Lo digital ha traído de la mano el fin de la intermediación, también en política.
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Las redes sociales se han convertido en catalizador de las pulsiones políticas más intensas, avivando las llamas de la polarización. El problema es que, en general, la tecnología está sirviendo también a la expansión de la desinformación, que actúa como combustible argumental.
La nueva lógica actual ha introducido muchos cambios en el esquema comunicativo. Por una parte, se han multiplicado y alterado los emisores los medios ya no son los únicos, ni tampoco los más importantes–. Por otra, los líderes de opinión sí se han mantenido, pero se han universalizado –ya no son solo los cercanos física o ideológicamente, sino también aquellos que se erigen en referentes virtuales respecto a temáticas variadas–.
Vivimos rodeados de trampantojos, cosas que parecen ser algo que no son para crear sensaciones determinadas. Hay algunos inocuos, pero otros se usan con finalidades políticas determinadas y modifican nuestra percepción de la realidad y nuestras opiniones al respecto.
La influencia y el liderazgo son conceptos antiguos, vinculados a nuestra naturaleza social. Pero los cambios en la forma de ejercer ambas cosas han hecho que haya que replantear algunos de esos postulados tradicionales.
El problema inherente a las redes sociales es que no existe disociación posible entre los conceptos de persona –con sus opiniones e ideas– y profesional o, por lo menos, no es lo más frecuente. Es verdad que el periodista que expone sus visiones de forma directa o indirecta acarrea cierta imagen de parcialidad. Pero también es verdad que le sucede exactamente lo mismo que a cualquier profesional que firme columnas de opinión o participe en tertulias radiofónicas o televisivas, siempre y cuando no se ciña al mero análisis interpretativo.
La política, como buen negocio basado en la atención, va a buscar allá donde está la gente. Y si interesa captar el voto joven y los jóvenes están en Snapchat, allá que dirigen sus miradas los estrategas para acercarse a sus posibles canteras de militantes.
Lo más nuevo se convierte muy rápido en lo más viejo. La velocidad a la que evoluciona el consumo de contenido online hace que las redes sociales, el principal vehículo transmisor de información actual, tengan una vida útil muy limitada.