El poder del Gobierno no es uno, sino trino: el explicativo, el expectativo y el (per)judicial.
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El poder del Gobierno no es uno, sino trino: el explicativo, el expectativo y el (per)judicial.
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¿Es lícito exigir en los medios, los tribunales y la calle lo que no se ganó en las urnas?
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Hay una pareja que, por más que se pelee, nunca se separará: medios y políticos.
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Cada país es un mundo en cuestión de pactos políticos: los hay donde son imposibles por el propio sistema, como EEUU o Francia, o donde son una cuestión cultural, como en Alemania. En España llevamos unos años transitando esa senda aunque en zonas como Cataluña ya tienen alguna experiencia previa. Y la convivencia nunca es fácil.
A veces no ser nacionalista es otra forma de ser nacionalista sin darte cuenta.
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La vida política se ha acelerado tanto que en unos pocos años han surgido y han decaído partidos con opciones de formar Gobierno. La pregunta es: ¿triunfan determinadas ideas porque son visibles o se vuelven visibles porque están suficientemente extendidas como para triunfar?
Los medios seleccionan qué mostrar, en gran medida por razones operativas. Sin embargo, no sólo se trata de lo que cabe y lo que no. El problema viene, precisamente, cuando se elige no mostrar algunas realidades en teoría para ‘proteger’ a la audiencia.
La política no tiene por qué ser dura, ni aburrida. De hecho, una de las formas más efectivas de comunicación política se da, precisamente, en espacios mucho más ‘digeribles’ para los votantes.
La llegada de la democracia trajo consigo la explosión de múltiples manifestaciones humorísticas y artísticas impensables unos años antes. Ahora, décadas después, empieza a hacerse notoria cierta judicialización de expresiones antes toleradas.
En los últimos años el humor político ha ido abriéndose paso entre la ficción televisiva. El conflicto vasco, pero también el procés catalán, copan titulares y cartelera con un enfoque alejado de la tensión. El humor como respuesta a la confrontación.