Portada de la revista ValUE (Fuente: Universidad Europea)
Portada de la revista ValUE (Fuente: Universidad Europea)

Unión Europea: el enemigo está dentro

La Unión Europea atraviesa una de sus mayores crisis de identidad hasta la fecha. La crisis económica, el auge del nacionalismo y el populismo, y el triunfo del brexit ponen en jaque un proyecto de décadas.

 

“¿Cuántos españoles medios pueden nombrar a tres eurodiputados? ¿En qué bar de España saben quién es Juncker o en qué cafetería universitaria saben quién es Tusk…?”. Son preguntas lanzadas al aire por Javier Albisu, corresponsal de la Agencia EFE en Bruselas, la capital comunitaria.  “El infinito debate sobre qué Europa queremos no llega a Tíjola, Irún, Tarancón o Peñíscola. Entiendo que son indicios de que Bruselas vive lejos del mundo real”, apostilla. Son ejemplos al azar, pero sintomáticos de un problema: el ciudadano medio europeo se siente muchas cosas antes que europeo. Y eso en sí no sería un problema si no fuera porque ese desarraigo trae consigo la crisis del propio proyecto comunitario.

“El drama de Europa es que una parte importante de la ciudadanía ha olvidado que nuestro modelo de sociedad sería imposible sin la UE”, explica Juan Moscoso del Prado, exdiputado socialista y uno de los autores del Tratado de Lisboa. “Somos el 7% de la población mundial y generamos el 25% de la renta mundial -la europea es la primera economía del mundo-. El gasto social europeo, que equivale al 30% de nuestro producto total, representa el 50% del gasto social total mundial”, defiende. “Hay muchos problemas, muchísimos, pero jamás ha existido nada que se nos aproxime”. Y es que las bondades europeas trascienden todo eso: un mercado común, un espacio de trabajo y residencia compartido, unos baremos económicos coordinados y hasta una moneda única para muchos de los miembros. Ser europeo tiene innumerables ventajas dentro y fuera de nuestras fronteras, empezando por el inusual periodo de paz que la UE ha traído consigo. Pero, con todo, los ciudadanos ‘pasan’ de Europa.

Guerras en Europa (Fuente: Consejo de Europa)

Guerras en Europa (Fuente: Consejo de Europa)

El problema ha aflorado en estos últimos años, cuando los partidos euroescépticos se han hecho fuertes en las instituciones comunitarias, o cuando la crisis de los refugiados ha traído consigo el levantamiento de fronteras internas y el restablecimiento de controles aduaneros, cuestionándose el espacio Schengen, la base de todo el proyecto. Sin embargo, todo esto viene de lejos. Hace ahora ocho años la Eurocámara encargó una encuesta y los resultados llamaban la atención: aunque la mayoría (un 69%) consideraba que era bueno para su país estar en Europa, un 32% decía no sentirse cercano a ella y un 40% directamente desconfiaba de las instituciones europeas. La pregunta que cabe hacerse entonces es, ¿en qué ha fallado la construcción europea?

El diagnóstico de los problemas

“Un porcentaje creciente de europeos desconfía de la capacidad de las políticas públicas para resolver sus problemas”, analiza Moscoso, que considera que el problema es más acuciante en lo que respecta a las instituciones europeas: “Muchos han dejado de mirar hacia la UE para buscar soluciones a la inseguridad económica y social, incluso a cuestiones como el terrorismo. Eso es fruto de la crisis y de la percepción de que la UE es el agente ‘malo’ de la globalización a ojos de generaciones que nacieron en Europa y que por su juventud no conocen ni han vivido las décadas en las que Europa transformó nuestras sociedades”, lamenta. Sin embargo, un estudio reciente mostraba que el euroescepticismo va por edades, pero en sentido contrario: la gente joven sí siente lo que la gente más mayor ha olvidado.

