Hay cosas que dicen que nunca se olvidan, como ir en bicicleta, pero seguramente para ser profesor universitario no valga sólo con eso. Es el caso de Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha anunciado que a la vuelta del verano deja la política y se reincorpora a su plaza de profesor titular en la Universidad Complutense. Lo malo es que desanda un camino que hizo en diciembre de 1982, cuando Felipe González asumió su primer Gobierno… y en estos 31 años han pasado tantas cosas en el mundo que en la química no iba a ser diferente.
Porque por si no lo sabías, Rubalcaba es uno de los pocos científicos que han pasado por el Consejo de Ministros, ya que es doctor en Química Orgánica con premio extraordinario por la propia Complutense. Se especializó en las reacciones y firmó un par de decenas de artículos de investigación… hasta que González le reclamó para unirse a la gestión educativa del incipiente Ejecutivo socialista.
Por aquel entonces la tabla periódica tenía 108 elementos, por los 118 que hay ahora. El último de la lista era entonces el Meitnerio (Mt), al que se unió uno más en los ’80 (el Hassio, en 1984), cuatro más en los ’90 (Damstadio y Roentgerio en 1994, Copernicio en 1996 y el Flerovio en 1998) y cinco más en lo que va de milenio (Livermorio en 2000 y los cuatro elementos sin nombre descubiertos respectivamente en 2004 -dos de ellos-, 2006 y 2010). Así, para empezar, cinco metales de transición, cuatro metales del grupo p, un halógeno y un gas noble nuevos. Casi nada.
Eso respecto a la química en general, pero ¿qué hay de la química orgánica? La rama en la que Rubalcaba es especialista es en la química que estudia las moléculas basadas en carbono, una disciplina relativamente joven cuyo precursor fue el científico alemán Friedrich Wöhler allá por el siglo XIX. Y claro, a lo ‘relativamente joven’ tres décadas le suponen un vuelco total.
¿Qué descubrimientos importantes ha habido desde que Rubalcaba salió de la facultad?
Los bonitos fullerenos
En 1985, cuando Rubalcaba fue nombrado Director General de Enseñanzas Universitarias con 34 años, Robert Curl, Harold Kroto y Richard Smalley reprodujeron en un laboratorio la que se conoce como la formación química más bella del mundo, aunque su nombre no acompañe. Se trata de los fullerenos, versión reducida de los ‘buckminsterfullerenos’. Son estructuras geométricamente perfectas que y muy estables (sólo superadas por el grafito y el diamante en los compuestos de carbono) nacidas de la unión de moléculas pentagonales y hexagonales. En su versión con 60 átomos de carbono la forma es de un balón de fútbol o, por vincularla con lo raro de su nombre, la cúpula que el arquitecto Buckminster Fuller erigió años antes.
¿Para qué sirven? Se le suponen bastantes propiedades, pero por lo pronto que se sepa hasta ahora se usan para la creación de polímeros, además de para pruebas médicas con virus y sustancias biológicas.
Primeras terapias génicas
El 14 de septiembre de 1990, cuando Rubalcaba llevaba dos años como secretario de Estado de Educación, el profesor William French Anderson dirigió la primera terapia génica autorizada de la historia de la ciencia. El tratamiento consiste en introducir genes como si fuera medicina para tratar enfermedades. La paciente fue una niña de cuatro años llamada Ashanti DeSilva y que estaba aquejada de un síndrome de inmunodeficiencia severa. El resultado fue satisfactorio, aunque de forma temporal.
Tres años después Rubalcaba ya tenía su primera cartera de ministro, la de Educación y Ciencia, y fue elegido diputado por primera vez. Justo ese año Andrew Gobea, un bebé nacido con una inmunodepresión similar, fue tratado con células madre en un tratamiento génico. Los efectos en este caso, sin ser permanentes, fueron más prolongados en el tiempo ya que el paciente no volvió a necesitar terapia hasta los cuatro años.
Pero por el camino también hubo sobresaltos. En 1999 falleció Jesse Gelsinger, un paciente de 18 años que padecía una deficiencia de OTC, una dolencia localizada en el hígado, mientras recibía terapia génica. Es la primera víctima reportada como tal a causa no de la enfermedad, sino del tratamiento. Fueron también los años más duros para Rubalcaba, tras salir el PSOE del Gobierno, aunque él ya estaba por aquel entonces en la Ejecutiva y ejerciendo como secretario de comunicación del partido.
La revolución del genoma
Una de las grandes revoluciones en el campo científico de las últimas décadas también se vincula con la química orgánica. Es la elaboración de los genomas de especies diversas, incluyendo la nuestra. Es decir, el trazado exacto del mapa de los genes que hacen posible la existencia de seres como nosotros.
El primer paso se dio en 1995, cuando se publicó el primer genoma completo de un organismo vivo. Se trataba del bacilo de Pfeiffer, un sencillo microorganismo responsable de la transmisión de enfermedades tan terribles como la meningitis, la neumonía o la sepsis. El ‘código fuente’ del bicho en cuestión, elaborado por el doctor Craig Venter, contiene 1,8 millones pares de bases y 1.740 genes.
Un año después se avanzó otro paso enorme en el mundo de la genética, con la clonación del primer mamífero clonado a partir de una célula adulta en el Instituto Roslin de Edimburgo. Se trataba de la célebre oveja Dolly que supuso una auténtica revolución científica. Y eso a pesar de que su vida fue bastante desagradable: además de nacer en un laboratorio y tener que soportar centenares de flashes y de investigadores a su alrededor, tuvo artritis desde los 5 años y fue sacrificada a los siete años por una especie de cáncer pulmonar. Apenas vivió la mitad de lo que viven sus congéneres, aunque no se consiguió probar que sus dolencias tuvieran que ver con el hecho de ser un clon.
Cinco años después de Dolly, seis después del primer genoma, se publicaron los primeros esbozos del mapa genético humano. En 2005 se dio por cerrado el proyecto tras 15 años de desarrollo habiéndose identificado casi 30.000 genes (menos que el ratón o una planta tan común como la arabidopsis thaliana (que por el nombre no te dirá nada, pero que es una planta abundante en todos los continentes)
En 2002 Alfredo Pérez Rubalcaba estaba a punto de volver a la primera línea política. Dos años antes apoyó a José Bono en el congreso que Zapatero ganó de forma inesperada por un puñado de votos pero, pese a ello, en 2003 fue nombrado responsable de la campaña electoral tras la que, finalmente, el PSOE volvió a gobernar. Especialmente intensa fue su labor tras los atentados del 11M reclamando respuestas al gobierno saliente.
Justo ese año se consiguió, por primera vez, ‘construir’ un virus como si fuera un mueble de Ikea: desde sus códigos químicos. Se trató del virus de la polio, el primer virus ‘artificial’ gracias a los adelantos de la ciencia. Cuatro años después Craig Venter, el mismo del genoma humano, replicó el éxito ‘creando’ un virus pero mejorando notoriamente los plazos: de los dos años que costó lo de 2002 a las dos semanas que costó en 2006.
Igual que avanzaban la química y la genética, también lo hacía la carrera de Rubalcaba, a quien ese mismo año Zapatero nombró ministro del Interior, justo el mismo año en que se logró curar por primera vez a dos pacientes aquejados de una dolencia espinal degenerativa.
La cuestión es saber si a Rubalcaba le costará dos semanas o dos años ponerse las pilas con tanto cambio. Porque ahora mismo tiene 63 años, así que le quedan apenas dos cursos de actividad docente por delante para jubilarse ¿Le dará tiempo a actualizarse con toda esta materia antes de pasar al retiro dorado?