“Nosotros no somos ‘txakurra’, no. Nosotros somos ‘zipaios’. Así nos llaman. ¿Sabes qué quiere decir? Los zipaios eran soldados indios al servicio de la guarda colonial británica, ya ves”. El que habla es R., un ertzaina, uno de los más veteranos. Lleva en el cuerpo de la policía autonómica desde la primera promoción y ahora, en los albores de su jubilación, habla de la situación en Euskadi con la experiencia de todos los años vividos en primera línea.
‘Txakurra’, “perro” en euskera, es el apelativo que los radicales utilizan para lo que la izquierda abertzale llama “fuerzas represivas del Estado español”. Es decir, la Guardia Civil y la Policía Nacional. Con ellos, la Ertzaintza, también son despectivos.
Y no siempre fue así. “Recuerdo al principio, cuando se creó el cuerpo. La primera vez que salimos fue cuando vino el Papa en 1982. Nos vistieron, nos armaron y nos subieron en autobuses. Había que vernos. Al bajar de los autobuses y desfilar la gente aplaudía entusiasmada”. Corría el 6 de noviembre cuando Juan Pablo II visitó el santuario de Loyola, en Gipuzkoa, en un momento en el que ETA estaba especialmente activa. Ese año murieron 37 personas asesinadas a manos de los terroristas.
La cita no sólo es con R., sino también con M., otro compañero del cuerpo. Ambas iniciales son falsas. Quedamos para comer en una de las tres capitales vascas, en una sidrería pequeña en la que les llaman por sus nombres. Ahí son habituales, y comen y hablan con tranquilidad, sin bajar la voz.
Hablan de ETA y de Bildu, de política y del PNV. En una de las mesas detrás nuestro un hombre les mira en un par de ocasiones. Pero no esconden que son ertzainas, ni ahora ni nunca. “Yo no digo que soy funcionario del Gobierno vasco, si alguien me pregunta digo que soy de la Ertzaintza. La gente de mi entorno lo sabe, no lo oculto”, dice M.
Las zonas más duras
Varias promociones les separan, pero la visión histórica es similar. R. vivió los años más duros de ETA a pie de calle en Mondragón, lugar en el que falleció una de las últimas víctimas de los terroristas. “Aquello era duro”, comenta. Como duras son las zonas rurales en las que el entorno radical siempre ha estado más presente.
Se refiere al ‘cinturón verde’ en el que Bildu ha ganado con más del 85% de los votos, un corredor de pequeñas aldeas en los límites de Gipuzkoa. Justo entre las llamadas ‘dos hermanas’, en la zona montañosa que separa Euskadi y Navarra, donde la construcción de la autovía que ahora atraviesa la zona trajo no pocos problemas. “Daban avisos de accidentes de tráfico y montaban emboscadas a tiro limpio, cada dos por tres había lío”, recuerda.
Pasó lo mismo con la autovía de peaje que cruza Euskadi de norte a sur, precisamente pasando por Mondragón. “Aquí cada infraestructura cuesta lo indecible montarla, como con la Alta Velocidad ahora. Al final se monta y ya está”, añade M.
Tanto R. como M. salieron de Arkaute, la academia en la que se forma la Ertzaintza. Recuerdan el flaco favor que hizo el hecho de que antes que academia aquello fuera diseñado como un centro de educación especial. Especialmente cuando los radicales comprobaron que los “guardianes del pueblo”, lo que significa literalmente ‘ertzaina’, iban a actuar contra la violencia igual que lo estaban haciendo las fuerzas del Estado.
En Arkaute R. coincidió con De Juana Chaos, que se preparaba para ser agente de la primera promoción. “Me acuerdo de él porque montó un par de líos. Me quedé con esa cara”.
Paradójicamente aquellas instalaciones las inauguró el entonces lehendakari, Carlos Garaikoetxea, uno de los firmantes del acta fundacional de Bildu. Paradójicamente porque R. y M. coinciden en que el hecho de que Bildu sea legal supone “un paso atrás”. “Ahora no se ve porque ha pasado poco tiempo, pero en cuanto avance el verano y lleguen las fiestas de esos pueblos pequeños donde son fuertes se verá”, apunta R. “Esas fiestas son terrenos habituales para que aparezcan carteles de etarras, carteles de presos y reivindicaciones así”, completa M. “Habrá incidentes tarde o temprano”.
“De sus tornillos a la herriko taberna”
Explican el éxito de las posturas más radicales en esos entornos “porque no conocen otra cosa”. Son zonas rurales, pero también pueblos prósperos donde florece la industria vasca. “En muchos casos son gente que sale de montar tornillos y va a su herriko taberna, y de ahí a casa, todo con su euskera, sus ideas y nada más”.
Son lugares duros, de costumbres arraigadas. “He estado en misas con la gente recibiendo la comunión con la rodilla desnuda hincada en la piedra, con hombres y mujeres separados escrupulosamente”, comenta R.
El tema económico no es casual en todo su razonamiento. Según R. uno de los puntos que decantó la lucha antiterrorista fue precisamente la ‘kale borroka’. Los radicales “la cagaron” porque tuvo como consecuencia que se fichara a toda su cantera, y “el Estado acertó cuando hizo responsables económicos de los daños causados en los altercados a los padres” de los jóvenes.
“Ahora, con la crisis, si alguno va a pedir dinero a sus padres para ir a no sé qué manifestación de homenaje se lo piensan dos veces”, comenta M. “Antes en esos ambientes se movía dinero, mucho dinero. En esas manifestaciones se movían fajos de billetes para los que acudían a apoyarlas“.
Quedan lejos los tiempos en los que ETA mataba casi a diario, “tiempos en que costaba enterrar a los muertos; eso si los sacerdotes no se negaban a hacerlo”, comenta R.. “Entonces la gente iba a los entierros y salía por la puerta de atrás antes de volver a sus lugares de origen. Venían y se iban corriendo. Yo he visto funerales así, era muy triste”.
No comparten la visión que les llega de que la Ertzaintza era más permisiva con el PNV en el Gobierno. “No se ha notado el cambio de gestión, más allá de los ajustes de personal” que conllevó.
Lo que sí comparten es que “se podría hacer más”: tienen coordinación con otros cuerpos de seguridad, no sólo españoles, sino también franceses, pero echan en falta “más organización interna, una jerarquía más clara”. “Se podría hacer más”, insiste R. mientras apura su cuajada. En la sidrería ya no queda nadie más que nosotros.