Rebeca Cordero, profesora de Sociología de la Universidad Europea, lo describe como un choque entre expectativas y realidades: “Se esperaba que estuviéramos ante una UE unida, con un equilibrio económico común, en crecimiento, con unos Estados Nación cada vez más diluidos, con unos ciudadanos contentos por ser europeos y por permanecer en la UE. Pero la realidad se ha distanciado en parte de la imagen añorada. Los Estados Nación se niegan a seguir cediendo poder a la Unión y los ciudadanos no se identifican del todo con ella porque parece no escucharles”, comenta. Del proyecto europeo, en su opinión, “queda mucha literatura, muchos discursos, intenciones, buenas palabras, pero unos hechos dudosos en relación a lo que se prometió”.

“La construcción europea se ha hecho de arriba a abajo, y no al revés”, considera Albisu. “Quizá fuera históricamente necesario, pero ahora estamos ya bien metidos en el siglo XXI y Europa tiene que ‘reenamorar’ a los europeos, acercándose a ellos y escuchándoles. Y parte de responsabilidad de esa separación sentimental la tenemos todos: las instituciones de la UE, la clase política, la prensa y los propios ciudadanos”, apostilla. Cordero, por su parte, carga las tintas más en las instituciones y no tanto en la ciudadanía: “Parece que de la idea primigenia únicamente quedan intereses económicos y políticos en una única dirección, donde los países tienen diferentes velocidades, donde la crisis de los refugiados ha puesto en tela de juicio las políticas migratorias y donde el terrorismo ha puesto en duda el libre movimiento de personas”.

La crisis, el fenómeno migratorio y el terrorismo son tres de las más recientes amenazas, pero no sólo en lo que respecta a la UE, sino a la política en general. Y son causa o consecuencia, según a quién se consulte, de la ‘desafección’ que se vive en muchos países, también de forma interna. La manifestación más evidente es que la participación electoral se ha ido derrumbando de forma constante, incluso en momentos de grandes cambios políticos. Sirva el ejemplo de las recientes elecciones presidenciales francesas, en las que la abstención marcó un máximo histórico del 24,8%, que se disparó hasta el 58% semanas después en las legislativas.

Ese ha sido precisamente en ese caldo de cultivo donde los partidos populistas han encontrado una forma de despuntar: los grandes partidos tradicionales han sufrido grandes varapalos en las urnas que otras fuerzas, no siempre bienintencionadas, han conseguido aprovechar. En las elecciones europeas, donde la participación es incluso inferior a la de las elecciones de cada país, fuerzas casi irrelevantes en los Parlamentos nacionales han conseguido una importante cuota de poder y visibilidad. Es el caso del UKIP británico, el Frente Nacional francés o el PVV holandés, por citar los ejemplos más conocidos –que no los únicos-.

Por paradójico que resulte, en el corazón de las instituciones europeas ha sido donde precisamente más predicamento han tenido las fuerzas antieuropeas. Tanto es así que entre el grupo ‘Europa de la libertad y la democracia directa’ y el de la ‘Europa de las naciones y la libertad’, los dos grupos del Parlamento Europeo que aglutinan a las fuerzas euroescépticas, suman 86 de los 751 eurodiputados: de unirse en uno solo serían el tercer grupo, sólo por detrás del popular y el socialista.

La oportunidad tras el revés del ‘brexit’

“La clave radica en generar ‘pasión’ por la Unión Europea, pero razonar la pasión es complicado: el amor no se teoriza, se disfruta o se sufre”, apunta Albisu. “Desgraciadamente, la manera más efectiva de federar pasiones es concentrarlas frente a un enemigo común. Como tantas veces, se aprende por las malas, y quizá el ‘brexit’ sirva para que la gente tome -tomemos- conciencia de la importancia de un ecosistema europeo que ahora damos por hecho, pero que para florecer ha necesitado 2.000 años de guerras continentales”, apostilla.

