Fuente: EFE
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Ruiz-Mateos: marqués, empresario, personaje

A sus casi 80 años José María Ruiz-Mateos vuelve a las portadas de la prensa y, a diferencia de hace unos años, muy a su pesar. Nueva Rumasa, esa pequeña ave fénix que el empresario jerezano había intentado montar sobre la confianza de sus inversores, está a un paso del abismo. La historia se repite para uno de los personajes más histriónicos de la historia reciente de nuestro país.

El marqués de Olivara, título nobiliario familiar que le acompaña, revivió este jueves las sombras de su pasado. Rodeado de sus hijos varones, la mayoría de los 13 que tiene, dio cuentas de la delicada situación económica que atraviesa su holding, lo que bien parece la antesala del hundimiento de su segundo gran proyecto empresarial apenas unos años después de su nacimiento.

Pero la historia por la que es conocido el esperpéntico empresario jerezano viene de lejos. Hace cuatro décadas creó Rumasa (Ruiz Mateos S.A.), un holding empresarial que en dos décadas se convirtió en un gigante de 700 cabezas empresariales y que, según las estimaciones, representaba entre el 1 y el 2% del PIB español de aquel entonces. Sin embargo, el recién nombrado Gobierno socialista puso en marcha la expropiación de la compañía que, en quiebra técnica según el Gobierno, amenazaba la economía española en un momento delicado y por la que, según denuncia el entorno del empresario, no han recibido indemnización alguna.

Apenas unos días después de aquel 23 de febrero de 1983 en el que las autoridades policiales se presentaron en la sede central de la compañía, entonces ubicada en la céntrica plaza madrileña de Colón, Ruiz-Mateos huyó a Londres. Ese 4 de abril se inició una persecución policial por media europa que culminó el 25 de abril de 1985 con su detención en Franckfurt. El 1 de diciembre de ese año fue finalmente extraditado a España, donde empezó un camino que le mantuvo durante las siguientes tres décadas entrando y saliendo de la cárcel. «Sólo temo a Dios», decía al entrar en la carcel de Alcalá Meco, la primera de las cuatro penitenciarías españolas que acabaría conociendo.

Tres años después empezó a cogerle gusto a los medios de comunicación: con su «A jugar» a las puertas del juzgado, además de emular a Joaquín Prat rompía con su imagen de empresario para pasar a convertirse en un esperpéntico personaje televisivo. Disfrazado de Superman, cargando con una cruz como si fuera un nazareno, encabezando una comitiva fúnebre ficticia con una tumba con el nombre de Miguel Boyer, ministro responsable de la expropiación y su antagonista, o vestido de presidiario, buscaba con denuedo su objetivo: ganar visibilidad para evitar su procesamiento.

Uno de sus golpes más efectistas lo dio un 28 de octubre de 1988, cuando ataviado con una peluca y una gabardina logró escaparse de la Audiencia Nacional en la moto de uno de sus hijos al tiempo que iba gritando «libertad» mientras escapaba por la Castellana. Aquella ridícula situación le costó el cargo al jefe de seguridad del Alto Tribunal. Lo que no costó ningún despido fue el momento más célebre de sus astracanadas: la agresión al grito de «que te pego, leche» al ministro Boyer sin que sus guardaespaldas pudieran hacer nada para evitarlo.

Intentó también ganar presencia internacional dando el salto a la política mientras avanzaba con lentitud la ejecución judicial del caso Rumasa. En junio de 1989 concurrió a las elecciones al Parlamento Europeo con su ‘Agrupación de Electores José María Ruiz Mateos’, que se convirtió en la sexta fuerza más votada, con 666.602 votos, el 3,84%, que le valieron un par de escaños en la Cámara comunitaria.

Tras ser detenido en Lepe el 13 de noviembre de ese año dio plenos poderes a sus hijos varones para administrar sus inversiones, momento desde el que comenzó a implicar a su familia en sus asuntos como cuando su hija Paloma dio un tartazo a Isabel Preysler, entonces casada con Boyer, un 23 de mayo de 1989, algo que repitió con Mariano Rubio, exgobernador del Banco de España, el 6 de diciembre de 1994.

Poco antes de el último golpe de tarta reaparecía ante los medios para decir que los responsables de la Justicia española eran unos«mariconcillos que no tienen huevecillos» lo que, entre otras de sus polémicas intervenciones, le valieron sus condenas en 1995 y 1996 por vulnerar el derecho al honor de personalidades variadas.

Ante la posibilidad de que volviera a escapar fue encarcelado a principios de 1997, liberado para enfrentarse al juez y, finalmente, absuelto de todos los cargos. Mucho después, ya en 2005 fue condenado por el caso Mundojoven, por el que ingresó en prisión en verano de 2007 para ser liberado poco después por motivos de salud.

Con su última salida de la cárcel intensificó su trabajo en Nueva Rumasa, que empezó a cubrir de publicidad los medios de comunicación buscando inversores, aunque el Gobierno cambió las reglas para tratar, sin éxito, de evitarlo. El ave fénix empezó a crecer al ritmo de antiguas empresas como Clesa, Elgorriaga, Dhul o Garvey, elogiadas desde su emisora radiofónica, Radio Libertad, pero seguidas con atención por el Gobierno. Pero ahora dicen que el gigante tenía pies de barro, y que los 5.000 inversores de la compañía tienen motivos para estar preocupados por su dinero.

¿Será ésta la última burla de este peculiar personaje de una España de pandereta que se resiste a abandonarnos? En cuatro meses lo sabremos.