El fútbol es política pura. Y la política, cada vez más, un partido entre hinchas desatados.
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Cada país es un mundo en cuestión de pactos políticos: los hay donde son imposibles por el propio sistema, como EEUU o Francia, o donde son una cuestión cultural, como en Alemania. En España llevamos unos años transitando esa senda aunque en zonas como Cataluña ya tienen alguna experiencia previa. Y la convivencia nunca es fácil.
Dos problemas sociales, en apariencia antagónicos, coinciden en el tiempo. Por una parte, la brutal despoblación rural española. Por otra, el drama de los refugiados que llegan a Europa huyendo de la guerra. ¿Pueden ambos problemas solventarse mutuamente?
Existe consenso en que la democracia es el más justo de los sistemas para elegir gobernantes. Ahora bien, lo que no está tan claro es cuál es la mejor forma de elegirlos. Y no será por falta de opciones según el país del que se trate.
Es lo más hortera y viejuno del panorama musical, pero también es un ejercicio de catarsis colectiva de los más longevos. El papel de Eurovisión a la hora de asentar el proyecto europeo es incuestionable a estas alturas: entre canciones, reivindicaciones y risas prevalecen los valores comunes y la exaltación de la unión. Todo es política, al fin y al cabo.
Pocas ironías más notorias que la de un cuerpo político enfermo con un corazón aún más enfermo. Si la UE necesita fortaleza, la capital de facto no es precisamente la que predica con el ejemplo: Bélgica ha demostrado ser un país inestable y con un futuro amenazado por sus tensiones identitarias, tan alejadas del espíritu comunitario.
Suiza es una gran desconocida, a pesar de estar en el corazón de Europa. Siempre neutral, siempre discreta, sólo se le menciona para hablar de cuestiones bancarias o fiscales. Pero sus mecanismos internos y sus equilibrios bien merecen algo de atención.