este tipo de elecciones. Es el caso del Partido por la Independencia del Reino Unido, que fue la segunda fuerza más votada en las últimas europeas con un mensaje euroescéptico y ultraconservador que sólo dos nobles en la Cámara de los Lores y un puñado de pueblos en las zonas obreras del país secundan. Junto a ellos, los neonazis del British National Party consiguieron enviar a dos de sus miembros al Parlamento Europeo.

Esa misma cifra de representantes consiguió LAOS, los ultraortodoxos griegos que absorbían el voto ultra hasta que aparecieron los neonazis. Completan la nómina de partidos minoritarios que se han colado en el Parlamento Europeo los xenófobos Partido Nacional Eslovaco y los rumanos Partido de la Nueva Generación y Partido de la Gran Rumanía.

Fuera de las instituciones existen otros movimientos latentes con apoyos mucho más reducidos. Es el caso del Partido Nacional Renovador de Portugal, el Frente Nacional belga o los emergentes Griegos Independientes, con apoyos en Atenas o Ática. También los neonazis Partido de los Suecos, el Partido de la Independencia en Estonia, el Partido Nacional esloveno o el Partido de los Trabajadores de la República Checa, presentes en el oeste del país.