Estados miembro (Fuente: Wikipedia Commons)

Europa y Rusia (Fuente: The Guardian)

Al menos a corto plazo la hemorragia que supuso el sorprendente referéndum británico en el que se apoyó la desanexión de Europa parece controlada. La ultraderecha no consiguió ganar en Austria, no ha sido necesaria para formar gobierno en Holanda y tampoco ha logrado la presidencia en Francia. Además UKIP, el partido que ideó el brexit, ha sido borrado del Parlamento británico. Su misión, sin embargo, ya está cumplida: la desanexión se llevará a cabo, aunque no se sepa aún cuándo ni cómo. Según Dídac Gutiérrez, excoordinador de programas europeos en el European Institute de la London School of Economics y ahora director de estudios europeos en el instituto de opinión Viavoice en París, el proceso no será ni ‘hard ni ‘soft’, sino que será sin ser. “Existe una tercera alternativa entre la lectura blanda y dura, y es la de ‘no-deal’. Es muy probable que por la complejidad, por el timing, y por la voluntad de ser duros con el Reino Unido, las negociaciones no concluyan a tiempo. En ese caso el Reino Unido tendrá que salir sí o sí, con la inestabilidad que ese puede suponer”, augura.

El golpe del brexit para una UE ya cuestionada fue demoledor, pero como apuntaba Albisu quizá traiga consecuencias positivas. “No creo que haya más ‘exits’, al menos a corto plazo”, estima Gutiérrez. Lo malo, señala, es que el ‘brexit’ ya es seguro a pesar de los resultados de las últimas elecciones británicas: “La mayoría de May, aunque tocada, sigue en pie; además, hay un escaso número de ‘bregetters’ -votantes que se arrepienten de haber votado a favor del brexit-, según las encuestas”. Ahora faltará por ver el encaje del Reino Unido post-europeo en el complejo mapa actual, con algunos países dentro del mercado común, otros fuera, otros con moneda compartida, otros sin ella…

El proceso tendrá consecuencias para Europa –quizá no todas malas-, pero también para el Reino Unido: “En un país con una visión plurinacional, una cuestión constitucional como la pertenencia a la Unión Europea no puede resolverla ‘sólo’ una de las naciones del susodicho Estado. En ese sentido, si Inglaterra quiere imponer el brexit a todo Reino Unido, es probable que su propia concepción territorial se vea afectada”. Podría no ser descabellado pensar que la pérdida del Reino Unido pueda acabar suponiendo la ganancia de una Escocia europea, o –más complicado aún- de incluso una Irlanda unida europea.

¿Qué soluciones podrían aplicarse?

“No todos los europeos que desconfían de Europa lo hacen por las mismas razones”, analiza Moscoso. “Sin embargo, todos comparten algunas preocupaciones que además son las principales jaleadoras del populismo. Se debe trabajar ahí, en lo compartido, que es mucho”, asegura. “La inacción ante los problemas de verdad, los problemas de siempre –empleo, calidad de los servicios sociales, seguridad, estabilidad familiar- es la causa por la que una creciente proporción de ciudadanos vota a opciones políticas que manipulan con mentiras sus frustraciones y sus miedos, y que no van a resolver nada”, critica. “Los valores y principios de la Unión –igualdad, derechos humanos, no discriminación, libertad de creencias, cultura, tolerancia, Estado de Derecho, Estado del bienestar, primacía de la razón- son la única fórmula posible para hacer frente al populismo”, asevera.

A la espera de que se desarrollen los acontecimientos del brexit, la consecuencia más palpable del populismo antieuropeo, toca revertir la tendencia. A fin de cuentas, la salida del Reino Unido de la UE es ya la mayor crisis comunitaria –contando incluso el fracaso de la Constitución Europea-, y eso es mucho decir. Al menos 2017 ha empezado reparando parte de los desarreglos de 2016 en las elecciones nacionales celebradas hasta el momento. “En estos tiempos de desafección política es imprescindible buscar resultados de manera rápida e inmediata mientras se estudia la apertura del siempre largo y distante proceso complementario de reforma de los tratados”, reflexiona Moscoso. “Europa debe responder con políticas y propuestas claras, visibles, que generen resultados de manera directa”. Y eso especialmente en un momento en el que aún perduran los efectos de la crisis y se multiplican los ataques terroristas –especialmente yihadistas- en las principales capitales.

Toca, por tanto, hacer autocrítica para detectar el origen de lo sucedido e intentar revertirlo. En ese sentido, la profesora Cordero describe tres grandes problemas “que marcan la crisis de la identificación europea”. El primero sería “la escasa democracia en la Unión”, el segundo “sus políticas económicas, tachadas de neoliberales” y el tercero “su elevada burocratización”.

