El fútbol es política pura. Y la política, cada vez más, un partido entre hinchas desatados.
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El populismo ha emergido en los últimos años con fuerza en un mundo sacudido por el marketing político y la desafección. Enfrente, empiezan a florecer expresiones sociales como el movimiento de las sardinas en Italia, un posible síntoma de los movimientos sociales que pueden estar por venir.
Los medios seleccionan qué mostrar, en gran medida por razones operativas. Sin embargo, no sólo se trata de lo que cabe y lo que no. El problema viene, precisamente, cuando se elige no mostrar algunas realidades en teoría para ‘proteger’ a la audiencia.
La izquierda abertzale y ERC sumaron para que la moción de censura de Pedro Sánchez saliera adelante, desalojando así a Mariano Rajoy de La Moncloa. Lo hicieron junto a otras muchas fuerzas, pero con una peculiaridad: ninguna de ambas fuerzas, ubicadas en el independentismo más firme, han solido participar de la política nacional.
Los sobresaltos empiezan a ser una constante en la política patria de los últimos años. Hasta el punto en que Andalucía podría dejar de ser socialista por primera vez en la democracia, y todo gracias a los votos de una ultraderecha que ha conseguido regresar a las instituciones.
La caída en desgracia de un PP desalojado del Gobierno vía moción de censura sigue teniendo consecuencias, algunas de calado. Por primera vez en décadas su capacidad de aglutinar sensibilidades se resquebraja, lo que ha abierto las puertas a formaciones escoradas hacia la derecha más radical. Vox ya ha mandado su primer aviso.
Se tiende a asimilar que sólo los votantes acomodados votan a partidos conservadores y, por tanto, cuanto más acomodados, más conservadores. Lo primero es un prejuicio y lo segundo, directamente, falso: en realidad la historia de los movimientos ultranacionalistas muestra que se han apoyado en las clases más vulnerables.
El proyecto europeo, que durante décadas ha servido para estimular vínculos comerciales y culturales y disipar tensiones bélicas, se enfrenta a un futuro incierto. El crecimiento del populismo, la desafección interna y la incertidumbre externa arrojan un horizonte sombrío.
Suiza es una gran desconocida, a pesar de estar en el corazón de Europa. Siempre neutral, siempre discreta, sólo se le menciona para hablar de cuestiones bancarias o fiscales. Pero sus mecanismos internos y sus equilibrios bien merecen algo de atención.
Los partidos ultra florecen en Europa, en algunos casos logrando representación en Cámaras y ayuntamientos importantes. A veces, incluso, gobernando