Fuente: JotDown
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Esperanza Aguirre, la cazadora de cabezas

Los políticos son como los portadores del Anillo Único de Tolkien: una vez terminada su misión deberían embarcar y cruzar el mar para no volver jamás, retirarse cómodamente junto a los Altos Elfos cantando alejados del mundo de la empresa. Pero no. España es un país de memoria corta para algunos, donde la distinción entre lo que es legal y legítimo a veces no se entiende del todo bien.

Imagina una cabaña en la montaña. La chimenea está encendida e ilumina las paredes, el ambiente es agradable. El suelo de madera crepita bajo las cálidas alfombras de lana a tus pies. Fuera hace frío y sopla el viento. Lo único que estropea tan bucólica escena es la decoración de la sala. Una enorme sucesión de cabezas de animales cortadas y puestas en marcos, como para presumir de las capturas. Animales que fueron bonitos contemplan la escena ya sin vida. El fuego de la chimenea baila en sus ojos de cristal mientras sus cornamentas acumulan polvo.

Algo así es ser un ‘head hunter’. Traducido literalmente, un “cazador de cabezas”. Es a lo que se va a dedicar a partir de ahora —entre otras cosas— la expresidenta de la Comunidad de Madrid y todavía presidenta del PP. Ella, una de las cabezas más lúcidas del panorama político contemporáneo, tomando un nuevo recodo de su camino. Se va a dedicar a descubrir talentos en una empresa que, según ella misma reconocía en una entrevista en Antena 3, no conocía “pero que por lo visto es importante porque es la líder en España”. Así es ella.

Volvamos a la escena anterior para imaginar sentada junto al fuego, en un sillón con tapete de ganchillo, a la presidenta Aguirre. Te ofrece sentarte y claro, por qué no. Con su sempiterna sonrisa y la serenidad que le ha dado sobrevivir a mil guerras políticas y una cadena de atentados en Nueva Delhi (y a un accidente de helicóptero, y a…), la anfitriona te empieza a hablar de las cabezas que ha cazado durante estos años.

“Mira esa de ahí”, te dice. “Ángel Carromero, 27 años, un ejemplar único en su especie”. Y tanto. La cabeza en cuestión es un entusiasta militante de su partido. Uno de esos que no dudó en enfundarse la camiseta azul contra la subida del IVA y que vive, desde hace años, a sueldo del partido. Estudió en la Universidad Pontificia de Comillas, en el castizo barrio de Chamberí de Madrid, en cuya Aula Magna un enorme crucifijo flanquea las banderas —Europa, España, Madrid, Vaticano—. Estudió pero no terminó: unos dicen que se fue, otros que le echaron. Quién sabe.

“Cuando lo vi por el bosque estaba perdido, no sabía muy bien por dónde tirar”, continúa Aguirre, meciéndose en su sofá con la mirada perdida en el fuego. Con la ayuda económica de su familia montó un gimnasio en una de las mejores zonas de Madrid, pero acabó arruinándose. Tuvo, incluso, problemas con la Administración por impago a Hacienda en su negocio fallido, y eso que había empezado estudios de ADE. El balance de cuentas debió perdérselo. Por aquel entonces ya militaba en el PP y decidió dedicarse de lleno a la vida política, y no le fue nada  mal.

Un viaje iniciático a Cuba, la dictadura caribeña que tanto obsesiona a muchos compañeros de su partido

Cercano a los dirigentes de Nuevas Generaciones, con contactos en el Congreso y más voluntad que tablas políticas, Carromero dedicó los últimos años a vivir su vida en el partido. Y a acumular multas de tráfico también. Tantas que acabó con un trámite abierto para retirarle de forma definitiva el carnet. El volante debía dársele tan bien como los estudios. Pero aquel trámite le pilló en una especie de misión secreta: un viaje iniciático a Cuba, la dictadura caribeña que tanto obsesiona a muchos compañeros de su partido.

El viaje ya lo habían emprendido otros antes que él. Algunos triunfaban, entrando en el país, contactando con la disidencia, hablando de democracia e introduciendo ayuda económica y apoyo moral. Un chute de adrenalina para gente con polo. Algunos fracasaban y tenían que volver a casa sin pisar más que el aeropuerto, momento en el cual el viaje tenía más éxito aún porque podían hablar de la terrible dictadura castrista y de cómo aniquila los derechos básicos de las personas. Era una opción ganar-ganar, así que allá se fue Carromero de cabeza. De cabeza, sí.