Sobre el primero Cordero destaca el hecho de que el Parlamento sea “el único órgano electo” de todo el entramado institucional comunitario, pese a lo cual “sus competencias aún resultan escasas”. El problema se agrava, según Albisu, porque a eso hay que añadir que no hay rendición de cuentas: “El trabajo de los eurodiputados es tan gris para la opinión pública que en las elecciones europeas se vota a los partidos y no a los candidatos”, analiza. La solución al problema, según Moscoso, pasaría por trabajar precisamente en políticas “de transparencia y rendición de cuentas”.

El segundo problema diagnosticado, el de las medidas económicas, tiene mucho que ver con el contexto de crisis. En ese sentido Cordero aboga porque tengan “un tinte más social” del que han tenido hasta ahora. “Los ciudadanos necesitan ser escuchados y comprendidos, pero las decisiones que se toman en la UE carecen de perspectiva social. Para lograr implicar a los ciudadanos en el proyecto europeo debería comenzar por replantearse el empobrecimiento que han sufrido algunos países de la Unión frente a otros, revisar las deudas adquiridas por los rescates sufridos y comenzar a gobernar para todos los países miembros y no para el beneficio de unos pocos”, resume.

Moscoso coincide con el análisis: “Europa y sus instituciones supranacionales han quedado indeleblemente vinculadas con el origen de la crisis, con la mala gestión de sus consecuencias, y en ningún caso con la búsqueda de soluciones acertadas. El relato de que sin Europa la crisis habría sido mucho peor carece de la potencia suficiente”, lamenta. “Los ciudadanos perciben que la austeridad impuesta desde Europa ha sido la principal causa de los recortes sociales”, según reconoce, y contra eso sólo cabe, en su opinión, una salida: “aumentar la inversión pública”.

El tercer problema, el de la burocratización, es el que alejaría ‘de facto’ al ciudadano medio de las instituciones. Según Albisu, “se debe a que el proceso de toma de decisiones en la Unión Europea es extremadamente largo y complejo, en gran medida porque hay que buscar equilibrios entre las sensibilidades dispares de 28 Estados. A ello se suma que el poder de la Eurocámara es limitado y que el ciudadano no comprende en qué consiste ni para qué sirve”, comenta. La cuestión es cómo resolver ese entramado en una organización con centenares de millones de ciudadanos.

La amenaza exterior

Así las cosas, bien parece que Europa tiene el enemigo dentro, contando incluso con los factores externos que lo alimentan, como puede ser la mala gestión de la crisis migratoria o el empuje del terrorismo. O, por ejemplo, la inacción ante las escaramuzas de Rusia, uno de los países más influyentes en nuestro entorno: la UE no intervino de forma alguna cuando los tanques entraron en Georgia, ni cuando ocuparon territorio soberano ucraniano, ni tampoco cuando países miembros de la Unión tienen grupos sociales y políticos creados y mantenidos por el Kremlin para intentar influir en su día a día.

Sin embargo Javier Morales, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea, no percibe nada de eso como una derrota, sino como todo lo contrario: “Rusia no es una amenaza existencial para el resto de Europa: no pretende la destrucción de la UE ni de la democracia liberal como modelo”, asegura.  De hecho, va más allá: “Rusia es cultural e históricamente parte de Europa, aunque hay evidentes diferencias de intereses y valores”, considera.

En su opinión, los casos de Georgia y Ucrania responden a factores muy distintos. “En el primero la UE no podía tener un papel mayor porque no era parte del problema: fue la aspiración de Georgia por entrar en la OTAN lo que aumentó las tensiones con Rusia”, explica. En el caso de Ucrania, sin embargo, la UE sí tuvo que ver. “Al alentar diplomáticamente que esas protestas derivaran en una insurrección violenta creando falsas expectativas de que Ucrania podría llegar a integrarse en la UE si se derrocaba al gobierno de Yanukovich, Europa se convirtió en uno de los responsables de la crisis”, explica. “Cuando se produjo la revolución posterior la UE reconoció al nuevo gobierno sin pensar en las represalias que Rusia iba a tomar después y sin tener un plan sobre cómo defender a Ucrania ante la posible intervención rusa”, expone.

