Mariano Rajoy (Fuente: Agencia EFE)
Mariano Rajoy (Fuente: Agencia EFE)

La clave del poder territorial del PP: una centroderecha para unirlos a todos

En política hay un arma contra la atomización: concentrar un amplio espectro ideológico dentro de unas mismas siglas. El Partido Popular lleva años haciéndolo y la fórmula le ha funcionado. Hasta ahora.

 

«Aglutinar» es una palabra que, en política, tienen en común desde el PP hasta la izquierda abertzale. De hecho, es una palabra que parece estar de moda, y es la culpable del éxito o el fracaso de no pocos proyectos políticos.

La marca ‘Ganemos’, por ejemplo, es el resultado de aglutinar iniciativas sociales y políticas diversas en la órbita ideológica de Podemos, y nace precisamente porque la formación de Pablo Iglesias renuncia a presentarse a las elecciones municipales. En otro ámbito, parte del éxito de la izquierda abertzale ha sido conseguir unir a fuerzas nacionalistas de izquierdas, desde el núcleo duro tradicional a escisiones de IU (Alternatiba), el PNV (Eusko Alkartasuna) o de sí misma (Aralar).

Hay muchos más ejemplos: desde la muy longeva alianza de Convergència i Unió, que podría estar viviendo sus últimos días, hasta la cambiante marca de Compromís en la Comunidad Valenciana, que en 2008 se presentó con una coalición formada por el Bloc e IU, de la que después se salió IU y entró Equo para formar una nueva.

La fórmula, a veces, funciona. Lógicamente, hay que aplicar el sentido común a la hora de entrar en el laboratorio para ‘aglutinar’ elementos. Hay compuestos políticos que casan bien con otros, mientras que hay posibles uniones que pueden hacer saltar el laboratorio por los aires.

Pero, más allá de una fórmula para unir fuerzas un poquito más compleja que el simple pacto, esta palabra es una de las claves que ha explicado la composición de fuerzas en España durante décadas.

PP: todas las centroderechas en una

El ejemplo paradigmático es el Partido Popular, la gran formación conservadora del país. Abarca desde el centro hasta la derecha muy conservadora, y en sus filas hay desde liberales ateos hasta ultracatólicos muy conservadores en lo que se refiere a la política social.

Ha habido pocos intentos de construir una derecha alternativa y, hasta la fecha, han fracasado. Fracasó SCyD, la marca de Mario Conde, aupada desde medios de comunicación afines. Fracasó también la marca Vox, capitaneada por exmiembros del PP críticos con la política del Gobierno, que no pudo unir a los nombres de Santiago Abascal, Alejo Vidal-Quadras o José Antonio Ortega Lara los de otros como María San Gil, Jaime Mayor Oreja o Esperanza Aguirre.

El PP es un partido diverso, pero monolítico, y ha hecho de esa capacidad su principal fortaleza. De ahí viene una de sus grandes ventajas: su suelo de votos ha sido, hasta la fecha, muy sólido, resistiendo hasta en los peores momentos de la formación

Valga como ejemplo un dato: entre la amplia mayoría absoluta de Aznar en 2000, con 10,3 millones de votos, al vuelco electoral sufrido por Rajoy tras el 11M en 2004, con 9,7 millones, sólo hubo una caída de 600.000 papeletas. Palidece comparado con la debacle del PSOE, que pasó de los 11,2 millones de votos de Zapatero en 2008 a los 7 millones de Rubalcaba tres años después: 4,2 millones de votos de diferencia, casi una tercera parte del total, y una caída casi ocho veces mayor que aquella del PP.

La explicación de ese ‘monolitismo’ llega de cuna: aquella Alianza Popular primigenia incorporó en su proceso de refundación a muchos llegados de la desintegración del centro político, ya fuera bajo la marca UCD o CDS. Esa estrategia de integración, junto al carisma de José María Aznar y los no pocos problemas del gobierno socialista de Felipe González, hizo posible la conversión del centroderecha en un partido ‘mainstream’. Y eso no era poca cosa cuando apenas había pasado una década y media del fin de una dictadura.

Capilaridad regional mediante acuerdos

La estrategia fue tan exitosa que el PP la siguió utilizando en su política regional. El partido ha sido capaz de ir integrando a formaciones autonómicas de centroderecha, sumándose su voto y uniéndolas al final en su propia marca.

Sucedió, por ejemplo, con la Unió Valenciana de Vicente González Lizondo, que llegó a disputar el Ayuntamiento de Valencia y a tener representación en el Congreso. Al final, siendo presidente de la Generalitat Valenciana Eduardo Zaplana, UV se integró en el PP valenciano, dándole un toque de defensa de los valores valencianos frente a los partidos nacionalistas catalanes que aún hoy siguen utilizando.

El otro gran ejemplo es el de Unión del Pueblo Navarro, que hizo de marca local del PP durante muchas legislaturas. El acuerdo saltó por los aires cuando un Zapatero en graves aprietos consiguió aprobar los Presupuestos Generales gracias a su apoyo después de que José Blanco se comprometiera a impulsar la Alta Velocidad hacia la comunidad foral. La respuesta desde el PP fue tajante: creó su marca en Navarra, que se nutrió de críticos de UPN como Santiago Cervera -que entonces era también diputado-, y concurrieron a las elecciones como rivales. El desencuentro amoroso duró poco: con Rajoy como caballo ganador volvieron a concurrir juntos a las elecciones y el PP Navarro pasó a la historia.

En Aragón también se sumaron en las últimas generales el voto del Partido Aragonés, que está al frente de casi mil Ayuntamientos y es la tercera fuerza política regional, con presencia también en el Senado. Esta confluencia era algo que no sucedía desde 1996.

Esa es precisamente la clave: este tipo de acuerdos no sólo le sirven al PP para sumar votos (como el caso del PAR) o eliminar competidores (como el caso de UPN o UV): también les dota de una extraordinaria capilaridad, llegando a muchísimos ayuntamientos con una u otra marca, además de a Diputaciones o Cortes Autonómicas. Y, con una presencia tan potente, suelen incluso atraer a miembros de otras formaciones rivales, como fue también el caso de Unidad Alavesa, que acabó disolviéndose en 2005 después de que varios de sus caras más conocidas cambiaran de bando.

Hay también experimentos en sentido contrario: críticos con el PP que abandonan el barco y montaron su propia formación. A los ya citados fracasos de Vox en las europeas o de SCyD en Galicia se suma el algo más exitoso FAC que montó Francisco Álvarez Cascos en Asturias después de que Génova le negara la posibilidad de ser el candidato regional. La formación, que tiene un diputado en el Congreso, llegó a ganar las elecciones en escaños, pero sólo pudo mantener el gobierno del Principado unos meses dada la inestabilidad por los apretados resultados obtenidos. Al final, hubo que repetir las elecciones y ahí ganaron los socialistas, que siguen gobernando Asturias con ellos y PP en la oposición.

El ejemplo del FAC sirve para ilustrar la otra cara de la moneda: lo que sucede cuando dejas de ser un partido monolítico y compites contra otros que tienen un corte ideológico similar al tuyo. Y de eso precisamente sabe mucho el Partido Socialista.