Vox ha logrado la capilaridad que ni Ciudadanos ni Podemos tuvieron.
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Vox ha logrado la capilaridad que ni Ciudadanos ni Podemos tuvieron.
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La política española va tan rápido que, de pronto, ha dado la vuelta y se ha situado justo donde estábamos hace unos cuantos años.
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Los partidos que emergieron de la desafección política intentan sobrevivir a su peor momento.
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Que la imagen sea parte fundamental de la política no es nuevo. Pero la dimensión que ha adquirido en tiempos de redes sociales y voto asociado a sentimientos se ha disparado. Y, tras años de auge en otros países, va llegando a España.
La fórmula del liderazgo telegénico empieza a agotarse, y eso ha lastrado las posibilidades de Más País. Sin embargo no es ese el único motivo, y posiblemente tampoco el principal. Sencillamente, el voto no puede seguir fragmentándose en opciones políticas infinitas.
Los líderes del procés se enfrentan al proceso judicial. Al menos los que decidieron no huir de la Justicia y pagar un alto precio: dar la cara y convertirse en símbolos para los suyos a cambio de entrar en la cárcel.
La nueva convocatoria electoral ha clarificado el panorama: Sánchez sigue en cabeza con mucho margen, el PP mejora, Podemos sigue cayendo, Vox irrumpe con fuerza y Ciudadanos se derrumba.
De tocar el cielo a derrumbarse en el suelo. Ciudadanos lideraba las encuestas ante un PSOE envuelto en guerras internas y un PP corroído por los escándalos, pero jugó todas sus cartas mal y ha acabado por besar la lona en los mismos sondeos que antes le encumbraban. El tiempo de Albert Rivera puede estar llegando a su fin.
Es imposible gobernar si antes no has sobrevivido políticamente a tus enemigos internos. Es más, en ocasiones es imposible sobrevivir a los enemigos internos si no acabas por gobernar.
Tras una maratón de procesos electorales se cierra el ciclo: los comicios autonómicos y municipales del 26M han puesto de manifiesto que las inercias de las generales han venido para quedarse. Y que el bipartidismo, con el PSOE en cabeza, sigue en pie.