Europa y Rusia (Fuente: The Guardian)

Europa y Rusia (Fuente: The Guardian)

En cualquier caso, la reaparición de Rusia como protagonista en el panorama internacional justo en un momento en el que la UE es más débil puede no implicar una posición de fuerza, ni de dominio. Según Morales, “el uso de la fuerza militar o de otro tipo -como los ciberataques- se producen en escenarios concretos donde Rusia percibe que tiene intereses vitales y que además otros actores -como la UE o EEUU- han conseguido imponer sus intereses frente a los de Rusia”. Es decir, no mostraría fuerza, sino más bien lo contrario. “Por ejemplo, en Ucrania Rusia se vio derrotada, ya que no pudo impedir que la mayoría de la población eligiera alejarse de su influencia”, explica. “Por eso esas acciones agresivas, como la anexión de Crimea o la intervención en el este de Ucrania, son realmente una muestra de debilidad: intentos de desquitarse por sus fracasos al no poder detener la creciente influencia de la UE y la OTAN en su vecindario”.

Y por eso Rusia sigue intentando estar presente en la política de los países que le separan geográficamente de la UE, a veces de forma muy directa. “Esta estrategia tiene sentido sólo a corto plazo como medida de presión o demostración de fuerza para convencer a Occidente de que Rusia puede desestabilizarles si no aceptan sus reclamaciones”, observa Morales, que al mismo tiempo ve un riesgo para la propia Rusia: “A largo plazo es contraproducente también, porque puede generar el efecto contrario, movilizando a la opinión pública contra esta injerencia exterior, como ocurrió en Ucrania”.

Lo que sí es cierto es que nuestro vecino del este sigue siendo influyente, también dentro de nuestras fronteras. Hay por ejemplo países europeos muy dependientes de ellos en lo energético, y hay otros -como España- más expuestos en lo económico. Según explica Morales, “nos hemos visto perjudicados por las sanciones en vigor, en especial por el embargo impuesto a nuestras exportaciones agroalimentarias, y porque competimos por atraer el turismo ruso. El deterioro de las relaciones nos perjudica económicamente de forma clara”, analiza. Sea como sea, una Europa debilitada hace parecer a Rusia más fuerte, quizá incluso de lo que es en realidad.

La oportunidad europea viene de EEUU

Con todo, Europa está sumergida en una importante crisis de desafección interna, al tiempo que empieza a poner coto a los partidos populistas que la han minado por dentro. A la vez, tiene vías –políticas, económicas y sociales- para intentar solventar sus errores del pasado. Y quizá la amenaza exterior inmediata, la rusa, no sea para tanto. Dentro de la tormenta, incluso, puede haber una oportunidad para retomar posiciones gracias a la debilidad actual de EEUU.

Así, como sucede con el ‘brexit’, la UE puede encontrarse con una ayuda inesperada que viene de una mala noticia. La victoria de Donald Trump en EEUU ha hecho que la primera potencia del mundo Occidental empiece a dejar de ser un socio confiable, y eso da la oportunidad a las instituciones comunitarias de intentar ocupar su lugar. “No sé si el eje franco-alemán tiene poder real”, comenta Albisu en referencia a los dos pilares actuales de la UE, “pero lo que sí creo es que tiene una grandísima oportunidad de llenar un espacio que deja libre EEUU en el momento en el que Trump decide convertirse en un líder aislacionista y proteccionista de espaldas al mundo”.

Si el populismo empieza a remitir, si Rusia no es tan temible y si EEUU flaquea, Europa tiene una oportunidad para resurgir de sus cenizas. “Nunca ha habido una generación más europea”, opina Moscoso. “Nuestros jóvenes han nacido y crecido como europeos, han sido Erasmus, y ahora exigen soluciones europeas a sus problemas. Europa ha estado demasiado tiempo callada antes sus exigencias”, concluye. La cuestión es si todavía está a tiempo para reaccionar… y si sabrá hacerlo de la forma adecuada.

Originalmente publicado en: Value (versión en PDF)