La democracia significa poder elegir. Y es democracia lo que se dijo que se intentaba exportar a Irak con la invasión y posterior captura de Sadam Hussein. Según Javier Espinosa, corresponsal en Bagdad para El Mundo, la democracia ha significado para los iraquíes poder elegir cómo morir.
Pues ahora tienen múltiples opciones: pueden morir de un tiro, a causa de la explosión de un suicida, que los maten los americanos, o los insurgentes, o unos simples maleantes… Hay donde elegir. Antes tan sólo mataba Sadam. Eso sin contar las libertades que se han tomado los ministros del anterior gobierno que parecen haberse embolsado más de mil millones de dólares. La broma no es mía sino de un amigo iraquí porque al menos los iraquíes no han perdido su sentido del humor.
Ahora cada vez que se ven envueltos en uno de esos anárquicos y terribles atascos que provocan los atentados, o el paso de los vehículos norteamericanos, todo el mundo aprovecha para saltarse las más mínimas normas de tráfico. Gente tan sabia como Jalil, mi chófer, aprovecha para gritar «¡hada al-democratiya!» (¡esto es la democracia!) mientras conduce en dirección contraria o por encima de la acera.
La guerra civil ya ha comenzado, quizás no de manera abierta, con dos ejércitos que se enfrentan entre sí, pero sí entre milicias, grupos tribales, entre vecinos… Es una guerra civil al estilo de la de Argelia, donde se masacraba a diario sin que todos los asesinatos se conocieran, o sin que se supiera ni quién mataba a quién, ni tan siquiera por qué.
La morgue de Bagdad no deja de recibir cadáveres de gente que aparece con las manos atadas y un tiro en la cabeza. Nadie sabe quién los ha asesinado pero cuando los familiares van a recoger los cuerpos normalmente gritan que se vengarán, y así sigue el ciclo.
La presencia militar norteamericana es abrumadora, especialmente cuando se circula fuera de Bagdad y no cesan de pasar sus camiones de suministros. Los americanos son la fuerza real del país. Cuando llegan a un lugar echan a la gente, sea quien sea, y no te lo piden por favor. Esta vez ya no he visto los carteles que ponían en sus todo-terreno: «Peligro, no acercarse a menos de 100 metros, se usará fuerza letal». Esta vez lo han dejado en «Peligro, no acercarse a menos de 100 metros». Los iraquíes no necesitan el resto de la frase: ya saben que no es un eufemismo.
Hay incontables casos de civiles que murieron por no respetar literalmente esa indicación. No obstante, la percepción de las tropas norteamericanas difiere según la comunidad. Los suníes les odian y los chiies simplemente les soportan, por ahora. Es muy difícil encontrar a gente en la calle (no hablo del gobierno o de los que trabajan con ellos) que te dé una opinión positiva sobre los estadounidenses.
Pondré un ejemplo muy claro para que se vea la diferencia que existe entre un periodista y un iraquí de a pie. En mi hotel hay una espléndida piscina, un buffet aceptable para comer, aire acondicionado, ni se sabe cuántos canales de televisión… Los iraquíes tienen el río, un tanto guarro, pero ahí está y siempre se pueden abanicar.
Lo que quiero decir es que como toda guerra pues sí, tiene peligro, pero los que realmente pasan peligro son los iraquíes. La guerra de Irak es bastante menos peligrosa que muchas otras que he visto, Bosnia por ejemplo.
Ya es una guerra casi olvidada. Si obviamos este periodo en el que a causa del referéndum y del juicio contra Sadam Hussein habrá más presencia de informadores, Irak es una de las guerras recientes que peor se está cubriendo. Fijos sólo hay periodistas ingleses y norteamericanos.
Se ha creado una psicosis alucinante en torno a la amenaza de los secuestros, pero hay que recordar que esta situación no es ni tan siquiera una novedad. Secuestros los que había en el Líbano, que duraban años y años, eso sí que eran secuestros. El porcentaje de extranjeros secuestrados comparado con el porcentaje de iraquíes raptados es tan ínfimo que debería ser desechable.
Por supuesto que casos como los de Florence Aubenas o su ‘fixer’, Hussein, o los de Malbrunot y Chesnot son incidentes graves, pero todo conflicto tiene sus peculiaridades. Irak tiene secuestros y suicidas. Sarajevo tenía una avenida por la que tenías que conducir como un descerebrado para evitar que el cabrito del francotirador no se pusiera a ensayar puntería con tu coche.
Hay que seguir enviado periodistas a Irak no porque vayamos a cambiar nada, no, por algo más sencillo y que expresaba muy bien un libanés en el libro de Thomas Friedman ‘De Beirut a Jerusalén’. Ese tipo decía que lo peor de una guerra no es que te bombarden por la noche, lo peor es que te bombardeen por la noche y que a la mañana siguiente enciendas la BBC y que ni siquiera lo mencionen. Esta gente merece al menos que durante media hora, el tiempo que están hablando con nosotros, piensen que su tragedia nos interesa.