Vox ha logrado la capilaridad que ni Ciudadanos ni Podemos tuvieron.
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La política española va tan rápido que, de pronto, ha dado la vuelta y se ha situado justo donde estábamos hace unos cuantos años.
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En política todo significa algo, también el color. Lo que pasa es que, a veces, parece significar cosas muy distintas. Tanto como Santiago Abascal y Manuela Carmena.
Ningún partido se desenvuelve mejor en las contiendas rurales que el PP… por ahora.
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La fórmula del liderazgo telegénico empieza a agotarse, y eso ha lastrado las posibilidades de Más País. Sin embargo no es ese el único motivo, y posiblemente tampoco el principal. Sencillamente, el voto no puede seguir fragmentándose en opciones políticas infinitas.
De tocar el cielo a derrumbarse en el suelo. Ciudadanos lideraba las encuestas ante un PSOE envuelto en guerras internas y un PP corroído por los escándalos, pero jugó todas sus cartas mal y ha acabado por besar la lona en los mismos sondeos que antes le encumbraban. El tiempo de Albert Rivera puede estar llegando a su fin.
Es imposible gobernar si antes no has sobrevivido políticamente a tus enemigos internos. Es más, en ocasiones es imposible sobrevivir a los enemigos internos si no acabas por gobernar.
Tras una maratón de procesos electorales se cierra el ciclo: los comicios autonómicos y municipales del 26M han puesto de manifiesto que las inercias de las generales han venido para quedarse. Y que el bipartidismo, con el PSOE en cabeza, sigue en pie.
No necesariamente jóvenes, no necesariamente mujeres, no necesariamente técnicos. En una época en la que los votantes buscan nuevas respuestas a sus problemas el mensaje y su forma adquiere una importancia clave ante variables antes más valoradas.
Tiempos de nueva política, tiempo de nuevos políticos. Más telegénicos, más frescos, más guapos y, en general, más jóvenes. Pero no todos ellos lo son.