El poder del Gobierno no es uno, sino trino: el explicativo, el expectativo y el (per)judicial.
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El poder del Gobierno no es uno, sino trino: el explicativo, el expectativo y el (per)judicial.
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Cuatro sucesos en apenas dos semanas muestran que el procés agoniza (por ahora).
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Cada país es un mundo en cuestión de pactos políticos: los hay donde son imposibles por el propio sistema, como EEUU o Francia, o donde son una cuestión cultural, como en Alemania. En España llevamos unos años transitando esa senda aunque en zonas como Cataluña ya tienen alguna experiencia previa. Y la convivencia nunca es fácil.
A veces no ser nacionalista es otra forma de ser nacionalista sin darte cuenta.
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De tocar el cielo a derrumbarse en el suelo. Ciudadanos lideraba las encuestas ante un PSOE envuelto en guerras internas y un PP corroído por los escándalos, pero jugó todas sus cartas mal y ha acabado por besar la lona en los mismos sondeos que antes le encumbraban. El tiempo de Albert Rivera puede estar llegando a su fin.
El debate soberanista catalán lleva tantos años en primera plana que ha terminado por condicionarlo todo. Da igual la ideología del partido que sea: en todas las formaciones hay sensibilidades más o menos próximas con el independentismo, y eso afecta a la hora de decidir representantes.
Socialismo federalista, centrismo de corte liberal o izquierdismo soberanista. El PSC ha ido contraponiendo sus distintas sensibilidades internas hasta convertirlas en rivalidades electorales de cara a los próximos comicios. El resultado puede marcar el futuro itinerario ideológico para un partido que llego a gobernar y lleva casi dos décadas encadenando caídas en apoyos.
La singularidad catalana sigue acumulando rarezas. La última, unas elecciones adelantadas que aspiraban a clarificar el panorama y que lo dejan todo más o menos como estaba: bloqueado.
Todo se remonta al final del ‘pujolismo’ y la reforma del Estatut. El independentismo fue creciendo poco a poco en el Parlament en paralelo con los giros en la política nacional, que también fueron decisivos en Cataluña.
Ni su vigor, ni sus estrategias políticas, ni su simbolismo marketiniano pudieron hacerle ganar la guerra más importante de su carrera. Rubalcaba, a lomos de la aristocracia socialista, impidió a Chacón liderar un PSOE que quizá nunca existió.