Lo digital ha traído de la mano el fin de la intermediación, también en política.
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Lo digital ha traído de la mano el fin de la intermediación, también en política.
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Intentar ser neutral con tus hijos es tan inútil como con el resto de cosas: todo es ideología.
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Elegir de qué temas informar y de qué forma contarlos también es tener ideología.
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Los grandes de la tecnología llevan años aplicando algoritmos para facilitarnos la vida. Lo hacen anticipándose a nuestras necesidades o ayudándonos a tomar decisiones. El problema es que, al hacerlo, limitan nuestra capacidad de decisión, a veces de forma peligrosa.
El periodismo, como romántico sustento de las libertades, convive con el negocio preso de la necesidad de obtener rentabilidad. ¿Cómo se puede mantener esa dicotomía?
La nueva lógica actual ha introducido muchos cambios en el esquema comunicativo. Por una parte, se han multiplicado y alterado los emisores los medios ya no son los únicos, ni tampoco los más importantes–. Por otra, los líderes de opinión sí se han mantenido, pero se han universalizado –ya no son solo los cercanos física o ideológicamente, sino también aquellos que se erigen en referentes virtuales respecto a temáticas variadas–.
Los medios seleccionan qué mostrar, en gran medida por razones operativas. Sin embargo, no sólo se trata de lo que cabe y lo que no. El problema viene, precisamente, cuando se elige no mostrar algunas realidades en teoría para ‘proteger’ a la audiencia.
Vivimos rodeados de trampantojos, cosas que parecen ser algo que no son para crear sensaciones determinadas. Hay algunos inocuos, pero otros se usan con finalidades políticas determinadas y modifican nuestra percepción de la realidad y nuestras opiniones al respecto.
La mejor forma de hacer dinero pasa por cobrar por lo que haces. Esta afirmación, que parecería de perogrullo en cualquier sector, es la nueva esperanza de los editores de prensa. Pero no lo van a tener fácil precisamente por los errores cometidos en el pasado.
El sector de los medios lleva en crisis desde hace años. Primero fue el impacto de los flujos económicos, después la transición tecnológica y ahora, parece, el desafecto lector. En el centro de cada problema se repite, sin embargo, el mismo síntoma: la búsqueda rápida de audiencias masivas a costa de destruir su propia marca.