Entre su pericia conductora y el mal estado de las carreteras acabó teniendo un accidente de tráfico en el que fallecieron dos destacados disidentes. No podía salirle peor la jugada. Bueno, sí, tener que cumplir cuatro años de cárcel en Cuba tras reconocer en una videoconferencia que no hubo manos negras: ni coches persiguiéndoles, ni embestida en la carretera ni nada de nada. El historial de multas e infracciones acabaría confirmando el relato. Empezó entonces el juego diplomático para traer al joven de vuelta a España y, tras casi medio año, se consiguió. En medio, Cuba aprovechaba el funeral para detener e interrogar a disidentes que acudieron al funeral de los fallecidos. Ningún dictador como la revolución manda desaprovecharía una oportunidad así.

“Y allí que fui yo a verlo”, sonríe Aguirre en su sillón mientras la chimenea chisporrotea. Fue, concretamente, nada más llegó Carromero a la cárcel de Segovia, pero no le dejaron pasar. Pero ya tenía el titular y la foto, como los que viajan a Cuba y se quedan en el aeropuerto. O, en su caso, como cuando compareció ante los medios al volver de la India, con tacones y calcetines, para contar la traumática experiencia. A la segunda fue la vencida: la cazadora de cabezas —entonces oficiosa— animaba a su discípulo y le ofrecía un trabajo que, a la postre, favorecería su liberación.

Así es la Justicia española. Alguien que, por accidente y sin quererlo, mata a dos personas conduciendo a pesar de su dilatado currículum en lo que a sanciones al volante se refiere, tarda apenas unos días en conseguir el tercer grado. “Un ejemplar único en su especie”, repite Aguirre mientras acaricia a un gato que duerme sobre su regazo —añadámosle un poco de dramatismo inquietante a la escena de la cabaña de madera—.

Y tan único. Según Eurostat, el 56,5% de los españoles de hasta 25 años está en el paro. Carromero, con 27 años, sin carrera, con dos muertes accidentales en su haber y con un tercer grado sobre las espaldas, tenía trabajo gracias a Aguirre. Y vaya si es único: unos 50.000 euros anuales —ocho veces lo que cobra quien ha agotado el paro, cinco veces el salario mínimo interprofesional, tres veces lo que cobra un parado—. Y eso sin estudios superiores y como asesor de una concejal de Ayuntamiento.

Sus habilidades le distinguen: según su ficha en Linkedin domina el Office, el Word, el Excel y el Power Point. Gracias a esas habilidades se le puede ver proyectando diapositivas antes de su fallido viaje iniciático. Y gracias a su labor política, hasta la familia de uno de los fallecidos en el accidente le considera “un héroe”. También parte de la prensa, que glosa sus méritos y “el tremendo papel que jugó en varias elecciones vascas, cuando el terrorismo de ETA vivía su apogeo”.

“El PP de Salamanca —recuerdan— siempre ha estado muy vinculado con el País Vasco, por eso, cuando llegaban las elecciones, Ángel no dudaba en irse al norte y, megáfono en mano, defender las candidaturas de Iturgaiz o Mayor Oreja en pueblos muy, muy complicados como Hernani, Zumárraga, Rentería… Es un valiente y, sobre todo, un tío muy currante”.

Lo de Carromero es una nueva forma de privatización: pagar un sueldo público por un interés privado, el de un partido, para burlar a la Justicia

Lo de Carromero es una nueva forma de privatización: pagar un sueldo público por un interés privado, el de un partido, para burlar a la Justicia y facilitar que alguien salga de la cárcel ¿Qué es preferible, pagar un buen sueldo de dinero público con casi seis millones de parados para sacar a alguien de la cárcel o, directamente,indultarlo?

Visto así parece que cualquiera pudiera conseguir un sueldo público. Qué cosas, justo en el momento cuando lo que se lleva es lo contrario, a juzgar por el proyecto de reducción de diputados autonómicos, congelación de sueldos de funcionarios o, en el caso de Castilla-La Mancha, eliminación de salarios. Cuánto bolsillo esperando al mejor postor.

