“Las fuerzas armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad, y el ordenamiento constitucional”. Una idea expresada en tres versiones bien diferentes: la primera, en el artículo 8 de la Constitución española; la segunda, en boca del teniente coronel Mena Aguado criticando al entonces proyecto de Estatut; la tercera, en boca del entonces era ministro de Defensa meses antes de detener a Mena por haber dicho esas palabras.
En unos días se cumplen cinco años de un suceso que hizo a algunos hablar de ruido de sables en España, a The New York Times hablar de los ‘militares trogloditas’ españoles y a Mena perder su posición pese a que algunos le respaldaron.
Lo que motivó toda aquella tormenta política, el entonces proyecto del Estatut, fue finalmente aprobado, recurrido y recortado por el Tribunal Constitucional, pero no ha provocado ni fracturas de España ni golpes de Estado.
En apenas treinta años el Ejército español ha vivido capítulos tan convulsos como ese, y mucho peores: se ha sacudido el legado del franquismo y del golpe de Estado, ha llevado a cabo una profesionalización ejemplar, ha soportado durísimos golpes en forma de atentados o accidentes, como el del Yak-42 o el Cougar, ha visto surgir unidades que fueron vilipendiadas sin haber nacido -y que luego han salvado vidas en incendios e inundaciones-.
Cinco años después de la asonada de Mena, y tras treinta años de transición, el Ejército se ha convertido en la institución en la que más confían los españoles, según el CIS.