A veces no ser nacionalista es otra forma de ser nacionalista sin darte cuenta.
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En una España sobreexpuesta al debate soberanista hay hueco para otro nacionalismo. Los líderes carismáticos de las regiones más olvidadas de la geografía patria poco tienen que ver con las tensiones y acuerdos que protagonizan las formaciones vascas y catalanas. Y en un panorama tan atomizado como el actual también sus apoyos pueden resultar clave.
En la política española han existido ciertos tabúes nominales: el PP se define como de centro, como mucho de centro-derecha, mientras sus rivales les ubican a la derecha. Entonces, ¿hay hueco más allá?
En política hay un arma contra la atomización: concentrar un amplio espectro ideológico dentro de unas mismas siglas. El Partido Popular lleva años haciéndolo y la fórmula le ha funcionado. Hasta ahora.
Si hay una pregunta del millón en la política nacional en los últimos años bien podría ser la que encabeza el artículo: cómo demonios ha podido sobrevivir, contra viento y marea, el PP en la Comunidad Valenciana, que tiene a uno de cada cinco miembros de su grupo parlamentario imputados. Los escándalos, las imputaciones interminables, la gigantesca deuda que dejan los pufos urbanísticos y todas esas cosas que hacen que fuera de esa burbuja política que parece ser la región nadie entienda que los votantes sigan embelesados con los dirigentes populares y les pongan velas en forma de voto puntualmente, cada cuatro años desde aquel lejano año 1995 en el que empieza esta historia.
Desde una naranja a un estoque o una lámpara minera. Sus señorías han usado todo tipo de objetos inusuales para reforzar sus alocuciones en sede parlamentaria
Zaplana deja la política. Pasó de alcalde poco conocido a ministro en 7 años. Ha sido también presidente autonómico y portavoz en el Congreso. Su cara, una mayoría absoluta; sus cruces: Terra Mítica y el 11M.