Bien mirado cobrar del Estado como político tiene sus ventajas —sobre todo con respecto a la pensión de por vida con unos años en las Cortes, por ejemplo—. Pero realmente cualquier directivo medio de la empresa privada cobra más que un cargo público. Si te paras a pensarlo, cualquier hombre de negocios con cierto éxito cobra más que el mismísimo presidente del Gobierno. Claro, que realmente el cobro importante acaba llegando gracias a los partidos políticos que, a fin de cuentas, también pagamos en buena medida los ciudadanos. Esa es la trampa. Porque su sueldo de diputados —y presidentes o ministros— lo conocemos, pero… ¿cuánto ganan Rubalcaba, o Rajoy, como líderes de sus partidos?

Lo que es el sector público para muchos es un perfecto trampolín para acabar sus días plácidamente en fundaciones extrañas o a sueldo de empresas a las que, en algunos casos, de una u otra forma favorecieron. Ahí están Felipe González, Elena Salgado, Eduardo Zaplana o, recientemente, Rodrigo Rato. También José María Aznar, Ángel Acebes y tantos otros como Josep Piqué, Josu Jon Imaz o Narcís Serra.

Entre todas las empresas, las cajas de ahorros que ahora se han privatizado gracias a la absorción de los bancos, son la madre del cordero: políticos, sindicalistas y demás han desecho un modelo financiero apoyado en la obra social que ya ha desaparecido fagocitado por su gestión. El ensayo se hace, por ejemplo, en las cadenas autonómicas, donde ha sido frecuente el despido de directivos cercanos al Gobierno de turno que acababan montando una productora a la que —casualmente— se contrataba para hacer algunos programas. Como blanquear dinero, pero en plan institucional.

Pero antes de las cajas, antes de las autonómicas, hubo otras tantas: Telefónica, Red Eléctrica, Seat… Aquí puedes ver el listado oficial de empresas que han sido privatizadas, va en dos partes (1 y 2) porque en una queda indecoroso. Ahora piensa, cuánto dinero de los españoles ha ido a parar a construir empresas que ahora gestionan otros y cuyos beneficios no revierten en ti.

Porque eso es lo que pasa cuando algo se privatiza. “Si no funciona, mejor que se gestione priorizando el balance de resultados y convertir la empresa en algo rentable”, dicen los liberales. Claro, pero… ¿de dónde ha salido el dinero que ha hecho que esa empresa exista y tenga no pocos recursos? ¿Quién pagó todos los postes y cableado de la empresa de telefonía? ¿Cuánto vale la marca automovilística que creó el Estado a cuenta de los contribuyentes? ¿Y ese hospital que van a privatizar? Visto así, el hecho de que algunos políticos salten de la política a empresas privadas que fueron públicas no deja de ser una forma de seguir cobrando dinero que fue público.

Pero la de Carromero no es la única cabeza que cuelga de la pared de Aguirre. “Ahí está, por ejemplo, la de Güemes“, dice la presidenta, que sigue sonriendo con su gato ronroneante. Exconsejero de Sanidad en la Comunidad de Madrid, él fue quien posibilitó la privatización de servicios de análisis clínicos de los que luego se benefició una empresa, Unilabs, en la que acabaría siendo consejero. Dimitió al poco de saberse. Según ella misma ha explicado, Güemes no le dio directamente la licencia a la empresa, sino que la ganó otra que acabó siendo comprada por Unilabs. Es fácil imaginarse qué diría la mujer de Güemes cuando se cerró la operación.

Hay muchos más lumbreras. Presidentes autonómicos con áticos sospechosos, exministros imputados, expresidentes corruptos que dan clases en universidades católicas, yernos de Rey aparentemente podridos de ambición, democristianos que robaron el dinero de los parados, católicos que quitaron fondos de cooperación. Lo de España no es una crisis, ni dos, sino varias.

La presidenta del PP madrileño casi podría poner también su propia cabeza en la pared. Conseguir un sueldo como presidenta del consejo asesor de una empresa, en plena crisis y sin tener “ni relación laboral ni ser miembro del consejo”, según ella misma ha dicho, es de ser una auténtica cazatalentos.

En el sentido romano de la palabra talento.